Las cartas, un tesoro que se pierde
Internet cambia la forma en que se comunican los cient¨ªficos y el trabajo de los futuros historiadores de la ciencia
Hasta hace bastante poco, las cartas eran el modo m¨¢s habitual -y con frecuencia el ¨²nico- en que los cient¨ªficos se comunicaban informalmente entre ellos. Por tanto, no es sorprendente que los historiadores de la ciencia hayan recurrido durante mucho tiempo a las cartas como inestimables fuentes de informaci¨®n.
El correo electr¨®nico introduce una peculiar amalgama de lo personal y lo profesional
El uso del PowerPoint puede anquilosar el debate cient¨ªfico y restarle audacia
Un impresionante ejemplo trata sobre la ahora famosa reuni¨®n mantenida en septiembre de 1941 entre Werner Heisenberg y Niels Bohr en la Dinamarca ocupada por los nazis, durante la cual los dos f¨ªsicos, en una charla privada, pretend¨ªan complementar la visi¨®n del otro respecto a los avances hacia una bomba nuclear. Al principio, el relato m¨¢s destacado de la misteriosa visita provino de una carta que Heisenberg envi¨® en 1955 al escritor cient¨ªfico alem¨¢n Robert Jungk. Pero entre los papeles de Bohr hab¨ªa diversos borradores de cartas que escribi¨® pero nunca envi¨® a Heisenberg despu¨¦s de leer el relato de ¨¦ste sobre el encuentro. En 2002, cuando la familia Bohr hizo p¨²blicos los borradores, las cartas sirvieron de correctivo para la versi¨®n de Heisenberg, y demostraron que era enga?osa e interesada.
Ahora que el correo electr¨®nico ha sustituido a la escritura de cartas como el principal medio de comunicaci¨®n informal, hay que lamentarse por los historiadores cient¨ªficos del futuro, que no podr¨¢n utilizar las cartas y los telegramas para determinar hechos y calibrar reacciones a acontecimientos. Adem¨¢s del episodio de Copenhague, otro ejemplo del papel de las cartas es la sorprendente conclusi¨®n de Stillman Drake, basada en la atenta lectura de la correspondencia de Galileo, de que el acontecimiento de la Torre Inclinada ocurri¨® de verdad. Y de todas las reacciones al descubrimiento de la violaci¨®n de la paridad en 1957, la expresi¨®n m¨¢s simple y directa de conmoci¨®n provino de Robert Oppenheimer. Tras recibir un telegrama de Chen Ning Yang con la noticia, Oppenheimer respondi¨®: "Ca¨ªdo sentado".
Las cartas tambi¨¦n resultan ¨²tiles a los historiadores porque a menudo puede descubrirse con m¨¢s claridad la personalidad de los cient¨ªficos en comunicaciones informales que en documentos oficiales. A Catherine Westfall, que ha escrito historias de los laboratorios nacionales Fermilab y Argonne de Estados Unidos, le gusta se?alar que las cartas a menudo revelan estilos de liderazgo de formas sorprendentes. "[El ex director de Fermilab] Robert R. Wilson sab¨ªa que estaba haciendo historia y era ir¨®nicamente consciente de s¨ª mismo", me dijo Westfall en una ocasi¨®n. "Leon Lederman [otro director de Fermilab] contaba chistes, [mientras que el ex director de Argonne] Hermann Grunder escrib¨ªa cartas que en realidad eran listas inacabables de tareas".
Los historiadores tambi¨¦n emplean las cartas para reconstruir procesos mentales. Por ejemplo, no podr¨ªamos esperar comprender el desarrollo de la mec¨¢nica cu¨¢ntica sin estudiar los en¨¦rgicos intercambios de correspondencia entre gente como Bohr, Dirac, Heisenberg, Pauli y otros cuando desarrollaron la teor¨ªa en los a?os veinte. De hecho, el historiador David Cassidy no decidi¨® escribir su biograf¨ªa de Heisenberg hasta que acompa?¨® a la viuda del f¨ªsico a su ¨¢tico y la vio sacar un ba¨²l de cartas personales suyas, y a?adi¨® que no podr¨ªa haber completado la biograf¨ªa sin ellas. Cassidy dijo tambi¨¦n que la forma de comprender la conducta de Heisenberg durante el Tercer Reich es estudiar sus misivas casi semanales a su madre.
Los historiadores del American Institute of Physics (AIP), que trabajan en un proyecto para documentar la historia de la f¨ªsica en la industria, han encontrado indicios sobre c¨®mo Internet y los ordenadores est¨¢n transformando la comunicaci¨®n cient¨ªfica.
Por supuesto, el correo electr¨®nico es m¨¢s barato, fomenta un pensamiento m¨¢s r¨¢pido e introduce una peculiar amalgama de lo personal y lo profesional. Los historiadores del AIP tambi¨¦n han detectado un declive en el uso de cuadernos de laboratorio, y han descubierto que los datos a menudo se almacenan directamente en archivos de ordenador. Por ¨²ltimo, han se?alado la influencia de PowerPoint, que puede anquilosar el debate cient¨ªfico y restarle audacia; tambi¨¦n suele reducir el nivel intelectual de la informaci¨®n cuando los cient¨ªficos env¨ªan presentaciones en PowerPoint en lugar de informes formales.
Sin embargo, por lo general, estas nuevas t¨¦cnicas de comunicaci¨®n son buenas para los cient¨ªficos, y fomentan una r¨¢pida comunicaci¨®n y una desaparici¨®n de las jerarqu¨ªas. Pero para los historiadores tienen sus pros y sus contras. No es s¨®lo que el buscar en un disco duro o una base de datos sea menos rom¨¢ntico que estudiar minuciosamente una polvorienta caja de cartas viejas en un archivo. Y tampoco es que el tipo de informaci¨®n que contienen los correos electr¨®nicos difiera del de las cartas. Es mucho m¨¢s preocupante la cuesti¨®n de si el correo electr¨®nico y otros datos electr¨®nicos ser¨¢n preservados.
Por supuesto, podemos perder una carta, y un ejemplo cl¨¢sico es la p¨¦rdida de gran parte de la correspondencia de Planck por culpa de una bomba aliada en la Segunda Guerra Mundial. Pero los desaf¨ªos de la preservaci¨®n electr¨®nica son mucho m¨¢s amplios e inmediatos. Como observa el historiador del AIP Spencer Weart: "Tenemos papel del a?o 2000 a.C, pero no podemos leer el primer correo electr¨®nico que se envi¨®. Tenemos los datos y la cinta magn¨¦tica, pero el formato se ha perdido". A Weart le gusta citar el comentario del investigador de RAND Jeff Rothenberg: "S¨®lo es una broma hasta cierto punto el decir que la informaci¨®n digital dura para siempre, o cinco a?os, lo que llegue antes", que significa que la informaci¨®n s¨®lo perdura si se traslada regularmente a otro formato.
Este problema ha inspirado varios programas para fomentar la conservaci¨®n de la documentaci¨®n electr¨®nica. Uno de ellos es Persistent Archives Testbed Project, una colaboraci¨®n entre diversas instituciones estadounidenses para desarrollar una herramienta que archive datos electr¨®nicos (informaci¨®n en slac.stanford.edu/history/projects.shtml). El otro es el Dibner-Sloan History of Recent Science and Technology Project (authors.library.caltech.edu/5456), que no s¨®lo pretende archivar digitalmente documentos importantes, sino tambi¨¦n implicar a los cient¨ªficos que han participado en situarlos en un contexto hist¨®rico.
La tecnolog¨ªa, desde los l¨¢pices a los ordenadores, no s¨®lo ha transformado la naturaleza y el contenido de la comunicaci¨®n, sino tambi¨¦n las pr¨¢cticas que dependen de ella. La comunicaci¨®n electr¨®nica no s¨®lo est¨¢ cambiando la ciencia, sino tambi¨¦n su historia. Los historiadores del futuro deber¨¢n recurrir a datos distintos de los de sus precursores para relatar de otra manera la historia de la ciencia.
No hay vuelta atr¨¢s, como ilustra de nuevo el episodio de Bohr y Heisenberg. De haber existido la Red cuando Bohr escribi¨® sus inestimables cartas a Heisenberg, es probable que no se hubiese conservado su correspondencia. Sin embargo, cuando la familia Bohr decidi¨® ofrecer los borradores al p¨²blico, ?d¨®nde coloc¨® el material? En Internet.
Robert P. Crease (rcrease@notes.cc.sunysb.edu) es director del Departamento de Filosof¨ªa de la State University of New York en Stony Brook e historiador del Brookhaven National Laboratory. El art¨ªculo se public¨® originalmente en el n¨²mero de enero de 2007 de la revista Physics World.
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