El turista judicial
Mientras seguimos por televisi¨®n el macrojuicio por los atentados del 11-M, el ciudadano de a pie podr¨ªa creer que el mundo judicial consiste en eso. Sin embargo, en el otro extremo de ese mundo, hay otros universos, con menos c¨¢maras y menos focos. El azar ha querido que en una misma semana dos jueces reclamaran la presencia de este cronista en sendas salas de vistas a fin de declarar como testigo. Se trataba de accidentes de circulaci¨®n con resultado de heridas, graves en un caso, leves en el otro. En ambos sucesos, alguien ped¨ªa dinero como compensaci¨®n por los da?os sufridos, y en ambos el cronista hab¨ªa visto lo ocurrido.
En los pasillos y salas de sendas edificaciones dedicadas en Catalu?a a esa otra vida judicial no tan espectacular, no tan medi¨¢tica, el cronista ha visto a caballeros esposados y conducidos hacia un furg¨®n policial, grupos de damas sollozando tras una sentencia y, sobre todo, docenas de personas cuya principal actividad durante horas era la de esperar.
Recordar¨¢n sin duda los lectores la as¨ª llamada atm¨®sfera kafkiana, que, se supone, se respira en el sistema judicial, seg¨²n la bella par¨¢bola titulada El proceso. Pues bien, de eso nada. Si Orson Welles adaptara al cine las escenas de nuestra vida judicial de rango menor, en lugar del famoso Adagio de Albinoni pondr¨ªa de banda sonora la misma que en las pel¨ªculas de El Gordo y el Flaco.
No hablemos de la sordidez de las instalaciones, no perdamos el tiempo diciendo lo desnudas, dejadas, sombr¨ªas que son las estancias de los juzgados de la calle de Fontanella de Granollers, pese a lo nuevo que parece el edificio. Dejemos al margen lo mucho m¨¢s desnudas, dejadas, sombr¨ªas que son las paredes de los juzgados de la Via Laietana n¨²mero 10 bis de la ciudad de Barcelona.
Vayamos a los hechos, seamos breves, como clamaba el juez de Granollers. En perfecto castellano, este juez cuyas facciones le recordaban al cronista las de un extremo izquierda del Bar?a, aquel veloz Carrasco de ojos lobunos y pelo lacio, este juez cuadr¨® al testigo a base de recordarle lo mucho que se jugaba como se apartara un ¨¢pice de la verdad. El juez era la severidad personificada. At¨® corto a los dem¨¢s testigos, les exigi¨® que se limitaran a contestar las preguntas, y at¨® corto a los abogados de una y otra parte, a los que exigi¨® brevedad. A pesar de todo esto, uno de los abogados, al hacer la exposici¨®n de sus conclusiones, rivaliz¨® con James Joyce, autor, como es sabido, de frases largu¨ªsimas y sin puntos y aparte.
La vista, m¨¢s la espera anterior, fue interminable, unas cuatro horas m¨¢s o menos. Se ve que no era lo que se llama un juicio r¨¢pido; tampoco un juicio inmediato, pues los as¨ª llamados hechos hab¨ªan ocurrido hac¨ªa al menos cuatro a?os.
El otro juicio dur¨® mucho menos tiempo, a saber, nada. Pero s¨ª llev¨® bastante tiempo averiguar que la vista no iba a celebrarse. En Via Laietana 10 bis los carteles indicadores son peque?os, insuficientes o inexistentes. Un burofax inform¨® al testigo de su deber y de que la vista iba a ser a tal hora y tal d¨ªa en la tercera planta del susodicho edificio.
No era del todo cierto. Una vez en la tercera planta, ning¨²n cartel visible orientaba al inexperto testigo respecto a qu¨¦ direcci¨®n tomar para llegar al juzgado. Tras mucho preguntar, y una vez en el rec¨®ndito juzgado, result¨® que la persona encargada no estaba. No el juez, claro, sino alguien cuya silla estaba, en efecto, vac¨ªa, frente a una mesa repleta de carpetas y papeles. Un par de compa?eros se encogieron de hombros. Otro dijo que la sala de vistas no estaba, por supuesto, en la tercera, sino en la sexta planta, cosa que por su tono ca¨ªa por su propio peso.
El testigo sali¨® como un rayo hacia ese lugar pero, cuando lleg¨®, alguien le impidi¨® el paso, alguien que le comunic¨® que no pod¨ªa entrar porque se estaba celebrando una vista. "Ya, me han llamado como testigo", dijo este cronista. Pero fue informado de que el juicio donde deb¨ªa testificar no era el que se estaba celebrando. De vuelta a la tercera planta, segu¨ªa sin aparecer la persona a cargo de ese juzgado, pero al fin, el mismo funcionario compasivo abri¨® las carpetas del colega ausente, y termin¨® comunicando que ese juicio se hab¨ªa suspendido, y que ya se hab¨ªa avisado a los testigos mediante telegrama.
El testigo lament¨® no haberlo recibido. El funcionario asegur¨® que eso era imposible. Al d¨ªa siguiente, el testigo recibi¨®, en efecto, un telegrama en el que se dec¨ªa que el juicio que deb¨ªa celebrarse hac¨ªa 24 horas hab¨ªa sido suspendido. ?Y luego dicen que los trenes de cercan¨ªas no van a la hora!
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