Guerra de palabras
Uno de los reportajes m¨¢s famosos en la historia del periodismo durante la Segunda Rep¨²blica fue el realizado por Ram¨®n J. Sender sobre la matanza de anarquistas en Casas Viejas para el diario La Libertad. El valor de la serie de art¨ªculos no se ve alterado, pero su significaci¨®n pol¨ªtica s¨ª, al tener en cuenta que el peri¨®dico republicano era a la saz¨®n propiedad de Juan March, y que por consiguiente resultaba de la m¨¢xima utilidad servirse del suceso para atizar un fuego en el cual ardiese el Gobierno presidido por Manuel Aza?a. Otro tanto suced¨ªa con el diario izquierdista La Tierra, en cuyas p¨¢ginas colaboraban anarcosindicalistas y comunistas cargando un d¨ªa tras otro contra el r¨¦gimen, debidamente subvencionados por la derecha mon¨¢rquica para tan santa labor. Los ejemplos pueden multiplicarse, y no s¨®lo en la d¨¦cada de los a?os treinta. A¨²n est¨¢n frescos los casos del afectuoso tratamiento dado por la prensa conservadora a Julio Anguita, un hombre de bien en la izquierda por cuanto imped¨ªa toda alianza electoral con el PSOE, o, en el campo opuesto, y ya en fecha muy reciente, las facilidades otorgadas al primer mediocre que se muestre dispuesto a embestir contra todo aquel que se atreva a ejercer la cr¨ªtica del Gobierno.
La comprensi¨®n de la prensa, especialmente en tiempos revueltos como el actual, requiere algo m¨¢s que una lectura atenta y el consiguiente an¨¢lisis de contenido sobre editoriales y art¨ªculos de opini¨®n. Hay que mirar al otro lado del espejo, para saber qu¨¦ im¨¢genes de la realidad ofrece por s¨ª mismo ese espejo, y con frecuencia para evitar que tomemos las deformaciones por representaciones veraces. Cierto que demasiadas veces la tarea se torna imposible, bien por acumulaci¨®n de obst¨¢culos, bien por escasez de datos. As¨ª, resulta dif¨ªcil entender por qu¨¦, si nos atenemos a la identidad de sus defensores, la OPA de Gas Natural sobre Endesa era progresista, y en cambio la resistencia de los el¨¦ctricos, retr¨®grada. Desde que se ha consolidado, es un decir, el Estado de las autonom¨ªas, quedan en la sombra las razones de determinadas tomas de posici¨®n en ¨¦ste o aquel diario sobre asuntos que las conciernen. Al margen de los alineamientos pol¨ªticos, cabe sospechar que los recursos a disposici¨®n de las comunidades aut¨®nomas pueden intervenir, lo mismo que sucede a escala internacional con el oro de Arabia Saud¨ª, pero no hay periodismo de investigaci¨®n que sea capaz de hincarle el diente a semejante materia. Pensemos en el esc¨¢ndalo cuidadosamente tapado de la recalificaci¨®n de los terrenos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, con la consecuencia de unos monstruos sobre el perfil urbano de la capital que deber¨ªan ser llamados para la posteridad Torre Beckham, Torre Ronaldo, o cosa parecida, con otros tantos ceros sobre sus ¨²ltimos pisos que tendr¨ªan la funci¨®n de dejar huella indeleble del total fracaso deportivo registrado en el mandato de Florentino P¨¦rez. Por cierto, la absoluta nulidad del financiero en su gesti¨®n deportiva del equipo blanco, ocupado como estaba en la venta de camisetas, pas¨® pr¨¢cticamente desapercibida para los grandes medios. Para entenderlo, los estudiantes de periodismo tienen que acudir a la lectura de Quevedo, y en particular a su "Poderoso caballero es don dinero...".
En una palabra, la l¨ªnea pol¨ªtica y econ¨®mica de peri¨®dicos, radios y televisiones en Espa?a requiere, para ser entendida, un esclarecimiento que se nos escapa acerca de las redes de intereses pol¨ªticos y econ¨®micos que modulan el contenido de la informaci¨®n. Eso s¨ª, hay casos en que lamentablemente todo es tan claro como inexplicable: pensemos en el papel del v¨¦rtice de la Iglesia cat¨®lica a la hora de movilizar las conciencias contra el Gobierno y no s¨®lo contra su laicismo, v¨ªa Cope y empresas asociadas. Pero es la excepci¨®n que confirma, por demasiado visible, una regla de opacidad.
Para quien observa el fen¨®meno desde el exterior en Espa?a, estando no obstante en condiciones de apreciar sus manifestaciones m¨¢s significativas, lo que Umberto Eco llam¨® un d¨ªa "la estructura latente" de la informaci¨®n, se presenta como la articulaci¨®n de un trabajo profesional bien realizado de cientos de periodistas que recopilan, ordenan y transmiten los datos de la informaci¨®n, y, por encima del mismo, un entramado piramidal que interviene sobre el resultado de la labor anteriormente descrita para conferir al producto el sesgo ideol¨®gico deseado. Tanto en la prensa, como en la radio o en la TV, por los resultados puede intuirse la presencia de una trama de t¨¦cnicos de la comunicaci¨®n, a quie
-nes no ser¨ªa impropio calificar de comisarios pol¨ªticos, encargados de encontrar un titular que disminuya el impacto de una noticia adversa, resalte un d¨ªa tras otro un mensaje que a pesar de ser falso debe quedar grabado en la cabeza de los lectores -tal es la regla de oro en las campa?as de intoxicaci¨®n sobre el 11-M y la pista etarra-, o eche tierra sobre una noticia inc¨®moda. Es lo que en una vieja canci¨®n del mejor de los grupos revolucionarios chilenos, los Quilapay¨²n, era expresado aludiendo al trato dado a la noticia de la muerte de un trabajador: "Se destina cuarta plana, letra chica, y a un rinc¨®n". Un examen cuidadoso de la prensa madrile?a para los ¨²ltimos meses nos permitir¨ªa comprobar hasta qu¨¦ punto es alcanzado un virtuosismo en la presentaci¨®n de la noticia que hace que el mismo suceso pueda sugerir de inmediato interpretaciones opuestas entre s¨ª, desde los titulares a las notas en apariencia m¨¢s inocuas, pasando por la jerarqu¨ªa establecida en primera plana entre temas en apariencia dispares, como pueden ser el procesamiento de un pol¨ªtico en Euskadi y un asunto de corrupci¨®n. El deber de la pol¨¦mica impone su ley.
Nada tiene de extra?o que semejante clima afecte a los art¨ªculos de opini¨®n y no s¨®lo reflejen esa deriva maniquea, sino que jueguen con excesiva frecuencia el papel de amplificadores. Ciertamente, cabe registrar importantes diferencias entre uno y otro sector de opini¨®n. Lo que representan las opiniones vertidas en Libertad Digital y en general por los medios de la Cope no tiene contrapartida en el ¨¢rea gubernamental. La voluntad pertinaz de descalificar brutalmente y destruir la imagen del adversario les singulariza en este poco grato escenario. De ah¨ª el acierto de quienes se han negado a compartir la recepci¨®n p¨²blica de un premio con alguien cuyo discurso desborda d¨ªa a d¨ªa los confines de la opini¨®n democr¨¢tica. Pero la tendencia a la exageraci¨®n s¨ª es un denominador com¨²n. En estas mismas p¨¢ginas, tras un canto a las excelencias del procedimiento mediante el cual fuera adoptado el Estatuto catal¨¢n, olvidando como era de esperar que el bajo porcentaje de votantes registrado hubiera invalidado el refer¨¦ndum en otros pa¨ªses democr¨¢ticos, se proclama por un excelente constitucionalista que un rechazo de fondo a dicho Estatut por el Tribunal Constitucional supondr¨ªa nada menos que un "golpe de Estado". Como si la democracia consistiera en alcanzar una soluci¨®n favorable a determinados fines, y no en un procedimiento para alcanzar soluciones dentro de un marco jur¨ªdico previamente fijado, con independencia de que nos satisfagan o no, e incluso de que sus consecuencias pol¨ªticas resulten o no beneficiosas. La inconstitucionalidad de cap¨ªtulos importantes del Estatuto catal¨¢n supondr¨ªa sin duda un problema muy grave: nada tiene que ver con la regularidad del proceso pol¨ªtico mediante el cual fue alcanzado el texto hoy vigente. La advertencia ser¨ªa aplicable a la totalidad de temas de actualidad en los cuales, desde la inculpaci¨®n de un pol¨ªtico al caso De Juana Chaos al acatamiento a las decisiones de los jueces, viene seguido inmediatamente de su descalificaci¨®n en el caso de que aqu¨¦llas disgusten al emisor de la opini¨®n, con excesiva frecuencia un pol¨ªtico de relieve. Las idas y venidas en torno al llamado "proceso de paz" no han hecho sino llevar este problema hasta una situaci¨®n l¨ªmite.
Ahora bien, ante este estado de cosas, la existencia de un denominador com¨²n en muchos comportamientos no debe sugerir la equidistancia. La comparaci¨®n entre las dos grandes manifestaciones contra el terrorismo basta para comprobar hasta qu¨¦ punto la iniciativa de la agresividad pertenece a la oposici¨®n conservadora. No estamos en una coyuntura parecida a la del 36 bajo ning¨²n concepto, pero el hecho de esgrimir un bosque de banderas nacionales contra el presidente del Gobierno, bajo el patrocinio del Partido Popular, es ya en el plano simb¨®lico un hecho de extrema gravedad. Casi nada, empero, si se confirma la tendencia registrada en la prensa filopopular durante esta fase preliminar del juicio del 11-M. El m¨¢s pesimista no pod¨ªa imaginar los esfuerzos desplegados desde el primer momento para sugerir que la instrucci¨®n fue un fracaso t¨¦cnico, llegando hasta el punto de refrendar la validez de las respuestas de los acusados, saludando sus protestas de inocencia y destacando en titulares lo bien que resisten a la presi¨®n de los interrogatorios, sin dejar nunca de insistir sobre el t¨®pico de que la citada instrucci¨®n est¨¢ plagada de lagunas. Los voceros del islamismo radical deben estar agradecidos a unos l¨ªderes de opini¨®n que parecen empe?ados en exculpar por todos los medios a Al Qaeda de lo sucedido el 11-M.
S¨®lo que en sus r¨¦plicas el Gobierno parece muy satisfecho con semejante exasperaci¨®n, fruto de la deriva extremista que cobra fuerza en el partido de Rajoy (?de Rajoy?). Nada justifica en la vida econ¨®mica y social de Espa?a semejante oleaje de superficie, que en muchas de sus formas de expresi¨®n viene a decirnos que siguen vivos los odios de una guerra muy lejana en el tiempo. Toca, pues, a Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero y a su Gobierno, incluido el nuevo ministro de Justicia, tomar la iniciativa para que ese est¨²pido incendio del resentimiento no siga propag¨¢ndose. En t¨¦rminos futbol¨ªsticos, jugando al fuera de juego y evitando ir una y otra vez al choque.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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