El estado de las cosas
1He o¨ªdo decir que la ¨²nica manera de cuidar el ¨¢nimo es manteniendo templada la cuerda de nuestro esp¨ªritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro. Pero yo en este momento estoy solo, y atardece; veo desde mi ventana el ¨²ltimo reflejo del sol en la pared de la casa de enfrente. Aunque mantengo templada la cuerda de mi esp¨ªritu, lo cierto es que tanto el momento del d¨ªa como ese ¨²ltimo reflejo no me parecen el contexto m¨¢s adecuado para apuntar hacia nada. Por si fuera poco, me viene a la memoria Sed de mal, con Marlene Dietrich, ojos muy fr¨ªos e imp¨¢vida, espet¨¢ndole rotunda a Orson Welles despu¨¦s de echarle las cartas: "No tienes futuro".
Y es m¨¢s, me llega de golpe la impresi¨®n, a modo de s¨²bito destello, de que cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien: todos somos vulnerables, nos sentimos solos, tenemos muchos miedos y necesitamos mucho afecto. Eso aumenta mi impresi¨®n de angustia, aunque parad¨®jicamente la impresi¨®n misma termina por revelarse muy feliz y oportuna cuando descubro que le hace sombra a todo, hasta a la pared de la casa de enfrente y al ¨²ltimo reflejo del sol, y de paso incluso a cualquier idea de futuro.
2
Irrumpe el sol a primera hora de esta ma?ana, ¨²ltimo mi¨¦rcoles de este extra?o febrero primaveral. No s¨¦ por qu¨¦ me gusta leer a ciertos autores cuando comentan los libros de los otros. Acostumbro a hacerlo orientado en casa en direcci¨®n al sol, cuyos rayos me obligan a hacer un esfuerzo a?adido para leer, aunque es un esfuerzo -no me gusta que leer me resulte siempre tan f¨¢cil- que acabo agradeciendo. Esta ma?ana, por ejemplo, acabo de encontrarme con un Julien Gracq fascinado ante unas l¨ªneas en las que Proust describe los pasos de Gilberte por los Campos El¨ªseos. El gran lector que es Gracq se detiene feliz en ese punto en el que Proust habla de la nieve sobre la balaustrada del balc¨®n donde el sol que emerge deja hilos de oro y reflejos negros.
"Es perfecto", comenta Gracq, "no hay nada que a?adir: he aqu¨ª una cuenta saldada en toda regla con la creaci¨®n, y Dios pagado con una moneda que tintinea con tanta solidez como una moneda de oro sobre la mesa del cajero". Lo que a m¨ª me parece que en realidad es perfecto es el comentario de Gracq. Se me ha quedado su moneda tintineando en la memoria. Y, qui¨¦n sabe, tal vez tambi¨¦n sea perfecta la ma?ana. Breve arrebato de alegr¨ªa y de fiesta leve, gracias tan s¨®lo a unos pocos destellos de sol y lectura. Como si hubiera iniciado una segunda vida.
3
Dejo el televisor funcionando y regreso horas despu¨¦s, al atardecer, y no me sorprende lo m¨¢s m¨ªnimo que pongan todav¨ªa lo mismo.
4
Siento algo parecido a haber perdido peso durante la noche y al mismo tiempo haber aumentado discretamente mi euforia, s¨®lo de dormir y so?ar. Buen despertar de este primer d¨ªa de marzo, cumplea?os de mi padre. Reaparici¨®n del optimismo intermitente. El d¨ªa est¨¢ cargado de citas. Primero, con los padres. Despu¨¦s, con algunos amigos. Siempre he llegado tarde a todo. Lo digo porque no ha sido hasta hace poco que he aprendido por fin a valorar en su justa -grandiosa- medida, la suerte inmensa, el lujo vital que representa la existencia de unos contados, muy escogidos ¨ªntimos; haber conservado en el tiempo un c¨ªrculo privilegiado de seres queridos. Mejor que cualquier libro, la conversaci¨®n con los padres, con la amiga y el amigo. Pensar que est¨¢n todav¨ªa ah¨ª y que todo es terriblemente vulnerable y que conviene estar alerta. Los amigos son una segunda existencia.
Ese es el estado de las cosas cuando al mediod¨ªa doy una vuelta por el barrio antes de acudir a las citas. Jam¨¢s me hab¨ªa encontrado ante una jornada con tantas altas perspectivas. Y mientras paseo, me deslumbra, y hasta llega a herirme, un furtivo destello de sol, demasiado perfecto. Lo saludo como si tambi¨¦n fuera un amigo. O una madre. O una segunda vida.
5
"Un optimista es el que sabe de sobras que la televisi¨®n est¨¢ podrida, mientras que un pesimista es el que lo descubre cada d¨ªa" (Peter Ustinov).
6
La semana pasada en Madrid, viendo con Paula la asombrosa exposici¨®n de M. C. Escher, me acord¨¦ de que Relatividad, con sus escaleras entrecruzadas, era uno de los grabados preferidos de Roberto Bola?o, tan amante como Escher del arte de lo imposible. No sab¨ªa yo nada de la biograf¨ªa de este obsesivo y geom¨¦trico artista holand¨¦s, en cuyo mundo s¨®lo hay construcciones mentales. Recuerdo que me llam¨® la atenci¨®n que la arquitectura renacentista de Roma, ciudad donde Escher vivi¨® una larga temporada, no le dijera mucho. Es m¨¢s, s¨®lo le interesaba cuando ten¨ªa iluminaci¨®n nocturna. Quiero suponer que Escher no ten¨ªa muchas relaciones con el sol, tan s¨®lo con sus destellos, siempre y cuando, claro, le llegaran con vigor el¨¦ctrico.
7
Por la noche, en casa, no me sorprende nada ver que siguen y siguen poniendo en la televisi¨®n lo mismo. Queriendo ser indulgente con ellos, dir¨¦ que contin¨²an hablando en todos sus programas de la teor¨ªa del error inicial, siguen diciendo que en toda vida hay un error preliminar, aparentemente trivial, un falso razonamiento que engendra a su vez otros errores. Ese es el estado de las cosas, para qu¨¦ negarlo. Trato de hallar en mi vida ese fallo primero, ese error inicial que desencaden¨® tantos equ¨ªvocos. Busco encontrar ese error en lo primero que cre¨ª entender y que debi¨® de ser la historia del pecado original. Pero no, pronto veo que no es necesario que me remonte tan lejos. En realidad, el famoso y b¨ªblico pecado original no fue otro que encender el televisor. Aun as¨ª, deseos de seguir adelante. Deseos de ser piel roja y de continuar estudiando a Escher y de buscar destellos geom¨¦tricos y de cruzarme emocionadamente con los seres queridos y ser optimista siempre. Faltar¨ªa m¨¢s.
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