Descr¨¦dito del h¨¦roe
Lo m¨¢s heroico que he visto hace tiempo es la historia de Le¨®nidas. Un h¨¦roe mitificado por el cine, mitificado por la historia, por la leyenda. Aquel gran guerrero, el rey de Esparta que defendi¨® con gloria y muri¨® con m¨¢s gloria en el paso de las Term¨®pilas frente al muy superior ej¨¦rcito del abus¨®n rey de los persas, del amanerado Jerjes. Es una heroicidad de cine, de una nueva visita a las pel¨ªculas de romanos, quiero decir de griegos, de espartanos, que pronto podr¨¢n ver en casi todas las pantallas. No habr¨¢ nueva ley del cine que lo impida.
Y tampoco hay razones para impedir que una pel¨ªcula divertida, heroica y reivindicadora del concepto de libertad del hombre occidental arrase en las taquillas mundiales para todos los p¨²blicos. Una pel¨ªcula de Hollywood que toma el buen partido frente a las depravaciones que vienen de Oriente y la esclavitud que viene de los fanatismos del Sur. Es como una de aquellas de colosos, de cuadrigas, de esclavos, pan y circo que ve¨ªamos cuando fuimos tan peque?os, pero con m¨¢s tecnolog¨ªa y menos extras.
Yo miraba a Le¨®nidas en la pel¨ªcula, y realmente es la imagen que uno tiene de un h¨¦roe, de un superhombre que sabe que para conseguir la libertad ten¨ªa que luchar con mucha ira. Claro que Le¨®nidas es un gran mito. Aunque fuera un perdedor en la batalla, era un triunfador para la gloria. Adem¨¢s, sab¨ªa organizar unas manifestaciones, unas palabras y unos seguidores muy, pero que muy bonitos. Pero, eso s¨ª, pocos y elegidos. Los mejores trescientos espartanos. Despu¨¦s de ver la pel¨ªcula me dio por pensar en esos otros manifestantes occidentales tan empe?ados en imponer su verdad aunque sea mentira. Y esos ej¨¦rcitos desarmados, abanderados pero muy pocos seleccionados -nada que ver con el selectivo rigor espartano- que formaron las multitudes de esos dem¨®cratas, quiero decir de esos guerreros de la Espa?a ca?¨ª, del pensamiento navarro y otros himnos, tambi¨¦n estaban siguiendo a su l¨ªder. Y all¨ª estuvo, por all¨ª repite, por otro lado resopla y se mantiene firme, tambi¨¦n barbado como noble espartano. Y yo, desde mi peque?ez de espectador, no soy capaz de ver lo heroico. Y me acerco a ese "navegante solitario", al que pasa de sus ochenta a?os y sigue se?alando las mentiras desde sus poes¨ªas, desde ese ¨²ltimo y necesario Manual de infractores. Me acerco a Caballero Bonald mirado, contado por muchos en esa revista siempre viva que es Litoral. Y all¨ª recuerdo aquellos versos que estaban refugiados en su libro para desacreditar h¨¦roes: h¨¦roes tan lerdos como estampas / de beatos, tambi¨¦n / como reliquias oriundas / de tristes ¨¦mulos de nada... h¨¦roes palurdos, prenatales, g¨¢rrulos / tan zafios como ¨ªdolos / de aldea, orlados / con el laurel o la ovaci¨®n / que a una com¨²n estolidez adeudan, / s¨®lo la historia a la que pertenecen / pudo engullir tan deleznable historia.
Los desacreditados h¨¦roes de una naci¨®n que no les necesita, ni les reclama, deber¨ªan mejorar sus formas, sus discursos y sus canciones. Tambi¨¦n deber¨ªan cambiar de pelotillas, de voceros y de bocazas. O no, que sigan, que suban el tono, que abunden en sus coplas, en sus himnos y en sus insultos. Siempre habr¨¢ un Caballero Bonald para que, sin gritos, sin prisas, sin pausas, sin academicismos, les sepa decir lo que muchos pensamos, pero que lo diga ¨¦l por versos o por prosas. Cuidado con los poetas. Es decir, cuidado con la falta de poetas. Sin ellos es dif¨ªcil convencer de la verdad de tantas cosas. La mejor Espa?a, tambi¨¦n la peor, nos la han contado y cantado los poetas. No se puede uno fiar de un proyecto de futuro donde no haya poetas. O si los hay -si me acuerdo de algunos- est¨¢n demasiado escondidos detr¨¢s de tantas banderas. Y no los busquen en el caf¨¦ Gij¨®n, ya no quedan poetas en el caf¨¦. No quedan ni bohemios. Quedan, que les dure, los camareros caballeros como Pepe B¨¢rcena, como Onofre Vila. Y quedan algunos de los actores que tampoco van a esas manifestaciones de tantas, demasiadas, banderas. Aunque les hubieran buscado no los habr¨ªan encontrado. No lo habr¨ªa permitido el poeta, el versificador Pedro Beltr¨¢n, que tanto se alegraba de cualquier invitaci¨®n a comer o beber, que se alegraba hasta las puertas del infarto, pero que mandaba en su pobreza. A aquel ni?o de Cartagena que confundi¨® a Manuel Aza?a con los Reyes Magos no le habr¨ªan conseguido invitar despu¨¦s de haber estado en algunas manifestaciones. No le gustaba mezclarse con gente de ese porte, de ese estilo, de esa tropa. No le busquen, se fue sin decir adi¨®s. Sus cenizas estar¨¢n cantando zarzuelas republicanas. Sus amigos nos volveremos a preguntar d¨®nde estaba su arte para haber trabajado tan poco en ochenta a?os. Un h¨¦roe de la clase no trabajadora. Un tipo corriente. Pen¨²ltimo superviviente de una bohemia a destiempo e inexistente. Un espa?ol de otro tiempo. Un amigo del tiempo de los sainetes.
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