La emoci¨®n sin frenos

La ¨®pera, qui¨¦n puede dudarlo a estas alturas, es el g¨¦nero de las emociones y si son fuertes mejor. Unas veces la m¨²sica se impone a libretos imposibles. Pero otras sabe adaptarse a historias bien contadas hasta que, sin prisa y sin pausa, en un par de horas, consigue convertirlas en lecciones de humanidad. Eso pasa en La boh¨¨me con el pretexto de una historia bien f¨¢cil de resumir: Rodolfo y Mim¨¬, dos jovenzuelos que est¨¢n a la cuarta pregunta, se enamoran. Llegan los celos y la separaci¨®n pero los reunir¨¢ la muerte para que ella se pueda despedir de ¨¦l. En el fondo, nada m¨¢s que una peque?a tragedia protagonizada por gente insignificante que al d¨ªa siguiente no detendr¨¢ ni un segundo la vida del Par¨ªs de 1830 donde la acci¨®n tiene lugar. Sin embargo, tambi¨¦n, un drama que ha hecho llorar de emoci¨®n a generaciones enteras de aficionados a la ¨®pera y hasta convencido a los j¨®venes reci¨¦n llegados al g¨¦nero de que val¨ªa la pena perseverar. La cr¨ªtica, a veces tan roma ante el futuro, recibi¨® negativamente el estreno en Tur¨ªn, el 1 de febrero de 1896. En el foso estaba un joven director con un buen futuro por delante: un tal Arturo Toscanini.

El libreto de La boh¨¨me est¨¢ basado en las medio autobiogr¨¢ficas Escenas de la vida de bohemia, de Henri Murger -publicadas por entregas a partir de 1845-, pero sus libretistas Illica y Giaccosa le dieron un recorte al dram¨®n y lo convirtieron en una pieza de buena relojer¨ªa, graduando bien sus l¨ªneas de fuerza y controlados ellos mismos en todo momento por un m¨²sico que les pon¨ªa de los nervios. Un Puccini que en la cuarta de sus ¨®peras se desliga claramente del verismo de moda entonces porque lo que hace es, con las armas del genio, convertir un trozo de vida en una muestra universal y permanente. No olvidemos que Puccini -orgulloso y consciente de su propio valor- era un compositor atra¨ªdo por las novedades, que se interes¨® en sus ¨²ltimos a?os por la m¨²sica de Sch?nberg y a quien Stravinski admiraba de coraz¨®n. Pero lo que le aleja del verismo es que siempre juega limpio. Las emociones no llegan en bruto sino envueltas en una admirable calidad de escritura, lo mismo aqu¨ª que en Tosca o que en Madama Butterfly. El dueto del primer acto, desde la sorpresa de Rodolfo -"Che bella bambina!"- que le cuenta a ella que es un don nadie, y ella a ¨¦l que se llama Mim¨¬, hasta esa palabra "amor" que lo cierra, es una pieza simplemente soberbia de verdadero melodrama. El segundo acto es un prodigio de entrecruzamiento de acciones distintas -enamorados, ni?os, militares- en un espacio que suele permitir a los directores de escena apuestas muy vistosas. El tercero, un revelador an¨¢lisis del alma de los protagonistas, y el cuarto, un ejemplo de tensi¨®n emocional.

As¨ª que eso, a emocionarse sin concesiones y a tope. Y si se llora que sea sin miedo y sin verg¨¹enza. Aqu¨ª est¨¢n el amor y la muerte, la esperanza y la fatalidad, la bronca y el perd¨®n, el dinero y la miseria en una sola pieza. Un pedazo duro y hermoso de realidad.

La versi¨®n de La boh¨¨me que EL PA?S ofrece a sus lectores est¨¢ llena de atractivos. Grabada en 1955 y publicada inicialmente por la firma EMI -fue el primer registro estereof¨®nico de esta ¨®pera-, presenta una pareja de protagonistas de verdadera leyenda. Mim¨¬ es una encantadora, elegante y exquisita Victoria de los ?ngeles, entonces en su mejor momento. Su encarnaci¨®n del personaje es a la vez dulce y carnal, sin que lo ingenuo se coma a lo sensual. Jussi Bjorling, el m¨ªtico tenor sueco, es un Rodolfo impetuoso y de una brillantez casi insultante. Robert Merrill, el bar¨ªtono americano todoterreno que cant¨® 900 veces en el Metropolitan de Nueva York, es un Marcello eficaz; Lucine Amara, una cumplidora Musetta, y Giorgio Tozzi, un formidable Colline. Sir Thomas Beecham dirige con inteligencia y pasi¨®n, dej¨¢ndose llevar por una m¨²sica cuya belleza pareciera arrebatarle. Como a unos cantantes -sobre todo esa fabulosa pareja de protagonistas- a los que apoya con plena sabidur¨ªa.