Retorno a L'Alguer
Eduard Toda G¨¹ell, c¨®nsul espa?ol en Cagliari, lleg¨® a Alghero desde S¨¢ssari, la segunda ciudad de la isla de Cerde?a. Una tormenta le hab¨ªa impedido llegar por mar, unas semanas antes. Necesit¨® cuatro horas para los 37 kil¨®metros de camino. Desde el ¨²ltimo repecho, tuvo la primera visi¨®n de la llanura, la bah¨ªa y la ciudad amurallada sobre una punta rocosa. El paisaje de olivos, vi?as y ¨¢rboles frutales le pareci¨® un jard¨ªn, con masadas blancas y algunas torres de recreo, como su Camp de Tarragona. Le hab¨ªan dicho que en esa peque?a ciudad sarda de apenas 10.000 habitantes se manten¨ªa viva la lengua catalana. Era septiembre de 1887, hace 120 a?os. Unos meses m¨¢s tarde public¨® en Barcelona el libro Un poble catal¨¤ d'It¨¤lia. L'Alguer (1888), el primero de tres vol¨²menes sobre su historia y tradiciones.
Se conservan pocos apellidos en catal¨¢n, pero el uso oral de la lengua se mantuvo hasta mediados del siglo XX
Desde entonces, se estableci¨® una corriente de simpat¨ªa y colaboraci¨®n cultural. Pero cada viaje, en uno u otro sentido, requer¨ªa un gran esfuerzo. Hace veinte a?os, el cronista y otro colega tuvimos la oportunidad de acompa?ar a Carles Sent¨ªs, en una breve visita, desde Cagliari, a m¨¢s de 200 kil¨®metros. El veterano periodista acababa de cumplir 75 a?os. "Nunca hab¨ªa estado tan cerca de l'Alguer y me gustar¨ªa aprovecharlo", propuso. Fue un viaje de ida y vuelta por carretera en un solo d¨ªa, con el tiempo justo para una primera impresi¨®n, imborrable, con la gu¨ªa de Antoni Nughes, sacerdote, historiador y uno de los fundadores de la escuela de alguer¨¦s Pasqual Scanu.
En un retorno pac¨ªfico y sentimental, los catalanes llegan ahora L'Alguer en un vuelo barato desde Girona, de noche, que dura apenas una hora. Al d¨ªa siguiente, la ciudad amanece amable y tranquila en torno al puerto deportivo y el paseo mar¨ªtimo, con hoteles, chalets y apartamentos hibernados bajo un sol radiante. Las estrechas calles del casco hist¨®rico lucen nombres antiguos en catal¨¢n y modernos en italiano. De la fachada del Ayuntamiento, cuelga la senyera junto a las banderas italiana y europea. Una ley nacional y otra regional ofrecen apoyo a las minor¨ªas culturales. En el carrer de Sant Francesc-Via Carlos Alberto, hay una sede de ?mnium Cultural y de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). La arquitectura g¨®tica brilla en la catedral, camuflada tras una fachada neocl¨¢sica de columnas j¨®nicas. En la Biblioteca Comunal hay una secci¨®n de libros catalanes. Los folletos y las gu¨ªas tur¨ªsticas dicen que la ciudad conserva con orgullo su identidad hist¨®rica. Algunas personas responden al visitante en la lengua com¨²n.
La carretera de la playa lleva en pocos minutos hasta el Golf del Comte, donde el conde de Barcelona y rey de Arag¨®n Pere III el Cerimoni¨®s venci¨® a los genoveses e incorpor¨® la ciudad a la Corona, en 1353. Algunos a?os despu¨¦s, la repobl¨® con catalanes del Pened¨¨s y del Camp de Tarragona. Se conservan pocos apellidos originarios, pero el uso escrito de la lengua se mantuvo hasta entrado el siglo XIX y su uso oral mayoritario hasta mediados del siglo XX. Una placa conmemorativa y el vac¨ªo de algunas espaciosas plazas del casco antiguo recuerdan el bombardeo nocturno angloamericano de mayo de 1943, en que murieron 220 personas. Fue un golpe de muerte para el antiguo Alguer. En la posguerra, la escolarizaci¨®n obligatoria en italiano abri¨® nuevos horizontes a sus habitantes, pero arrincon¨® el catal¨¢n al ¨¢mbito dom¨¦stico.
En la carretera del Golf del Comte hay el poblado prehist¨®rico m¨¢s importante de la isla, el Nurag de la Palmavera, entre 1.000 y 1.500 a?os antes de nuestra era. Entre sus descubridores estuvo el arque¨®logo Francesc Martorell que, en 1868, fue el primer catal¨¢n en escuchar el habla de los alguereses. Se llam¨® La Palmavera a la primera asociaci¨®n catalanista creada tras el viaje de Eduard Toda, nombrado ciudadano honorario, cuyo nombre alterna con los de escritores, pol¨ªticos y m¨²sicos italianos en las calles del ensanche moderno.
Detr¨¢s de la catedral y junto al palacio episcopal, Antoni Nughes trabaja todas las ma?anas en el archivo hist¨®rico. Es su director, adem¨¢s de delegado diocesano de bienes culturales, director de L'Alguer. Peri¨°dic de cultura e informaci¨® y otras tantas actividades destinadas a alimentar en el coraz¨®n de los alguereses la llama de la supervivencia de su lengua. Recuerda la influencia decisiva del jesuita barcelon¨¦s Miquel Batllori, director de su tesis doctoral sobre El s¨ªnode del bisbe Baccallar. L'Alguer, esgl¨¨sia i societat al segle XVI (Institut d'Estudis Catalans, 1991). Cuando le conoci¨® en Roma, trat¨® de hablarle en buen catal¨¢n, pero muy pronto el maestro le disuadi¨® del esfuerzo: "el catal¨¤ ja el s¨¦ prou, parleu-me en alguer¨¨s".
Domingo por la tarde. Parejas, familias y grupos pasean por el puerto, disfrutando el calor del sol de febrero. A las seis de la tarde, hay misa en alguer¨¦s en la iglesia de Sant Francesc, desde hace 27 a?os, oficiada por Nughes. Un centenar de fieles siguen en voz alta las preces y acompa?an los cantos del coro. De la puerta llega el rumor de voces del paseo vespertino por la estrecha calle principal que atraviesa el casco hist¨®rico.
La visita a L'Alguer puede reservar otras sorpresas. A mediod¨ªa, en el paseo sobre la muralla, un can¨®nigo casi nonagenario, contento de poder hablar con catalanes, obsequia con poderosa voz de bajo las primeras estrofas del Senyal del judici, versi¨®n algueresa del Cant de la Sibil¡¤la, que no ha dejado de cantarse en la catedral la noche de la v¨ªspera de Navidad.
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