Ejercicio de valent¨ªa y lucidez
La reflexi¨®n literaria que deber¨ªa acompa?ar al creador a lo largo de su producci¨®n po¨¦tica o novelesca no es frecuente en nuestras tierras y ello explica que quienes alcanzan un cierto reconocimiento, y con ¨¦l la codiciada visibilidad, escriban ya con la mente fija en su p¨²blico lector, y con las convenientes variaciones tem¨¢ticas, le ofrezcan m¨¢s de lo mismo a fin de mantener y en lo posible aumentar la cifra de sus ventas. Por dicha raz¨®n, ?Otra maldita novela sobre la guerra civil! (Seix Barral) nos depara una agradable sorpresa: su autor, Isaac Rosa, reedita una obra suya escrita siete a?os antes titulada La malamemoria (Del Oeste Ediciones) y concede la palabra a un "impertinente lector" que la satiriza -la "sabotea", se lamenta- y no deja obispo con mitra ni ilusionista con chistera. El vand¨¢lico exegeta pone en la picota la verosimilitud de su relato hist¨®rico, el convencionalismo de las situaciones y personajes, la reiteraci¨®n del encuadre paisaj¨ªstico, la prosa engolada y huera fruto de esa zafia voluntad de estilo que "infecta", dice, la literatura de nuestro tiempo. El llamamiento impl¨ªcito a la rebeli¨®n de los lectores, observa ir¨®nicamente Isaac Rosa, resulta preocupante en cuanto corre el riesgo de extenderse a todas las novelas del g¨¦nero, esto es, el de la recuperaci¨®n de la memoria de la Guerra Civil. ?Qu¨¦ ocurrir¨ªa si cundiera ese mal ejemplo, se pregunta con fingida inquietud, y si los lectores perdieran "el debido respecto al autor, esto es, a su autoridad", y acabaran "no ya critic¨¢ndolo, sino hasta mof¨¢ndose de ¨¦l, desnud¨¢ndolo en la plaza p¨²blica?".
El autor no se enfrenta ya a una realidad que dej¨® de existir antes de la muerte de Franco sino a una descripci¨®n de la fotograf¨ªa de la realidad, a lo que Isaac Rosa llama con acierto la fotoliteratura
Como todos los arquetipos narrativos bien establecidos, el desmenuzado por Isaac Rosa parte de una b¨²squeda. Si en las novelas de caballer¨ªa ¨¦sta era de aventuras; en la picaresca, de un amo; en la policiaca, del autor de un crimen, etc¨¦tera, actualmente una buena parte de la literatura de ficci¨®n urdida en torno a lo acaecido hace siete d¨¦cadas arranca de una investigaci¨®n desde el presente: "Sobre hechos del pasado, a partir de alg¨²n elemento casual, dudoso y enigm¨¢tico (en este caso, un pueblo desaparecido y negado). Todo lo cual, siguiendo el previsible esquema com¨²n a tantas novelas de los ¨²ltimos a?os (la investigaci¨®n a partir de un hallazgo fortuito de alg¨²n episodio oculto del pasado), desemboca en el inevitable descubrimiento de...
?Un secreto de la guerra civil!".
El narrador de La malamemo
ria, crecido a la sobra de la dictadura de cuyo engranaje fue una pieza min¨²scula -viv¨ªa de la redacci¨®n de memorandos, ponencias y discursos de gobernadores, alcaldes y otros personajes oficiales de segunda fila-, recibe el encargo de la viuda de Gonzalo Mari?as -un prohombre del antiguo r¨¦gimen, conocido en los ¨²ltimos a?os de ¨¦ste por sus posiciones abiertas y dialogantes- de reivindicar la memoria del difunto. Acosado por una turbia campa?a de la prensa reci¨¦n liberada de los grillos de la censura -la acci¨®n se sit¨²a en 1977- en la que se denunciaba el papel represor que habr¨ªa desempe?ado durante la guerra e inmediata posguerra, Mari?as hab¨ªa puesto fin a sus d¨ªas -luego nos enteramos que permanece oculto, como un topo de lujo-, y la desconsolada y muy convencional viuda que quiere que un negro redacte sus memorias ficticias con objeto de desmontar las calumnias que le condujeron a su final tr¨¢gico. Santos acepta, claro est¨¢ -?si no, no habr¨ªa novela!-, y a partir de unos exiguos y poco convincentes materiales escritos y fotogr¨¢ficos se pone manos a la obra -o, por mejor decir, zozobra- de componer un relato en el que no cree. Afortunadamente para ¨¦l, el autor y el lector, da con una vieja foto del prohombre -un Gonzalo Mari?as, joven elegante, montado a caballo, con su sombrero campesino ladeado- en cuyo reverso figura una sola palabra: Alcahaz. Para escapar a la monoton¨ªa de su embarazoso trabajo, con una intuici¨®n que se revela infalible, y pese a que la viuda finge ignorar la existencia de una aldea con este nombre, parte a la b¨²squeda del misterioso caser¨ªo enclavado, conforme a un viejo mapa, en las serran¨ªas almerienses pr¨®ximas a Lubr¨ªn. Una vez all¨ª, su indagaci¨®n tropieza con el silencio y la hostilidad de cuantas personas interroga. Su curiosidad irrita a los funcionarios del ayuntamiento y, tras recibir un par de manotazos, resuelve, entrada ya la noche, rastrear ¨¦l mismo la zona en la que la aldea abolida y maldita debi¨® de estar situada cuarenta a?os antes. Con id¨¦ntica corazonada, detiene su autom¨®vil junto a la cuneta y se aventura con ayuda de una linterna de bolsillo hasta dar con la pista forestal que conduce a ella: un lugar habitado por fantasmas, como la Comala de Rulfo. Al punto, una anciana surgida de las sombras le gu¨ªa hasta la luz plomiza de un televisor y le muestra, c¨®mo no, la misma fotograf¨ªa de Mari?as hallada casualmente en un libro de la biblioteca de la viuda. A partir de entonces, todo se desenvuelve conforme a la l¨®gica del relato: la revelaci¨®n de la matanza de los aldeanos por el cacique Mari?as, la ruina y abandono de la aldea, la existencia ignorada de media docena de ancianas que aguardan desde hace cuarenta a?os el retorno de sus maridos muertos...
En el interior del relato expositivo -lo sabemos desde Plat¨®n- cuenta menos la verdad, a veces indemostrable, que la verosimilitud. El lector, ajeno a los sucesos narrados, juzgar¨ªa verdadero al m¨¢s veros¨ªmil. Estamos lejos de los siglos en los que, como en Las mil y una noches, se refer¨ªan hechos y aventuras fant¨¢sticas y reencuentros incre¨ªbles, como los que acaecen a¨²n en el cine popular hind¨². Desde el Quijote, las peripecias narradas engarzan unas con otras en virtud de una motivaci¨®n del h¨¦roe, cuyo car¨¢cter deja de ser meramente funcional para adquirir una cierta consistencia psicol¨®gica que se adensar¨¢ con el hilo del tiempo hasta alcanzar esta tercera dimensi¨®n realista de la novela del siglo XIX.
En el caso de los relatos sobre la memoria hist¨®rica de la Guerra Civil, como el de la novela juvenil de Isaac Rosa y, por extensi¨®n, el de las docenas y docenas de obras literarias publicadas en Espa?a durante la ¨²ltima d¨¦cada, nos hallamos ante un ejemplo de formalizaci¨®n tem¨¢tica -de "inflaci¨®n", nos dice el autor- cuyos efectos en la trivializaci¨®n y acartonamiento no pueden subestimarse en la medida en que gastan y ponen en entredicho su verosimilitud. ?C¨®mo devolver la palabra a personas de una ¨¦poca extinta y que s¨®lo conocemos a trav¨¦s de fotograf¨ªas, de otros libros y, peor a¨²n, de pel¨ªculas sobre el tema? La po¨¦tica de la novela tiene unas reglas distintas de las del relato hist¨®rico, pero no puede basarse en premisas ideol¨®gicas ni someterse a los ama?os y trampas de una realidad mal conocida. Algunas obras que he hojeado incurren en ambos defectos, y el resultado es previsiblemente mediano, ni quitan ni a?aden nada al g¨¦nero en el que se inscriben y podr¨ªan no existir sin que ¨¦ste sufriera cambio alguno.
Otro defecto propio de este tipo de novelas es el retrato libresco de la pobreza del sur: como el de este Lubr¨ªn almeriense en cuyas cercan¨ªas se halla la Comala maldita de Alcahaz. Si la consabida escenograf¨ªa del atraso rural respond¨ªa a una realidad en tiempos de Brenan e incluso hace medio siglo, en la ¨¦poca de mi viaje al Campo de N¨ªjar, enfrenta al autor de hoy a una foto fija que, a fuerza de reiterada, se ha convertido en clis¨¦. En 1957, aunque consciente de mi sujeci¨®n a las normas del relato de viaje y a la influencia de mis predecesores, trataba de retratar una pobreza que hoy calificar¨ªamos de tercermundista desde el prisma de una lectura moral, a medio camino entre la fascinaci¨®n est¨¦tica y un didactismo primario, sin conseguirlo del todo. En 2007 la empresa es mucho m¨¢s ardua: el autor no se enfrenta ya a una realidad que dej¨® de existir bien antes de la muerte de Franco sino a una descripci¨®n de la fotograf¨ªa de la realidad, a lo que Isaac Rosa llama con acierto la fotoliteratura. Al desmontaje de la ambientaci¨®n de la ¨¦poca, convertida ya en postal tur¨ªstica, el "impertinente lector" de La malamemoria agrega la cr¨ªtica de unos personajes previsibles, "sobreactuados", que responden a las expectativas del lector perezoso. La referencia al tabaco en cuanto sobado recurso literario me hizo re¨ªr: como escrib¨ª recientemente al evocar mis relatos de viaje por Almer¨ªa, yo mismo incurr¨ª en tal delito. A fin de pegar la hebra con mis interlocutores les ofrec¨ªa "no s¨®lo mis entonces adorados Gitanes filtre, sino tambi¨¦n apestosos Ideales cancer¨ªgenos". ?Por razones de salud p¨²blica, las trabas impuestas al uso p¨²blico del tabaco deber¨ªan extenderse al ¨¢mbito de nuestra novel¨ªstica!
Tras la l¨²cida demolici¨®n de su
propia novela -y no lo olvidemos del g¨¦nero fosilizado en el que se inserta-, Isaac Rosa apunta a los extremos entre los que oscilan: el de un cainismo secularmente arraigado en nuestra fatal Pen¨ªnsula y el de la humanizaci¨®n del conflicto mediante ficciones propicias a conclusiones del tipo "en los dos campos hubo buenos y malos" o "al fin y al cabo todos fuimos culpables". Si el m¨®vil de la venganza, del rencor acumulado durante generaciones -al que se refiri¨® Cernuda en su bello poema de Las nubes dedicado a Garc¨ªa Lorca-, fue una triste e innegable realidad, el designio de los militares alzados contra la Rep¨²blica de exterminar a cuantos propiciaron su proclamaci¨®n y lucharon por ella se fundaba en las premisas ideol¨®gicas necesarias al establecimiento del Estado Nuevo, paralelo, aunque no copia exacta, del creado por los nazis y fascistas italianos. La culpabilidad gen¨¦rica y el m¨®vil de la venganza diluyen as¨ª la responsabilidad de Franco y los suyos -militares, falangista, terratenientes, banqueros y aquella impenitente jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica que bendijo la matanza y le enhest¨® al rango de Cruzada- en una sopa de letras y baile de cifras que propician la v¨ªa sentimental de la reconciliaci¨®n entre hermanos igualmente convictos de ceguera y crueldad.
Confiemos en que el brillante ejercicio de cr¨ªtica y autocr¨ªtica del autor de ?Otra maldita novela sobre la guerra civil! contribuya a rescatar el g¨¦nero del formalismo tem¨¢tico que lo amenaza. Le corresponde a ¨¦l -y a otros novelistas innovadores- pasar de la parodia de los clis¨¦s existentes a la formulaci¨®n de una propuesta literaria nueva y m¨¢s conforme al nivel actual de nuestros conocimientos sobre la guerra. Contar¨¢n para ello con el apoyo del lector despierto y por consiguiente rebelde a una autoridad narrativa asentada en bases fr¨¢giles y perecederas.
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