Pedro Arrupe, entre la crisis y la incomprensi¨®n
Este a?o se cumple el centenario del nacimiento de dos insignes espa?oles que asumieron altas responsabilidades en la Iglesia: Vicente Enrique y Taranc¨®n, que naci¨® en Burriana el 14 de mayo de 1907, y Pedro Arrupe Gondra, en Bilbao el 14 de noviembre del mismo a?o. A ninguno de los dos se les puede acusar de haber provocado la crisis del cambio religioso. Por el contrario, tuvieron el valor de enfrentarse a fondo con ella, perseverando en una fidelidad que inevitablemente hab¨ªa de resultar conflictiva. Los dos buscaron la reconciliaci¨®n y ambos fueron mal comprendidos por los bandos contendientes.
Perm¨ªtame el lector que dedique estas reflexiones al que fue General de los jesuitas durante el periodo 1965-1983. Acabo de leer el libro de m¨¢s de mil p¨¢ginas Nuevas aportaciones a la biograf¨ªa de Pedro Arrupe (Ediciones Mensajero y Editorial Sal Terrae), donde se recogen los trabajos de 24 especialistas. Al final de esta sustanciosa lectura, surge espont¨¢neamente la pregunta: ?qui¨¦n fue verdaderamente el padre Arrupe? ?Un santo que, por fidelidad al Evangelio y a la Iglesia, abri¨® la Compa?¨ªa de Jes¨²s a las demandas del mundo moderno? ?C¨®mo explicar su mandato en la Compa?¨ªa y su influencia en toda la Iglesia? Esta cuesti¨®n interesa no solamente a los hijos de Ignacio de Loyola, sino a todos los creyentes cristianos y de otras confesiones sensibles al cambio religioso. Pero tambi¨¦n a historiadores y hombres y mujeres del mundo de la cultura, incluso agn¨®sticos, puesto que no se trat¨® s¨®lo de una crisis religiosa sino de humanidad, anterior a ¨¦l y que a¨²n contin¨²a, y ante la que Arrupe se situ¨® de forma ejemplar.
Lleg¨® al gobierno de una de las ¨®rdenes religiosas m¨¢s controvertidas cuando ¨¦sta tocaba el punto m¨¢s alto de su "restauraci¨®n". P¨ªo VII rehabilit¨® el Instituto religioso despu¨¦s de cincuenta a?os de supresi¨®n. Retomaron la historia los supervivientes de aquella afrenta, hombres benem¨¦ritos que, a juicio de los historiadores, ten¨ªan ya poco de com¨²n con el pelot¨®n de j¨®venes universitarios ansiosos de grandes empresas y capitaneados por Ignacio de Loyola, que se ofrecieron al papa Pablo III en 1538. Todo sucedi¨® en un momento y de un modo demasiado apremiantes. El historiador jesuita Jean Claude Dhotel hace notar que aquellos padres de 1814 viv¨ªan todav¨ªa recordando los reinados de Luis XIII y Luis XIV. Segu¨ªan ilusionados con poder gozar de la misma protecci¨®n bajo los Borbones, sin caer en la cuenta de hasta qu¨¦ punto hab¨ªa cambiado la sociedad francesa despu¨¦s de la Ilustraci¨®n, la Revoluci¨®n y su Imperio. El siglo XIX, escribe Andrea Riccardi, "fue el tiempo de la marginaci¨®n del cristianismo de sus posiciones tradicionales en la sociedad europea..., el r¨¦gimen de cristiandad, la alianza y la compenetraci¨®n entre el trono y el altar parec¨ªan casi la ¨²nica condici¨®n en que el cristianismo de Roma pod¨ªa vivir influyente, libre de persecuci¨®n y capaz de cumplir su misi¨®n. De lo contrario sobrevendr¨ªa el caos".
Sin embargo, en 1965, cuando los jesuitas eligen General a Pedro Arrupe, la Compa?¨ªa hab¨ªa llegado a su m¨¢xima expansi¨®n. Eran 36.038, un n¨²mero jam¨¢s alcanzado en la historia, y estaban presentes en m¨¢s de 100 pa¨ªses articulados en 84 provincias. En el mundo cat¨®lico y en la sociedad pol¨ªtica y civil, la Compa?¨ªa de Jes¨²s era percibida como un gran cuerpo compacto, compuesto de te¨®logos, profesores de derecho, directores de casas de retiro, bioqu¨ªmicos, astrof¨ªsicos, educadores, misioneros, confesores de papas, y hasta... un ministro de Estado y alg¨²n guerrillero. Aquella homogeneidad era s¨®lo aparente. Por una parte estaban los pensadores, precursores del Concilio, como el antrop¨®logo y cient¨ªfico Teilhard de Chardin, los te¨®logos Henri de Lubac y Karl Rahner, el escriturista, defensor y promotor del ecumenismo y de la libertad religiosa Agust¨ªn Bea y los pioneros del pensamiento social cat¨®lico y del compromiso por la justicia e igualdad entre las razas John La Farge y Heinrich Pesch, por citar los m¨¢s famosos. Y muy cerca de ellos todos los que sent¨ªan la necesidad de un di¨¢logo sincero y evangelizador con un mundo profundamente transformado. Todo ese torrente caudaloso fue aprovechado por el Concilio.
Del Concilio recibi¨® Arrupe la voluntad, a toda prueba, de llevarlo a la vida. Para ¨¦l no hab¨ªa otro objetivo, en fidelidad al Evangelio y a la Iglesia, que alcanzar a un mundo que se cree autosuficiente, que pretendiendo construirse a s¨ª mismo a golpe de ciencia, de t¨¦cnica y de ideolog¨ªas, se despe?aba en divisiones profundas, ambiciones generadoras de injusticias, injusticias generadoras de pobrezas de todas clases. ?se fue precisamente el objetivo de Juan XXIII al convocar el Concilio.
Por otra parte, dentro de la misma orden, actuaban los defensores de la "antigua doctrina", la que hab¨ªa predominado en la segunda Compa?¨ªa nacida el 1814. No es f¨¢cil comprender que un verdadero "discernimiento ignaciano" les hubiera llevado a concentrar su lucha contra la filosof¨ªa de las Luces. Obsesionados con los errores del marxismo, el evolucionismo y el laicismo, no pod¨ªan mirar con sosiego el futuro de la Iglesia.
Fue, efectivamente, un problema de "mirada". Una mirada evang¨¦lica al mundo es la que situ¨® y mantuvo a Arrupe en el esfuerzo por orientar y lanzar a la Compa?¨ªa a las "fronteras" de ese mundo. Y no s¨®lo a la Compa?¨ªa, sino, en cuanto pudo, a la Iglesia y a todo hombre de buena voluntad. Sus mensajes a hombres y mujeres de todas las culturas fueron id¨¦nticos. Su insobornable optimismo brotaba de esa contemplaci¨®n misericordiosa del mundo. "Soy optimista porque creo en Dios y en el hombre... En un hombre, que ha perdido la referencia con su Centro y se ha puesto a dudar de que ese Centro haya jam¨¢s existido, o que sea otra cosa para el hombre que el hombre mismo...".
Es ese optimismo el que le hace detectar las "fronteras" donde el ser humano se rompe, se destruye y destruye: motiva a los jesuitas a afrontar el desaf¨ªo de la increencia. "?Qu¨¦ hab¨¦is hecho", les pregunta, "en materia de contactos con los no-creyentes? ...He notado que varios mostrabais cierta sorpresa al preguntaros sobre esto... Pues es vital c¨®mo se sit¨²a la Compa?¨ªa ante este desaf¨ªo". O les lleva en masa hasta las fronteras de la injusticia y sus derivados: la pobreza, el racismo. "La acci¨®n a favor de la justicia, y la participaci¨®n en la transformaci¨®n del mundo, se nos presentan como una dimensi¨®n constitutiva de la predicaci¨®n del Evangelio, es decir, la misi¨®n de la Iglesia para la redenci¨®n del g¨¦nero humano y la liberaci¨®n de toda situaci¨®n opresiva. ?Puede uno acceder a la mesa de la comuni¨®n sin tomar la decisi¨®n de actuar a favor de los que tienen hambre?". Una de sus ¨²ltimas decisiones como General (noviembre 1980) fue movilizar a la Compa?¨ªa en la "frontera" nueva -y desgraciadamente de hoy-, a nivel mundial, de los refugiados, incluso poniendo a su disposici¨®n locales de la propia curia generalicia: "Nuestra opci¨®n por los pobres y los sin voz nos lleva a los refugiados, que son los 'm¨¢s peque?os', seg¨²n el evangelio".
O clarifica fronteras all¨ª donde un celo no discernido desfigura la acci¨®n que un cristianopuede asumir desde el Evangelio. As¨ª, a los Provinciales de Am¨¦rica Latina, que se la piden, les ilumina con una certera carta sobre el an¨¢lisis marxista. O act¨²a en directo en las fronteras nacidas de una evangelizaci¨®n contaminada de colonizaci¨®n, en ?frica y Asia Oriental, haciendo suyas, y sobre todo haciendo realidad, las palabras hist¨®ricas de Pablo VI en Uganda: "Vosotros, africanos, sois en adelante vuestros propios misioneros. La Iglesia de Cristo est¨¢ realmente implantada en esta tierra bendita...". Y hace desembocar toda su propia experiencia misionera en una din¨¢mica de "inculturaci¨®n", que empieza por la inmersi¨®n personal del propio evangelizador en una cultura ajena sacrificando la propia. O, all¨ª donde la debilidad humana ha creado fronteras religiosas, incluso dentro del cristianismo, se volcar¨¢ y har¨¢ que se vuelquen los jesuitas en un di¨¢logo ecum¨¦nico e interreligioso que es un camino en exploraci¨®n.
Nada extra?o que ¨¦stos y otros numerosos intentos, sembrados por el Concilio y asumidos, de coraz¨®n, por Arrupe, se vieran frenados por el desconcierto que produc¨ªa el mero hecho de plantearlos y por las tendencias aislacionistas, vivas y activas en la Iglesia y en la Compa?¨ªa desde los a?os cincuenta. Pero no fue ¨¦sta, sin duda, la mayor cruz de Arrupe, que hab¨ªa cargado en su vida con muchas, sino la de la duda o la sospecha sobre ¨¦l, que hab¨ªa hecho de su fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al ser humano, su compromiso m¨¢s total. Y que nunca puso resistencia en reconocer sus errores y los de la Compa?¨ªa, al contrario. Eso s¨ª: "No pretendemos", escribi¨® a los Provinciales de Am¨¦rica Latina en a?os muy dif¨ªciles, "defender nuestras equivocaciones; pero tampoco queremos cometer la mayor de todas: la de esperar con los brazos cruzados y no hacer nada por miedo a equivocarnos".
Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn Patino es presidente de la Fundaci¨®n Encuentro.
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