Titanic
Qu¨¦ imagen tan poderosa y tan tremenda la de los 82 bolivianos que viajaban en el crucero de lujo Sinfon¨ªa. "Apenas si sal¨ªan de los camarotes, llevaban ropas modestas y las zapatillas rotas", coment¨® otra pasajera. Ya han sido devueltos a su pa¨ªs, despu¨¦s de haber pagado 1.500 euros por el pasaje y de haberse endeudado para siempre. La Europa rica se parece cada d¨ªa m¨¢s a ese crucero, somos un trasatl¨¢ntico de lujo lleno de gente jaranera que baila y bebe y r¨ªe y se zambulle en piscinas resplandecientes de color turquesa, mientras por los pasillos interiores deambulan cual fantasmas tristes polizones con los zapatos rotos. Y corremos el peligro de dirigirnos de cabeza al iceberg, con la banda de m¨²sica tocando a toda pastilla, como un Titanic del desajuste social. V¨¦anse los alborotos callejeros de Francia, por ejemplo.
S¨¦ bien que el problema de la inmigraci¨®n no es f¨¢cil, pero creo que tenemos que esforzarnos en corregir la derrota del barco, en priorizar la admisi¨®n y la integraci¨®n y no el cerrojazo. Una de las ¨²ltimas bolivianas que entr¨® por Barajas antes del visado, sostuvo esta conversaci¨®n con los periodistas nada m¨¢s pasar el control: "?C¨®mo has entrado? Como turista. ?Y ahora qu¨¦ vas a hacer? Buscar trabajo". Lo dec¨ªa con toda naturalidad, con toda inocencia, sin darse cuenta de que estaba admitiendo una ilegalidad, porque no le cab¨ªa en la cabeza que pudiera haber nada malo en querer trabajar honesta y esforzadamente, en desear ser ¨²til y ser feliz. La inmigraci¨®n enriquece una sociedad, porque los que emigran suelen ser los m¨¢s emprendedores, los m¨¢s responsables. Una lectora, profesora de ingl¨¦s de un instituto p¨²blico del sur de Madrid, me escribi¨® comentando un anuncio que hab¨ªa visto en Newsweek. Era de un lujoso colegio biling¨¹e de Marbella y, como prueba de su excelencia, alardeaban de tener alumnos de 46 nacionalidades. Pero si se les dijera eso mismo a los padres de su instituto, explicaba la l¨²cida lectora, saldr¨ªan huyendo despavoridos: "Qu¨¦ triste que lo que sirve de reclamo en una instituci¨®n privada sea causa de espanto en una p¨²blica". Qu¨¦ triste, en efecto, que no sepamos reconocer, integrar, asumir y disfrutar de toda esa riqueza.
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