Chaves indulta un toro

L¨®pez Chaves se ha situado bien en pelot¨®n y viene pidiendo paso a los primeros puestos del escalaf¨®n. Cuidado con ¨¦l. Su primero, muy Santa Coloma, levant¨® palmas aisladas y entusiastas. Asustadizo en el capote, adormecido en el caballo, pasota y poco claro en la muleta, tuvo el salmantino que hacer acopio de t¨¦cnica y valor para evitar las intenciones del pegajoso traidor. Est¨¢ curtido Domingo en estas lides. Por desgracia, la espada dio al traste con una faena que estuvo muy por encima del bravuc¨®n. Pero su decisi¨®n iba a encontrar el premio en el cuarto. Una larga de rodillas de recibo nos avis¨® de que andaba decidido. El toro empuj¨® en caballos, llev¨® buen castigo, pero no abri¨® la boca. El diestro nos lo brind¨® y se lo llev¨® a los medios dobl¨¢ndose entre oles que, sin soluci¨®n de continuidad, agitaban la plaza en naturales y remates, despu¨¦s en redondos, de nuevo en naturales, derechazos... En el abaniqueo el clamor era un¨¢nime y el silencio que precedi¨® a la estocada se convirti¨® en conflicto de gritos y pa?uelos pidiendo el indulto, que el toro, bravo, no merec¨ªa. Pero la excitaci¨®n era imparable. Con la afici¨®n dividida volvi¨® el toro al campo y el torero pase¨® por la arena de la gloria los trofeos en manos de sus peones.

Fernando Cruz dio a su primero dos ver¨®nicas prometedoras que iban ganando enteros cuando en la muleta, citando bien, templando, rematando atr¨¢s, bien compuesta la figura, creaba, al son de Paquito el chocolatero, carteles de toros en la boca de riego. Naturales largos, cadenciosos, los mejores de la feria. Hay que seguir a este torero que en su muleta tra¨ªa, dibujando filigranas, la plaza de Chamber¨ª hasta los campos altos de Valdemorillo. Con el sexto, un reserv¨®n que se quedaba y buscaba en mitad de la suerte, s¨®lo pudo porfiar.

Dique seco

La corrida de Valdemorillo dej¨® a Saavedra en el dique seco el a?o pasado. La grave cogida se suma a otras recibidas de similar cala?a. ?Pesar¨ªa el historial? Pues all¨ª se fue a brindar, abiertos los brazos generosos y pegada la montera al pecho. Las series, m¨¢s voluntariosas que exquisitas, de pronto se tornaron en angustia. Al tomar el estoque ya le era imposible cuadrar y hubo de matarlo de un deg¨¹ello al encuentro. Igual ocurri¨® con su segundo, un soso encastado que llevaba la cabeza alta y que le llen¨® de ansiedad y desconfianza. Otra vez al encuentro, coloc¨® el acero como pudo y descabell¨® seis veces. Los toros fueron aplaudidos; el torero pitado. A Julio Pedro Saavedra le pes¨® el historial.