La nostalgia y la raz¨®n
"Oigo, patria, tu aflicci¨®n"
(Oda al Dos de Mayo)
La Espa?a imperial presa del pasado y la melancol¨ªa reaccion¨® con tristes lamentos ante la invasi¨®n de las tropas napole¨®nicas. Muchos, como el pueblo llano, se alzaron, con orgullo y pasi¨®n, ante la presencia de tropas extranjeras en nuestro solar patrio. Las clases tradicionales tem¨ªan m¨¢s las ideas de la Revoluci¨®n Francesa, por las molestias o p¨¦rdidas de privilegios que les pudiera ocasionar su arraigo.
Don Miguel de Unamuno tuvo razones para exclamar que le dol¨ªa Espa?a. Soport¨® en su peripecia vital la voz de las cavernas que rugieron "viva la muerte" y "muera la inteligencia". No alcanzo a comprender los motivos de la eterna derecha y de sus ac¨®litos para que permanentemente se les rasguen las costuras del alma cuando la marcha imparable del progreso cuestiona sus dogmas inflexibles.
La patria no est¨¢ afligida y empieza a cansarse de los eternos lamentos de los que preferir¨ªan el triste ta?ido de la campana y el estruendo del ca?¨®n.
Somos tributarios de nuestro pasado y debemos saber asimilarlo. Por razones que no pueden ser desconocidas, heredamos una situaci¨®n convulsa. El despegue econ¨®mico de algunas zonas perif¨¦ricas, adelantadas de la revoluci¨®n industrial, fue desgraciadamente acompa?ado por c¨¢nticos banales que primaron la b¨²squeda de ra¨ªces con la tierra, sin mirar al horizonte que se abr¨ªa ante sus ojos.
Los puntos de referencia tradicionales: la religi¨®n cat¨®lica, la unidad territorial, los valores caducos del pasado, las costumbres y las se?as pretendidamente identitarias, se han visto acompa?ados de nuevos horizontes y expectativas.
Ochocientos cuarenta millones de personas, seg¨²n datos de la ¨²ltima feria del Fitur, se han desplazado por el mundo llevando su propia identidad para fundirla con los pa¨ªses visitados. Lo har¨¢n varias veces en su vida.
Los espacios del conocimiento son pr¨¢cticamente infinitos. Toda la informaci¨®n, y parte de la ciencia, est¨¢n a nuestro alcance en la red. Los mensajes se entrecruzan. Cada uno aporta sus ideas o simplemente se desahoga contra aquello que muchas veces ignoran porque no quieren conocerlo o contrastarlo. Nada es ¨²nico, todo es global.
El mundo nos visita cada d¨ªa en las pantallas que se han incorporado al decorado inseparable de nuestras casas, lugares de trabajo y ocio. Nos acompa?a en los port¨¢tiles, como me sucede en este momento, en un tren camino de Madrid. Cuando llegue a mi destino, el mundo de la comunicaci¨®n me estar¨¢ esperando enlatado en las bobinas de los telediarios.
A pesar de las mareas callejeras, el pa¨ªs late por otros rincones. Est¨¢ en las vidas de los que pasan del ruido y el bullicio, porque tienen otros objetivos y muchas incertidumbres. Los gritos que normalmente se corean en las marchas son simplones y pobremente versificados.
El poeta de la Guerra de la Independencia sigue siendo fuente de inspiraci¨®n para los dolientes ciudadanos que encarnan y dan masa a las cat¨¢strofes que se predican desde p¨²lpitos radiof¨®nicos, diarios ensimismados en sus tesis o televisiones unidireccionales.
Se esgrimen las banderas como s¨ªmbolo o remedio de las carencias dial¨¦cticas para afrontar una situaci¨®n que dura cuarenta a?os y que tiene sus ra¨ªces en pensamientos de anta?o que les parecen m¨¢s cercanos a los manifestantes enfervorizados del presente. Para ellos el di¨¢logo, con gran esc¨¢ndalo de S¨®crates y Plat¨®n, es signo de traici¨®n, debilidad y vileza. Es m¨¢s sencillo azuzar los miedos vociferando y pidiendo el exterminio de los asesinos como si se tratase de la caza del zorro.
Las estrofas funerarias, las tumbas, las invictas arrogancias de las glorias del pasado, los clamores de venganza y guerra, se encarnan en los nuevos patriotas que equiparan a una banda de asesinos con el ej¨¦rcito invasor de Napole¨®n.
La izquierda de este pa¨ªs ofreci¨® una imagen de tolerancia admitiendo compartir himnos y banderas que no eran las suyas. Los depositarios de pasados reaccionarios se apoderan de s¨ªmbolos que deber¨ªan ser de todos y que ser¨¢ dif¨ªcil compartir si se esgrimen como arma arrojadiza y como s¨ªmbolo de autoafirmaci¨®n, ante la carencia de otras razones y argumentos.
El peligroso colof¨®n lo puso el que tuvo la genial idea de reforzar su impotencia dial¨¦ctica tap¨¢ndola con la m¨²sica del himno nacional. No escarmientan ni aprenden de la historia, no saben en qu¨¦ siglo viven. Siguen empecinados en considerarnos a los dem¨¢s como ajenos a esa extra?a espa?olidad de zaragater¨ªa y pandereta. Por lo visto, tienen la exclusiva de la marca hispana. O aceptamos sus planteamientos o no somos espa?oles. Nos empujan hacia un exilio interior que afortunadamente no sentimos en el alma ni en nuestro entorno. No s¨¦ si seremos personas de bien pero somos solidarios, tolerantes, inquietos por analizar otras formas de hacer pol¨ªtica, abiertos a la Europa de Sarkozy, S¨¦gol¨¨ne y Merkel, trabajamos por mejorar nuestro pa¨ªs y por desarrollar la comprensi¨®n y la convivencia. Tenemos dudas y somos conscientes de nuestros errores. Procuramos no encerrarnos en la displicente arrogancia de los que disfrutan de la verdad absoluta. Nuestras escasas seguridades y certezas son el producto de la reflexi¨®n individual y colectiva. No creemos en la ortodoxia r¨ªgida de las consignas y procuramos difundir el debate como m¨¦todo de an¨¢lisis de la realidad y como posible fuente de soluciones.
Nosotros, los heterodoxos, no reconocemos esta agrupaci¨®n de personas que pretende apoderarse de la patria, acostumbrados como sus mayores y sus amos a disfrutar en exclusi¨®n de sus tierras.
Recomiendo la lectura de la Oda al Dos de Mayo que aprendimos en los colegios ortodoxos de nuestra infancia. Teniendo en cuenta que en aquellos tiempos ¨¦ramos un pa¨ªs invadido, creo incluso comprender el ardor e inflamaci¨®n patri¨®tica de su autor, por cierto un republicano.
Miro a mi alrededor, converso con los amigos y compa?eros, visito universidades y foros, me re¨²no con personas maravillosas que dedican su tiempo libre a paliar los efectos de la droga, recuperar delincuentes para la sociedad, ayudar a los menores, formarse en la Universidad para la lucha feroz por el puesto de trabajo, que estudian idiomas, que conocen las realidades de otras democracias y las costumbres, cada vez mas homog¨¦neas, de sus cong¨¦neres.
Muchos espa?oles no sentimos aflicci¨®n por las glorias perdidas sino por la falta de oportunidades de futuro para los j¨®venes. No esperamos nada de la nostalgia, confiamos todo a la fuerza de la raz¨®n. Es imprescindible para afrontar los problemas inaplazables como el desarrollo racional y sostenible, la conservaci¨®n del medio ambiente, controlar el cambio clim¨¢tico y sentirnos solidarios con las generaciones a las que pertenece el futuro.
No es el momento de retomar el triste concierto que forman, "tocando a muerto, la campana y el ca?¨®n". La memoria es inseparable de la vida. No merece la pena utilizarla para congelar las ilusiones o refugiarnos en aflicciones del pasado.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado em¨¦rito del Tribunal Supremo.
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