El lamento de los heridos
Miles de v¨ªctimas de Irak y Afganist¨¢n sufren la burocracia y el olvido cuando vuelven a EE UU desde el campo de batalla
Es viernes por la noche, y como cada viernes por la noche, los manifestantes antiguerra levantan sus pancartas frente a la verja de entrada del hospital militar Walter Reed. "Amamos a nuestras tropas; odiamos la guerra; traed a las tropas a casa ya". Se cumple el cuarto aniversario de la invasi¨®n de Irak. Esta noche lluviosa hay m¨¢s activistas. Del otro lado de la valla, m¨¦dicos militares esperan la nueva remesa de heridos llegados desde Irak que acaban de aterrizar en la base militar de Andrews.
Es por la ma?ana. Camionetas de fontaneros; camionetas de pintores; camionetas del servicio de limpieza... Los veh¨ªculos aparcados a la entrada del Walter Reed dan una idea de lo que sucede dentro. Se est¨¢ lavando la sucia cara que ten¨ªa la joya de la corona de la medicina castrense tras m¨¢s de cinco a?os y medio recibiendo heridos, lisiados, incapacitados psicol¨®gicos en la guerra contra el terrorismo iniciada tras el 11-S.
El Ej¨¦rcito se ha movilizado. Los pintores han cubierto las manchas de moho con pintura fresca resplandeciente. Los fontaneros arreglan las goteras. Los barrenderos cubren con lej¨ªa los malos olores y las inoportunas manchas que retrat¨® el diario The Washington Post el pasado mes de febrero.
"Alguna pintura est¨¢ todav¨ªa fresca", informa Rosa Morales a la salida de su turno de limpieza del hospital. "Ya no se ven ratones, ni cucarachas", prosigue. A juzgar por el despliegue de intendencia, tampoco debe de haber rastro de los colchones baratos sobre los que dorm¨ªan los heridos en Irak ni de las manchas de sangre sin limpiar de las s¨¢banas. "La prensa ha creado mucho revuelo", explica Lance Cody, soldado diagnosticado con estr¨¦s postraum¨¢tico y depresi¨®n tras ver reventar a dos compa?eros cuando su jeep pis¨® un objeto explosivo a las afueras de Bagdad. Las heridas de sus brazos y torso a¨²n son visibles. No se ve su angustia y su miedo. Pero por muy invisible que sea, Cody no sabe si aguantar¨¢ un tercer reemplazo en Irak. "Estoy aturdido, estoy perdido, pero el problema no se limita a la pintura, el problema es m¨¢s de fondo", dice. Cualquier ruido le sobresalta. Las sirenas de las ambulancias le desquician.
Efectivamente. El problema del Walter Reed no reside en las cucarachas o la pintura. El problema radica en la burocracia y el olvido que impide la recuperaci¨®n de miles de soldados retornados de Irak y Afganist¨¢n. As¨ª lo manifest¨® el congresista republicano Tom Davis: "Se puede instalar a todos los heridos en el Ritz, pero no se habr¨¢ solucionado el problema de la escasez de personal y de la burocracia que mantiene a los pacientes en un limbo durante meses".
En el Walter Reed se salva cada d¨ªa a m¨¢s soldados heridos que en ninguna otra guerra. Los avances m¨¦dicos rozan los milagros, como cuenta un doctor que prefiere mantener su nombre lejos de la letra impresa. Pero el caos burocr¨¢tico es comparable a la anarqu¨ªa que los abanderados sufren en el pa¨ªs mesopot¨¢mico. La media de estancia deber¨ªa de ser de 10 meses. Pero existe quien ha estado atrapado en el Walter Reed por dos a?os.
Se quejan los pacientes. Se quejan los enfermeros. Se quejan las familias. De estos ¨²ltimos, aquellos que s¨®lo hablan espa?ol se sienten impotentes y vuelven la mirada en busca de int¨¦rprete en los limpiadores salvadore?os, los cocineros mexicanos o los ch¨®feres peruanos que trabajan en el centro hospitalario. Zulema Calder¨®n, cuyo hijo volvi¨® de la batalla con la cabeza aplastada en su lado izquierdo, lo dej¨® todo para atender a su v¨¢stago, que no es capaz de recordar sus citas m¨¦dicas, que es incapaz de regresar a su habitaci¨®n. Calder¨®n levanta una queja: "Si el Ej¨¦rcito fue capaz de convencer a mi hijo en espa?ol para que fuera a la guerra, el Ej¨¦rcito deber¨ªa de tener un int¨¦rprete para su convalecencia...".
23 pastillas cada d¨ªa
El ni?o mimado de la medicina militar se ha cobrado ya tres v¨ªctimas pol¨ªticas: el director de Salud del Ej¨¦rcito, Kevin Kiley; el general al mando del hospital, George Weightman y el secretario del Ej¨¦rcito, Francis Harvey. El Walter Reed abri¨® en 1909 con 10 pacientes. Desde entonces ha tratado a los heridos de todas las guerras en que EE UU ha participado.
Fred F Dowd toma 23 pastillas. Una detr¨¢s de otra. Diariamente. Por eso no le pareci¨® extra?o que a pesar de estar en una silla de ruedas, con una pierna amputada, Defensa le llamara para que volviera a Irak. "Pens¨¦ que me equivocaba yo", explica, "no tengo bien la cabeza". Es com¨²n. El Ej¨¦rcito "pierde", traspapela los informes. A veces incluso ni tiene constancia de que alguien estuvo en el teatro de operaciones. Un cabo tuvo que aportar fotograf¨ªas suyas y cartas para probar que sirvi¨® a su pa¨ªs hasta tres veces en Irak.
Al sargento David Thomas s¨®lo le queda una pierna. Sufre haber perdido masa cerebral. Pas¨® sus tres primeros meses en el Walter Reed sin una vestimenta adecuada. Fue la Cruz Roja quien le dio en el hospital una camiseta y unos pantalones de ch¨¢ndal. La Administraci¨®n Bush le ha concedido el Coraz¨®n P¨²rpura. Pero no le da ropa interior.
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