La estrategia del v¨¦rtigo
Dec¨ªamos ayer [EL PA?S del 27 de marzo] que el pr¨®ximo d¨ªa hablar¨ªamos "del Gobierno y de las responsabilidades irrenunciables que le incumben al frente del Instituto Nacional de Meteorolog¨ªa en la promoci¨®n del clima pol¨ªtico favorable" o, si se prefiere decirlo de otra manera, para "propiciar la cohesi¨®n arm¨®nica en asuntos fundamentales de la plural sociedad espa?ola". Conviene establecer enseguida que en nuestro pa¨ªs el Gobierno no tiene el monopolio del poder pol¨ªtico porque hay una distribuci¨®n territorial que cristaliza en las comunidades aut¨®nomas y porque coexisten otros n¨²cleos de poder de gran relevancia que interseccionan o son tangentes en los planos econ¨®mico, financiero, empresarial, sindical, religioso, corporativo, funcionarial o de los medios de comunicaci¨®n.
Sucede en todo caso que el Gobierno tiene una gran capacidad de inducir comportamientos de respuesta y de ah¨ª la responsabilidad sobre la clase de oposici¨®n que recibe. Se ha recordado muchas veces el caso del presidente Adolfo Su¨¢rez, ahora elevado a los altares de la veneraci¨®n y s¨®lo erosionado por las espor¨¢dicas y penosas salidas a escena de su hijo Su¨¢rez Illana que tanto desmerecen. El primer presidente de la democracia ten¨ªa sus limitaciones bien visibles. Era, como le gustaba definirse, un chusquero de la pol¨ªtica. Nunca alarde¨® de tener una pizarra como la de Suresnes o la de Fern¨¢ndez Miranda, carec¨ªa de lecturas pero desempe?¨® un papel de primer orden para desmontar el franquismo del "atado y bien atado" y hacer posible la Constituci¨®n de la concordia en la que pudimos reconciliarnos.
Lleg¨® a la presidencia propuesto en una terna por aquel Consejo del Reino. Fue saludado como un error, que uncir¨ªa la Monarqu¨ªa al Movimiento y convalidar¨ªa los pron¨®sticos adelantados de Juan Carlos el Breve. Pero legaliz¨® los sindicatos y los partidos pol¨ªticos, incluido el Comunista, contuvo a los militares franquistas, auspici¨® el refer¨¦ndum de la reforma pol¨ªtica, que hizo posible las primeras elecciones generales libres a Cortes en 1977, enseguida transformadas en constituyentes, forj¨® despu¨¦s los Pactos de la Moncloa. Nadie le dio facilidades y los terroristas etarras, beneficiarios de una completa amnist¨ªa, siguieron en la fragua de la desestabilizaci¨®n para favorecer el golpismo que todo lo desenmascarar¨ªa. Ni siquiera los hispanistas le ofrecieron el beneficio de la duda, desencantados como estaban de que Espa?a abandonara su propensi¨®n al paroxismo y ensayara el m¨¦todo del di¨¢logo, dejara de entregarse a la pasi¨®n mediterr¨¢nea y optara por la fr¨ªa racionalidad de los ribere?os del B¨¢ltico.
La sorpresa de las urnas del 77 fue la recuperaci¨®n del PSOE, pese a los 40 a?os de vacaciones que Tamames le reprochaba, y la reducci¨®n parlamentaria del PC, pese a los servicios prestados como vertebrador de la lucha contra el r¨¦gimen franquista. En la nueva convocatoria del 79 los socialistas quedaron frustrados porque se consideraron por primera vez perdedores a los puntos. Despu¨¦s el l¨ªder socialista, Felipe Gonz¨¢lez, entendi¨® que la victoria llegar¨ªa con la renuncia a la definici¨®n marxista del partido. Su propuesta fue derrotada en el Congreso del PSOE y hubo de ceder el paso a una gestora. Se abr¨ªa as¨ª la posibilidad de una rev¨¢lida electoral de la UCD porque los socialistas del maximalismo habr¨ªan sido derrotados. Pero aquel Su¨¢rez se abstuvo de alentar a los triunfadores del congreso y contribuy¨® a que Gonz¨¢lez diera la vuelta a la situaci¨®n y recuperara el liderazgo, a sabiendas de que era ¨¦l quien podr¨ªa desafiarle en las urnas. S¨®lo la moderaci¨®n pod¨ªa ser alternativa veros¨ªmil a Su¨¢rez como vino a demostrarse.
El desconcierto actual procede de que el presidente Zapatero y su equipo de ¨ªntimos decidi¨®, primero, heredar la disparatada agenda de su predecesor Aznar, limit¨¢ndose a invertirla tanto en la cuesti¨®n territorial como en el final del terrorismo y adem¨¢s a establecer un c¨¢lculo seg¨²n el cual es en la desmesura del PP donde se encierra la mejor garant¨ªa de disipar la tibieza abstencionista y llevar a las urnas los votos necesarios para una nueva victoria. M¨¢s que en la exhibici¨®n de los propios aciertos, el foco fundamental prefiere situarse en asomarnos a disparates del PP. El pr¨®ximo d¨ªa hablaremos del coste en t¨¦rminos de tierra quemada que esa estrategia del v¨¦rtigo, o de la vida eterna, nos est¨¢ dejando a todos nosotros.
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