Los guetos verticales
En la primera planta del edificio de calle Cabriel, 27, en la barriada malague?a de Palma-Palmilla, vive la exclusi¨®n social. Subiendo la escalera de entrada al edificio, girando el pasillo a la derecha, se ha instalado la marginalidad, y dos pisos m¨¢s arriba, frente por frente al absentismo escolar y la drogadicci¨®n, conviven la delincuencia y la inseguridad. Por encima de ellos, puerta con puerta con el ascensor estropeado, habita el miedo, que comparte alquiler con la inmigraci¨®n, los abusos laborales y la indiferencia.
Los inquilinos de este inmueble llevan a?os sin ver la luz al final de ese t¨²nel de paredes desconchadas, escalones torcidos, puertas a medio desmantelar y ventanas sin cristales. Desde hace tres semanas ya no hay luz ni al final ni al principio ni en el interior ni fuera. Un incendio calcin¨® los contadores por la sobrecarga de enganches ilegales y los vecinos pasaron de una sombr¨ªa existencia a la oscuridad total, ya que no disponen tan siquiera de suministro el¨¦ctrico en sus casas. En medio de la negrura, a alguien en el Ayuntamiento de M¨¢laga se le encendi¨® la bombilla y encontr¨® una soluci¨®n: la de repartir una linterna por familia. Y as¨ª llevan tres semanas los inquilinos del inmueble, dirigiendo ese peque?o halo de luz el hornillo donde fre¨ªr un huevo, el inodoro donde mear y el catre donde caerse muerto.
Del medio centenar de viviendas del edificio Cabriel 27, apenas media docena fueron adquiridas por sus propietarios cuando la Junta las adjudic¨® con opci¨®n de compra. Por eso, en estos momentos, nadie sabe oficialmente qui¨¦n ocupa las casas. La mayor¨ªa est¨¢n realquiladas de forma irregular y bajo el control de una misma persona. Ante el desbarajuste, no ha habido forma de que los vecinos se constituyan en comunidad, la exigencia que plante¨® el Ayuntamiento de M¨¢laga para poder incluir el inmueble en un plan de rehabilitaci¨®n que se reparti¨® por barriadas con la Junta, tras no llegar a un acuerdo para actuar de forma conjunta. Por ello, y tambi¨¦n por el hecho de que los vecinos no han aportado el 10% del coste, como requer¨ªa el Consistorio para implicar a las familias en la rehabilitaci¨®n, el edificio se desmorona con los vecinos dentro. Uno por otro y la casa sin barrer. Sin arreglar, sin pintar, sin unas m¨ªnimas condiciones de habitabilidad. Y ahora a oscuras.
Este edificio no es m¨¢s que uno de tantos ejemplos de la otra cara del desarrollo urban¨ªstico, cuyos desequilibrios sociales est¨¢ propiciando el establecimiento de unas barriadas que acoge a una poblaci¨®n de escas¨ªsimos recursos econ¨®micos, llenas de familias desarraigadas y que sirven de refugio a inmigrantes que no pueden ni protestar ya que no existen. Hace dos a?os, en la memoria de la Fiscal¨ªa General del Estado, varios fiscales de audiencias andaluzas denunciaron la sistem¨¢tica violaci¨®n de derechos fundamentales que atenaza a la gran mayor¨ªa de ciudadanos que habitan estas barriadas. Y, sobre todo, del riesgo social de una situaci¨®n que aboca a sus habitantes a la actividad delictiva.
En estas barriadas de M¨¢laga, hay familias que han sido apaleadas y expulsadas de sus viviendas por otras familias que viven ahora ilegalmente en esas casas, a pesar de dictarse ¨®rdenes de desalojo que nadie es capaz de cumplir. Hay otras que resisten en sus viviendas, aunque atemorizadas por sus propios vecinos. Existen plazas por las que no pueden pasear y calles que no pisa ni la polic¨ªa. Y hay, sobre todo, miedo. Mucho miedo. El miedo a no tener salida y no poder escapar del c¨ªrculo. El miedo a quedar atrapado para siempre en estos nuevos guetos, unos guetos verticales que son el pelda?o siguiente al chabolismo en la escala de la marginalidad. Desaparecieron casi en su totalidad las infraviviendas de cartones y latas, pero se eternizan barriadas enteras que no garantizan a sus habitantes una convivencia digna y pac¨ªfica. Son barriadas bajo la responsabilidad de unas instituciones que hace tiempo que se muestran incapaces de mantenerlas y vigilarlas, y que a lo m¨¢ximo que llegan, en un clamoroso ejemplo de su impotencia y falta de coordinaci¨®n, es a iluminar tanta oscuridad con el reparto de unas pocas linternas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.