Esc¨¢ndalo en EE UU por el trato que da a los heridos de guerra un hospital militar
Los soldados convalecen en el mayor centro m¨¦dico militar de Washington entre cucarachas y ratas
A menos de 10 kil¨®metros de la Casa Blanca, los soldados heridos en la guerra de Irak y Afganist¨¢n sufren de abandono y frustraci¨®n en el hospital Walter Reed, la joya de la corona de la medicina militar de EE UU. Tras una serie de art¨ªculos publicados por The Washington Post en los que se denunciaba la negligencia de la Administraci¨®n, el presidente George W. Bush se ha definido "profundamente preocupado" y ha asegurado querer que "los problemas se identifiquen y se solucionen". Desde el Pent¨¢gono se escuchaban tambi¨¦n voces de compromiso para atajar la verg¨¹enza.
El Walter Reed recibe m¨¢s de 14.000 heridos al a?o; muchos tienen que esperar su tratamiento
"?Me salvaron para esto?", se pregunta un militar en medio del caos burocr¨¢tico
Ratones, cucarachas, manchas de humedad, colchones baratos, falta de calefacci¨®n... El edificio n¨²mero 18 dentro del complejo m¨¦dico de Walter Reed apesta a comida barata y grasienta. Desde luego no es el lugar en el que esperaban sanar sus cicatrices los soldados que regresaron mutilados a la patria tras luchar en la guerra contra el terrorismo. Durante la noche, el ulular de las sirenas de las ambulancias que entregan nuevas v¨ªctimas de la guerra agudiza el estr¨¦s postraum¨¢tico, las paranoias y la esquizofrenia de algunos pacientes. "?Me salvaron para esto?", se cuestiona Danny Soto ante los dos reporteros del Post que investigaron -sin saberlo ni autorizarlo ning¨²n responsable del Walter Reed- durante cuatro meses el mal funcionamiento y el caos burocr¨¢tico en el que se hunde el hospital.
Por m¨¢s que se trata de evitar, hay algo en la guerra de Irak que a los estadounidenses comienza a recordarles demasiado a Vietnam: la alta presencia de heridos que son enviados de vuelta a casa. El Walter Reed admite m¨¢s de 14.000 ingresos al a?o. En el edificio 18, m¨¢s de 700 personas esperan durante semanas a que se les aplique un tratamiento; sus nombres se pierden entre monta?as de papeles sin procesar; el personal especializado brilla por su ausencia. Hay "afortunados" que por falta de espacio son enviados a un hotel al que se llega cruzando la calle, en cuya esquina los camellos trafican con drogas. "He estado cerca de morteros, y me he manejado bastante bien. Pero esto creo que ha afectado negativamente a mi capacidad de recuperarme. Aqu¨ª sufro amenazas a diario", declar¨® al Post George Romero.
La estancia media en el Walter Reed deber¨ªa de ser de 10 meses, pero hay soldados desesperados que llevan estancados en Washington desde hace m¨¢s de dos a?os. Nadie quiere imaginarse la situaci¨®n si Bush cumple su palabra de aumentar en 21.500 las tropas en Irak y los heridos siguen llegando con cadencia de hemorragia. Cinco a?os y medio de guerras -Af-ganist¨¢n e Irak- y combates diarios han transformado el venerado hospital que se cre¨® en 1909 con 10 pacientes en una pesadilla para los pacientes con heridas f¨ªsicas y psicol¨®gicas que ya no necesitan estar en planta pero s¨ª ser supervisados y atendidos.
El mundo descrito por The Washington Post era invisible a la gente de la calle. El Walter Reed representaba todo lo contrario al fracaso. Dibujaba el hero¨ªsmo de los soldados y mandaba mensajes de aliento a quienes todav¨ªa est¨¢n en el campo de batalla. Ahora ha resultado que era bastante parecido a alg¨²n cap¨ªtulo de Trampa 22 (Catch 22), libro en que el novelista Joseph Heller realiz¨® una cr¨ªtica a la ¨¦tica militar norteamericana coincidiendo con la guerra de Vietnam y donde en algunos pasajes unos enfermos cuidan de otros: los diagnosticados con problemas psicol¨®gicos a cargo de aquellos en riesgo de cometer suicidio.
El presidente Bush se hizo la ¨²ltima foto junto a la cama de un herido unos d¨ªas antes de la ¨²ltima Navidad. "Les debemos todo lo que podamos darles", declar¨® el comandante en jefe del Ej¨¦rcito. "No s¨®lo debemos sanar sus heridas, sino cuidarles de vuelta a casa y ayudarles a adaptarse tras finalizar su servicio activo en el Ej¨¦rcito". Las visitas al pabell¨®n de amputados han sido regulares por parte del ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld y miembros del Congreso.
Tres veces por semana, autobuses repletos de heridos cruzan Georgia Avenue hasta el Walter Reed. Entregan soldados aturdidos por los efectos de los tranquilizantes tras un largo viaje desde Irak con parada en el hospital militar de una base a¨¦rea de EE UU en Alemania. John Daniel Shannon, de 43 a?os, fue sacado de uno de esos autobuses en noviembre de 2004. Un AK-47 le dej¨® tuerto y le destroz¨® parte del cr¨¢neo. Hoy asegura sentirse m¨¢s inseguro en el hospital que cuando actuaba como francotirador en Irak. La pesadilla se agrava a¨²n m¨¢s debido a lo complicado del sistema sanitario norteamericano.
El soldado medio debe cumplimentar 22 solicitudes diferentes para ocho comandos diferentes cada vez que tiene que ser tratado. La Administraci¨®n utiliza 16 bases de datos diferentes para procesar estas solicitudes. Un infierno burocr¨¢tico para tratar las heridas recibidas prestando servicio a la patria.
Shannon, con un parche en el ojo y un visible implante en la cabeza, tuvo que presentar su Cruz P¨²rpura para demostrar que hab¨ªa servido en Irak. Shannon reclamaba un uniforme nuevo, el suyo todav¨ªa ten¨ªa las manchas de sangre del d¨ªa que sufri¨® el ataque. Su nombre no estaba en el sistema. Shannon no exist¨ªa.
Para espantar el fantasma de Vietnam, la miseria de los soldados que volv¨ªan a una vida de amargura y pobreza, la sociedad norteamericana ha decidido conjurarlo con el apoyo a sus soldados a pesar de que cada d¨ªa la guerra crezca en controversia dentro de casa. Por eso, los voluntarios y las donaciones altruistas inundan el hospital Walter Reed. Llueven los regalos en forma de cheques con la firma de empresarios, famosos y pol¨ªticos. Llegan billetes de avi¨®n, paquetes de comida, tel¨¦fonos m¨®viles y cientos de comodidades que se supone que deber¨ªan hacer la vida m¨¢s alegre a estos pacientes. Pero casi todos est¨¢n pr¨¢cticamente desesperados.
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