Los muertos sin nombre de Riotinto
La primera protesta ecologista de la historia cost¨® m¨¢s de cien vidas en 1888
Las casas victorianas de Bella Vista siguen en pie, entre caminos de c¨¦sped reluciente y matas de romero en flor, pero en el barrio no se ve un alma. El viento sacude las copas de los pinos y agrupa papeles y pl¨¢sticos en torno a la alambrada de las pistas de tenis del Club Ingl¨¦s, que ha mantenido ¨ªntegramente las viejas normas -s¨®lo para hombres- hasta hace cinco a?os. En el barrio construido por la R¨ªo Tinto Company Limited, que mantuvo un poder colonial en la zona durante 81 a?os, hasta mediados del siglo XX, todo sigue intacto. La iglesia presbiteriana, el cementerio melanc¨®lico y la columna funeraria -tallada en escoria romana- en homenaje a los cinco directivos muertos en la Gran Guerra.
Los brit¨¢nicos que explotaban las minas establecieron en la zona una especie de 'apartheid'
En abril se estrena una pel¨ªcula que rescata del olvido la matanza del 'a?o de los tiros'
La comarca ha vuelto a la agricultura. "Hasta en eso la historia de Riotinto es rara", dice Juan Cobos
En cambio, no hay tumbas, ni epitafios, ni monumentos a la memoria de los m¨¢s de cien mineros (y mujeres, y ni?os, y ancianos) que murieron bajo el fuego graneado de los soldados del Regimiento de Pav¨ªa el s¨¢bado 4 de febrero de 1888; ni siquiera est¨¢ en pie la plaza del viejo pueblo de La Mina, donde fueron masacrados, cuando reclamaban mejoras salariales y el fin de los humos t¨®xicos que envenenaban el aire. El escenario de aquella protesta, que muchos consideran la primera de tinte ecologista de la historia, yace bajo toneladas de escoria en la mina de Cerro Colorado, abandonada en 2001.
Las cr¨®nicas de la ¨¦poca, en aquella Espa?a turbulenta de la regencia de Mar¨ªa Cristina, apenas se ocuparon del tema. Hubo alg¨²n diario republicano que pidi¨® cuentas, pero una protesta contra la empresa m¨¢s poderosa del pa¨ªs, que salv¨® de la bancarrota a la I Rep¨²blica al pagar 92 millones de pesetas, en 1873, por los derechos de explotaci¨®n de los yacimientos de cobre, plata y oro de Riotinto, estaba condenada a ser aplastada y sepultada en el olvido. Las Cortes apenas discutieron el incidente. Despu¨¦s de todo, era un suceso inc¨®modo, ocurrido en la remota cuenca minera de Huelva. Se dijo que los muertos no pasaban de 14. "Pero el sentido com¨²n te dice que fueron muchos m¨¢s, entre 100 y 200 personas. Porque los soldados hicieron tres descargas con sus fusiles a bocajarro, y la plaza de la Constituci¨®n de Minas de R¨ªo Tinto estaba llena a rebosar. A aquella manifestaci¨®n acudieron m¨¢s de 12.000 personas de toda la comarca", explica el escritor y poeta Juan Cobos Wilkins, nacido en ese pueblo hace 46 a?os y autor de El coraz¨®n de la Tierra, una novela que rescata el episodio y que acaba de ser llevada al cine.
Juan Cobos escuch¨® alguna vez el relato de aquella masacre de labios de su abuelo, Juan Wilkins, jefe de contabilidad de "la compa?¨ªa", tal y como se conoc¨ªa al omnipotente consorcio que explot¨® los yacimientos de Huelva y estableci¨® en la zona una especie de apartheid. De un lado, los directivos y el personal brit¨¢nico, encerrados en su gueto de lujo, en Bella Vista; del otro, los nativos, empleados en las minas o en las oficinas de la compa?¨ªa, sin derecho a la propiedad, esclavos en su propia tierra. En aquel Riotinto dickensiano de ni?os obreros crecieron los antepasados de Cobos Wilkins. Y pese a la amargura generada por aquella explotaci¨®n, en casi toda Huelva se mantuvo durante d¨¦cadas un cierto gusto por lo brit¨¢nico.
Lorenzo Ramos, nacido en Riotinto en 1972, cuando la miner¨ªa empezaba ya a declinar, recuerda a su abuela tomando el t¨¦ de las cinco, con leche fr¨ªa. Y el onubense Antonio Cuadri, director de El coraz¨®n de la Tierra, que se estrenar¨¢ el 13 de abril, dice que en Huelva se aprecia todav¨ªa el sello de la organizaci¨®n brit¨¢nica, aunque ¨¦l creci¨® sin saber una palabra de aquel macabro episodio. "Ten¨ªamos la idea vaga de que hab¨ªa pasado algo, en aquel a?o de los tiros, como se le conoce. Pero cre¨ªa que ten¨ªa que ver con la Guerra Civil".
Se sabe que fue un anarquista misterioso, Maximiliano Tornet, el elemento catalizador de aquella protesta. El l¨ªder capaz de involucrar en ella a mineros, agricultores y ganaderos, perjudicados igualmente por los humos t¨®xicos. Todos sufr¨ªan por culpa de las teleras, monta?as de mineral que se quemaba al aire libre. Cuentan que los d¨ªas de manta, las emanaciones de di¨®xido de azufre llegaban a la sierra de Sevilla y a Portugal. En Riotinto, la gente hu¨ªa del pueblo y de la mina en busca de aire m¨¢s limpio. La situaci¨®n se hab¨ªa hecho intolerable. "La combusti¨®n del mineral al aire libre llevaba 24 a?os prohibida en el Reino Unido", dice Cobos Wilkins.
Cuadri y Cobos hablan de aquellos manifestantes como de aut¨¦nticos pioneros del ecologismo, que pagaron con sus vidas la osad¨ªa de reclamar aire puro y mejoras en el dur¨ªsimo trabajo de la mina. ?No resulta algo exagerado ese t¨¦rmino en la Espa?a decimon¨®nica, cuando poderes p¨²blicos y campesinos se dedicaban a la tala sistem¨¢tica de bosques? "Eran ecologistas salvando las distancias, obviamente", responde Cuadri. "Pero no hay que olvidar que en Zalamea la Real, otro pueblo de la comarca, se crea en aquellos a?os la Liga Antihumo, contra las emanaciones contaminantes de las teleras".
Ni los muertos, que nadie sabe d¨®nde fueron enterrados, ni los heridos, curados a escondidas en las casas del pueblo, pudieron evitar entonces que la compa?¨ªa siguiera explotando los yacimientos de la misma manera artesanal, y cobrando a cada minero el precio de la pala y el pico con los que arrancaba el mineral de cobre de la tierra. La explotaci¨®n de nuevas vetas, bajo el pueblo antiguo de La Mina, acab¨® con todo. Se derrib¨® la iglesia, y poco a poco las calles y plazas quedaron enterradas bajo monta?as de escoria. Tambi¨¦n la plaza de la Constituci¨®n, donde ni?os, mujeres y ancianos cayeron bajo las balas o fueron atravesados por las bayonetas, yace bajo la mina de Cerro Colorado, que funcion¨® hasta 2001, gestionada por los propios mineros. Para entonces, el gigantesco cr¨¢ter de Corta Atalaya llevaba cinco a?os sin actividad.
La comarca ha regresado ahora a la agricultura. "Hasta en eso la historia de Riotinto es rara", reflexiona Juan Cobos Wilkins. "Lo habitual es pasar de la agricultura a la industria. Pero aqu¨ª, donde ya los tartesios explotaban los yacimientos, hace 3.000 a?os, y hab¨ªa una industria importante, vamos al rev¨¦s". Por m¨¢s que la miner¨ªa, omnipresente en los paisajes lunares de Zaranda, Cerro Colorado, Cerro de Salom¨®n o Corta Atalaya, siga ofreciendo un asidero tur¨ªstico de enorme potencial, ya es s¨®lo historia. Hay una fundaci¨®n minera, con su museo, y el tren minero sigue funcionando, aunque ya no transporta mineral de hierro y cobre, sino a ni?os de las escuelas o turistas ocasionales. Quiz¨¢ la pel¨ªcula que, despu¨¦s de la novela, rinde a los mineros masacrados en Riotinto el ¨²nico homenaje que han tenido hasta ahora sirva adem¨¢s de est¨ªmulo tur¨ªstico para la comarca. Los muertos del a?o de los tiros seguramente no tendr¨ªan nada que objetar.
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