La felicidad
Ahora que hay decenas de libros que nos explican el camino hacia la felicidad es el momento de hacer caso a lo que dicen al respecto los m¨¢s rigurosos expertos. De acuerdo con las conclusiones de un estudio elaborado por profesores de la escuela de negocios IESE y de la Anderson School of Management de la Universidad de California, el dinero proporciona la felicidad siempre que se tengan en cuenta determinadas normas y algunos matices.
La investigaci¨®n, por ejemplo, cifra en 11.500 euros los ingresos m¨ªnimos necesarios para ser feliz. Con menos, el ser humano es obligadamente infeliz; con m¨¢s, la felicidad puede complicarse pues el derroche o la insaciabilidad pueden arruinar los beneficios de la riqueza. Para corroborarlo, en la informaci¨®n sobre este estudio se cita un interesante an¨¢lisis sobre los pobres ganadores de un gran premio que s¨®lo experimentan un aumento de la felicidad el primer a?o pero luego, acostumbrados y acomodaticios, ya no sienten el goce de ser ricos e incluso pueden llegar a un sentimiento de fracaso. Lo mismo ocurre, gracias a la envidia, al comprar objetos de lujo; arrebatadores al principio, se convierten en pura bisuter¨ªa si el vecino acaba de adquirir un objeto todav¨ªa m¨¢s lujoso. La alegr¨ªa es breve en casa del rico si de pronto descubre la presencia de otro m¨¢s rico que ¨¦l.
El profesor Manuel Baucells, del IESE, uno de los autores de la investigaci¨®n sobre tan delicada materia, tiene, no obstante, una propuesta, al menos con respecto a los desafortunados ganadores de la loter¨ªa: "Si te tocan un mill¨®n de euros, debes hacer tus c¨¢lculos para que la mejora de tu situaci¨®n sea paulatina y gastar s¨®lo un 1% de lo ganado el primer a?o, un 2,5% al siguiente, y as¨ª progresivamente hasta alcanzar incrementos del 20% y el 30%".
Est¨¢ bien visto, pero se pueden hacer importantes objeciones al plan. De entrada, ¨²nicamente asegura la felicidad de los bancos, probables depositarios del dinero del apostador; y los bancos no necesitan ser felices porque ya lo son por definici¨®n (?han comprobado ustedes los beneficios bancarios del ¨²ltimo ejercicio, no en porcentajes, que es como informan los peri¨®dicos, sino en cifras contantes y sonantes?). Tampoco deber¨ªa despreciarse la eventualidad de que La Parca se lleve por delante al ganador de la loter¨ªa y se vaya al otro mundo sin disfrutar de su magn¨ªfica suerte. Por ¨²ltimo, habr¨ªa que recordar que el m¨¦todo propuesto por el profesor Baucells, si bien evitar¨ªa que nuestro apostador cayera en el pecado de la prodigalidad, incrementar¨ªa el riesgo de que se perdiera en el de la avaricia al disfrutar, no tanto de los placeres terrestres, cuanto de la vertiginosa visi¨®n del dinero amontonado en una cuenta bancaria o en un fondo de inversi¨®n.
Teniendo en cuenta estos factores, y aun discrepando del profesor Baucells, yo aconsejar¨ªa al venturoso apostador que gastara con entusiasmo el dinero ca¨ªdo del cielo. Primero, para no excitar todav¨ªa m¨¢s la feliz codicia de los bancos; segundo para ser m¨¢s veloz que los accidentes imprevistos del destino; tercero, para no precipitarse en la tentaci¨®n de la avaricia, delito condenado por Dante en uno de los peores c¨ªrculos del infierno. Ya s¨¦ que en las pel¨ªculas los atracos perfectos se vuelven imperfectos porque los atracadores se lo gastan todo demasiado r¨¢pido. Pero mientras tanto lo disfrutan.
En cualquier caso lo que m¨¢s me ha llamado la atenci¨®n del mencionado estudio, o de la noticia sobre ¨¦l que aparec¨ªa en este mismo peri¨®dico, es un gr¨¢fico que relacionaba detalladamente, y por pa¨ªses, los ingresos y el nivel de felicidad. No me ha extra?ado ver a Moldavia, Ucrania y Rusia en el fondo del pozo de la infelicidad. Sin embargo, me ha llamado la atenci¨®n que Islandia encabezara la lista de los pa¨ªses felices, no porque tenga nada contra la hermosa isla solitaria, sino porque, no hace mucho, vi en otro estudio de otros profesores que Islandia detentaba el m¨¢s alto ¨ªndice de suicidios en todo el mundo. Si ambos estudios, el de la felicidad y el del suicidio, llevan raz¨®n hab¨ªa que concluir que los islandeses son, simult¨¢neamente, los m¨¢s gozosos y los m¨¢s tristes. Y esto ser¨ªa un interesante descubrimiento.
Algo aproximado suced¨ªa con los segundos en el ranking, los pa¨ªses n¨®rdicos. Sus ciudadanos eran casi tan felices como los islandeses. Sin embargo, por los mismos d¨ªas en que se hizo p¨²blico el estudio se edit¨® aqu¨ª la ¨²ltima novela del escritor finland¨¦s Arto Paasilinna, Delicioso suicidio en grupo, en la que se habla de la obstinada inclinaci¨®n de sus compatriotas a quitarse la vida. Como los islandeses, los finlandeses tambi¨¦n pasar¨ªan a engrosar las filas de los que se sienten felices y desgraciados.
No hace falta remontarse al Polo Norte para observar
dicha paradoja. Los espa?oles (grandes mentirosos al responder a las encuestas) se declaran tambi¨¦n muy felices y otro tanto sin duda opinar¨ªan los barceloneses. Al menos eso es lo que opinan de la ciudad los extranjeros que se aprestan a hacer turismo en ella: Barcelona felix. Tal vez. No obstante, hace unos meses, me sorprendi¨® leer, en La Vanguardia, un titular, a toda p¨¢gina, que anunciaba el suicidio como la causa primera de muerte en Barcelona. Casi nadie ha hablado de esto. O es que somos, como los islandeses, felices y suicidas al mismo tiempo. Los profesores que hagan el pr¨®ximo estudio deber¨ªan tener en cuenta este enigma.
?El dinero proporciona la felicidad? Quiz¨¢, quiz¨¢, quiz¨¢, como en la canci¨®n. A finales del siglo XIX circulaba por la literatura europea un cuento con varias versiones. Una de ellas relataba que un pobre bur¨®crata se hab¨ªa hecho rico repentinamente por la intervenci¨®n del genio de una botella. Dispon¨ªa de un dinero que jam¨¢s hubiera so?ado. Se hizo los mejores trajes y luego acudi¨® a los mejores restaurantes. Entonces empezaron las dificultades. No entend¨ªa los complejos nombres de los platos ni ten¨ªa la menor idea del caldo que deb¨ªa escoger en la voluminosa carta de vinos. Adem¨¢s, ten¨ªa la impresi¨®n de que todos se re¨ªan de ¨¦l tom¨¢ndolo por el nuevo rico que efectivamente era. Al repetirse la situaci¨®n cada d¨ªa era un suplicio. Hasta que lleg¨® una noche en que, amenaz¨¢ndole con matarse, exigi¨® al genio de la botella que lo restituyera a su antigua condici¨®n de pobre bur¨®crata. No sabemos si lo logr¨®.
Claro que hoy d¨ªa las cosas ser¨ªan diferentes y nuestro personaje ya no temer¨ªa ser un advenedizo en un mundo en el que lo excepcional es no comportarse como un nuevo rico.
Rafael Argullol es escritor.
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