La batalla por Am¨¦rica Latina
La batalla por Am¨¦rica Latina ha comenzado. Despu¨¦s de escaramuzas, tragedias y caricaturas, todo parece indicar que ahora s¨ª, por primera vez desde principios de los a?os sesenta, y de manera mucho m¨¢s trascendente, la regi¨®n se convierte en el escenario de un verdadero combate cuerpo a cuerpo: ideol¨®gico, pol¨ªtico, econ¨®mico. De un lado, Hugo Ch¨¢vez, La Habana (en manos de un Castro u otro), sus aliados en Buenos Aires, La Paz, Managua y eventualmente Quito e incluso, en un apartado muy particular, Mosc¨², pasan a la ofensiva. Por el otro, una Administraci¨®n en Washington abrumada, rebasada pero cada vez m¨¢s nerviosa, emprende el contra-ataque. Los dem¨¢s asisten pasivos y desbrujulados ante la inevitable toma de partido en lo que es todav¨ªa una lucha de ideas, pero que comienza a revestir otras caracter¨ªsticas.
Latinoam¨¦rica se escinde, en los t¨¦rminos que la realidad le impone, no los que muchos desear¨ªamos. Un bloque, con variaciones indudables entre un centro-izquierda a la chilena y un centro-derecha mexicano, pertenece al mundo moderno, aunque sus imperfecciones y rezagos lo colocan en la retaguardia del mismo. Se trata de gobiernos y electorados esencialmente convencidos del valor intr¨ªnseco de la democracia representativa, las libertades individuales, el respeto a los derechos humanos, la econom¨ªa de mercado y la globalizaci¨®n, una relaci¨®n cordial de cooperaci¨®n con Estados Unidos, y una aspiraci¨®n de ingreso al llamado Primer Mundo. Las imperfecciones son reales: en ninguno de estos rubros el desempe?o de M¨¦xico, Chile, Per¨², Colombia, Uruguay o Brasil es id¨®neo, y la situaci¨®n en Centroam¨¦rica y el Caribe deja a¨²n m¨¢s que desear.
El otro bando es m¨¢s homog¨¦neo y compacto. Se encuentra al borde de realizar el sue?o fidelista-guevarista de los a?os sesenta: extender su idea de revoluci¨®n y socialismo por toda la regi¨®n, ahora s¨ª con los medios necesarios para lograrlo. Este bloque vive una constante tentaci¨®n autoritaria, de concreci¨®n intermitente. Es estatista en econom¨ªa, de un nacionalismo anti-americano virulento, y ha dise?ado y puesto en pr¨¢ctica, por fin, una pol¨ªtica social donde yace la clave de su ¨¦xito. Con vastos recursos petroleros venezolanos, gracias a un n¨²mero ilimitado de m¨¦dicos "descalzos" cubanos -que dobletean como instructores deportivos, agitadores pol¨ªticos, abnegados alfabetizadores y avezados agentes de seguridad- y abundantes armas autom¨¢ticas rusas (que ya pronto ser¨¢n fabricadas en Venezuela), el binomio Caracas-La Habana puede aportarle a las desamparadas masas "barrio adentro" de Caracas y Buenos Aires, de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, y pronto de Paraguay y Guatemala, la asistencia social que jam¨¢s han recibido. Los magros resultados del llamado "Consenso de Washington", junto con la impopularidad de George Bush y el lirismo tropical de Ch¨¢vez y Cuba, coadyuvan al ¨¦xito de la campa?a. M¨¢s all¨¢ de la discusi¨®n sobre los m¨¦ritos y defectos de las respectivas teor¨ªas econ¨®micas, este bloque pone en peligro los avances regionales anti-dictatoriales de los ¨²ltimos a?os.
Ambos bandos contienden por el alma latinoamericana, pero con recursos muy desiguales. El partido de la modernidad carece de dinero, armas y sobre todo de la "m¨²sica" necesaria para convencer de sus bondades. Nadie aspira a liderar el esfuerzo consistente en refutar las falacias de la embestida populista, y en cantar las loas -que pueden parecer derechistas- de la democracia y la ortodoxia marco-econ¨®mica. Por eso van ganando los unos, y perdiendo los otros. Brasil jam¨¢s va a romper con su vecino venezolano: adem¨¢s de la frontera y su tradici¨®n de aislacionismo altanero, Lula enfrenta un ala izquierda dentro de su partido que acepta su alineamiento neo-liberal a cambio de recurrentes saludos ret¨®ricos a la bandera anti-imperialista. Michele Bachelet en Chile podr¨ªa volverse la heralda de los ¨¦xitos de su pa¨ªs, pero entre sus tribulaciones internas, su reticencia personal y las dimensiones de su patria, prefiere apartarse, quiz¨¢s con raz¨®n y no desdibujarse ante su pasado de izquierda. Es-
pa?a, que ha desempe?ado este papel en el pasado, oscila entre las ventas militares y la abstenci¨®n, debido a la vocaci¨®n interna de Rodr¨ªguez Zapatero y su renuencia al protagonismo latino. Y pa¨ªses peque?os como Costa Rica, dotados de liderazgos innegables como el de ?scar Arias, sufren las consecuencias de sus actos: al tratar de enfrentar a Ch¨¢vez, Arias se gan¨® recientemente el derecho a que el bolivariano de Barinas le cerrara una f¨¢brica de aluminio perteneciente al Gobierno venezolano.
Per¨², Colombia y Uruguay podr¨ªan participar en el combate, pero cada uno padece vulnerabilidades evidentes: ?lvaro Uribe una frontera con Venezuela, Alan Garc¨ªa un mandato precario. El presidente Tabar¨¦ V¨¢zquez pagar¨¢ cara su audacia de invitar a Bush a Montevideo el pr¨®ximo 9 de marzo: Ch¨¢vez y su vecino N¨¦stor Kirchner le preparan una magna contra-manifestaci¨®n al "diablo", como le dice Ch¨¢vez, del otro lado del R¨ªo de la Plata. En s¨ªntesis, s¨®lo un pa¨ªs puede subirse al cuadril¨¢tero ideol¨®gico contra Ch¨¢vez y los Castro, a condici¨®n de contar con aliados variopintos y generosos, sobre todo donde hay dinero: en Washington y Bruselas. Se trata, obviamente, de M¨¦xico.
Por las dimensiones del pa¨ªs, por la historia de ¨¦xito -relativo, sin duda- de los ¨²ltimos a?os, por los atributos de su nuevo presidente, y por la diversidad de los intereses mexicanos en Am¨¦rica Latina, M¨¦xico y Felipe Calder¨®n pueden darle la pelea pol¨ªtica al otro bando. Calder¨®n es bueno para el debate, porque le gusta; M¨¦xico posee intereses reales en Venezuela, Centroam¨¦rica, Ecuador, y por supuesto en Brasil y Chile. Ya existen antecedentes: tanto Ernesto Zedillo como Vicente Fox procuraron rebatir y derrotar ideol¨®gicamente a Ch¨¢vez y a Fidel Castro, con menor o mayor suerte: la opini¨®n p¨²blica lo aprob¨®, las ¨¦lites pol¨ªticas e intelectuales del pa¨ªs, no. Nadie como Calder¨®n puede defender el sendero democr¨¢tico, globalizado, moderno y social del primer bloque; nadie como ¨¦l puede exhibir las trampas y mentiras del segundo. No es el debate que algunos quisi¨¦ramos: entre una izquierda moderna, y una centro-derecha liberal. Pero es el debate que hoy se impone en Am¨¦rica Latina. Sin embargo Calder¨®n abriga dudas, y Washington no le facilita las cosas.
Su escepticismo se alimenta de dos fuentes. Se ve tentado de buscar, al costo que sea, el apoyo interno del PRI, y de modo m¨¢s improbable, del PRD, para impulsar las reformas que el pa¨ªs indudablemente necesita. Y en efecto, una cruzada contra el bloque populista provocar¨ªa la ira de sus adeptos en M¨¦xico, sin hablar de la de los ac¨®litos de Cuba. Por eso Calder¨®n titubea, aunque disfrace su indecisi¨®n detr¨¢s de la no-intervenci¨®n y el deseo de llevarse bien con todos. Pero el PRI no le va a hacer ning¨²n regalo a un Gobierno calderonista cada d¨ªa m¨¢s monocrom¨¢tico, pase lo que pase en Caracas y en Am¨¦rica Latina; Ch¨¢vez y La Habana perseverar¨¢n en su proyecto hemisf¨¦rico, haga M¨¦xico lo que haga para evitar conflictos con ellos.
El problema es que Bush no le ofrece a M¨¦xico y a su presidente la cobertura pol¨ªtica necesaria para emprender esta batalla, sin quedar colocados en un conservadurismo indefendible. Si lo hace sin mostrarle al pueblo de M¨¦xico las ventajas de una relaci¨®n conveniente con el vecino del norte, la demagogia nacionalista del PRI y de L¨®pez Obrador terminar¨¢n por imponerle a Calder¨®n el retorno a la vieja pol¨ªtica exterior mexicana del avestruz. En cambio, si para su inminente gira latinoamericana, por ejemplo, Bush trajera en sus alforjas los recursos, los acuerdos comerciales y la asistencia para los pa¨ªses peque?os, y la tan anhelada y postergada reforma migratoria integral, para casi todos, M¨¦xico podr¨ªa, por inter¨¦s propio -no como quid pro quo-, lanzarse bien apertrechado a una guerra ideol¨®gica que nadie m¨¢s puede dar, y que es indispensable e impostergable. Que M¨¦xico contenga con palabras e ideas al frente a Ch¨¢vez-La Habana-La Paz-Buenos Aires-Managua es mil veces mejor, y menos derechista que, por default dejar la tarea en manos de otros, con otras predilecciones.
Jorge Casta?eda fue secretario de Relaciones Exteriores de M¨¦xico desde 2000 a 2003. Actualmente es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.
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