El tibur¨®n mimado
El ingl¨¦s Damien Hirst confirma en Madrid su condici¨®n de celebridad contempor¨¢nea
Damien Hirst ha restado protagonismo a los coreanos en la inauguraci¨®n de ARCO. Su modelo anat¨®mico gigante ha atra¨ªdo la atenci¨®n de los periodistas tanto como el buda de lentejuelas frente al que posaron ayer los Reyes con el presidente de Corea. Hoy nadie parece atreverse a minimizar su inquebrantable estatus de celebridad, en parte porque su arte sigue siendo uno de los m¨¢s cotizados. Apenas abierto su stand monogr¨¢fico en la feria, el galerista Hilario Galguera ya vend¨ªa sus obras a cifras de v¨¦rtigo. Pero ?qu¨¦ hace Hirst para cotizar tan alto? ?Equivalen realmente su fama y cach¨¦ a su prestigio como artista?
L¨ªder del grupo conocido como los J¨®venes Artistas Brit¨¢nicos, Damien Hirst (Bristol, 1965) se dio a conocer internacionalmente en 1992 con la pol¨¦mica pieza de un tibur¨®n conservado en formol. Fue en una de las c¨¦lebres exposiciones orquestadas por el tambi¨¦n famoso coleccionista y marchante Charles Saatchi, quien, tras la recesi¨®n del mercado del arte a finales de los ochenta, redirigi¨® sus compras hacia las de los artistas emergentes. Tracey Emin, Jack y Dinos Chapman, Sarah Lucas, Gavin Turk y el propio Hirst, entre otros, presentaban un arte conceptual visualmente accesible y en muchos casos espectacular. Con constantes referencias a la cultura popular, sus obras se basaban en referencias y formas no elitistas, de modo que la gente sin conocimiento especializado las pod¨ªa entender y apreciar. Estas exposiciones recibieron gran atenci¨®n medi¨¢tica, y la operaci¨®n Saatchi catapult¨® al joven grupo a lo m¨¢s selecto del establishment art¨ªstico.
Con el paso de los a?os, y paralelamente a su obra f¨ªlmica y pict¨®rica, Hirst se ha hecho conocido por haber creado un universo de vitrinas m¨¦dicas y animales muertos. Una atm¨®sfera desacogedora que recuerda a los museos de historia natural y los antiguos gabinetes de curiosidades, con cuya misma ansia cient¨ªfica pretende demostrar "la imposibilidad f¨ªsica de la muerte en la mente de alguien vivo". Una vaca seccionada en dos, con todas sus entra?as a la vista del espectador, es una imagen impactante que va directamente al sistema nervioso. Pero m¨¢s all¨¢ de esa presentaci¨®n, y del efecto-espect¨¢culo que le otorga popularidad, muchos achacan a sus propuestas falta de contenido y ambig¨¹edad. Al parecer, ¨¦sta es la clave que irrita a muchos cr¨ªticos.
No cabe duda de que Hirst, que es conocedor de historia de la vanguardia y est¨¢ informado de las teor¨ªas del arte, ha puesto en contacto objetos no art¨ªsticos con los materiales y modos de exposici¨®n tradicionales del arte. Medicamentos, aparatos quir¨²rgicos, insectos y cuerpos de mam¨ªferos, son confinados y expuestos en as¨¦pticas vitrinas y contenedores acristalados. Su receta ha consistido en combinar un imaginario de memento mori con el rigor del arte elevado. Es decir, confrontar al cubo minimalista con el cuerpo de un animal, ensuciar la obra autorreferencial con el pulso real de la vida y su finitud. Porque sobre las ideas recurrentes del orden, la clasificaci¨®n y el confinamiento, sin duda lo que m¨¢s ha fascinado a Hirst ha sido el tema de la muerte.
Por este motivo, sus m¨¢s fervientes promotores consideran que ¨¦l ha tomado el relevo en el tratamiento de los grandes asuntos de la historia del arte. Otras voces, sin embargo, opinan que la mortalidad es un gran tema, pero que no basta con s¨®lo mencionarlo. Y que lo que realmente interesa al artista no es tanto la muerte como su representaci¨®n en la cultura de masas, concretamente en el cine gore y de terror, de donde provendr¨ªa en realidad todo su imaginario. Muchos lo consideran sobrevalorado, y se?alan que m¨¢s all¨¢ del primer impacto y la atracci¨®n medi¨¢tica, no ha conseguido todav¨ªa desarrollar un discurso est¨¦tico verdaderamente revelador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.