Momentos Masala
Cuando me fui a vivir a Barcelona, me impresion¨® un extra?o fen¨®meno: aunque los nativos y los extranjeros caminaban por las mismas calles, compraban en los mismos supermercados e incluso se quedaban mirando al mismo resplandeciente mar azul y plata, nunca parec¨ªan cruzarse en el camino, hablar entre ellos y ni siquiera conocerse. Compar¨¦ esto con Nueva York, donde la mesa de un restaurante llena de amigos de diferentes razas apenas merece comentario alguno, o con Londres, donde las parejas de raza mixta ni siquiera llaman la atenci¨®n.
Yo, como expatriado comprometido de toda la vida, me las apa?aba para moverme entre los c¨ªrculos de mis amigos catalanes y de otros expatriados, estudiantes extranjeros e inmigrantes. Pero mis cruces de "fronteras" sociales no eran lo habitual. Los inmigrantes se quedaban en ciertas zonas: los que ten¨ªan dinero se instalaban en Sarri¨¤, mientras que los pobres de origen rural se congregaban en torno al Raval. Los expatriados occidentales se acomodaban en los barrios m¨¢s modernos de Born y Gr¨¤cia, mientras que los estudiantes extranjeros se desperdigaban por los distritos cercanos a sus universidades. Y todos estos grupos ten¨ªan bares, restaurantes y caf¨¦s espec¨ªficos que ellos prefer¨ªan y siguen prefiriendo frecuentar.
Lo mismo vale para mis amigos catalanes, que conocen la ciudad tan bien que van por sus calles como si estuvieran permanentemente so?ando despiertos, obligados por el h¨¢bito a ser clientes habituales de ciertas tiendas y restaurantes, a conducir todos los viernes a la misma hora hacia Puigcerd¨¤ o Castelldefels, sorprendi¨¦ndose cuando se paran para observar los cambios en las calles que conocen de toda la vida. Desde el punto de vista educativo, puede que la ciudad tenga escuelas integradas, pero desde el punto de vista social, en Barcelona sigue rigiendo la vieja m¨¢xima de "separados pero iguales".
Debido a que crec¨ª en India, esa separaci¨®n social es lo ¨²nico que me resulta dif¨ªcil de aceptar. En mi pa¨ªs, hablamos 17 lenguas nacionales distintas, practicamos todas las religiones que se dan bajo el sol, y cada 100 kil¨®metros tenemos vestimentas, tradiciones y gastronom¨ªa distintas. A veces, estar en India es como ser extranjero, aunque seas indio. Pero todos celebramos nuestras festividades juntos: de ni?os recib¨ªamos nuestro idi -un peque?o regalo- de los padres de nuestros amigos musulmanes en Eid-ul-Fitr -fiesta que marca el t¨¦rmino del mes sagrado de Ramad¨¢n-, independientemente de cu¨¢l fuera nuestra religi¨®n; ¨ªbamos a la misa de Pascua con nuestros amigos cat¨®licos y cre¨ªamos a pies juntillas que nos pod¨ªamos emborrachar con un solo sorbo de vino consagrado; y todos ¨ªbamos juntos a pintarnos mutuamente con un centenar de colores para el Holi, la fiesta hind¨² de la primavera. Puede que en India nos separen los millones de problemas de nuestra vida cotidiana, pero nos une la alegr¨ªa de las celebraciones compartidas.
Fue esta suposici¨®n de que la coexistencia significa celebrar las cosas juntos lo que nos llev¨® a organizar, en el a?o 2003, la primera fiesta p¨²blica del Holi en Barcelona. Por supuesto que la poblaci¨®n inmigrante india de la ciudad celebra el Holi todos los a?os, pero estas fiestas est¨¢n cerradas para los que no forman parte de la comunidad. El presidente de Masala, Sheri Ahmed, y yo quer¨ªamos una fiesta que estuviera abierta a todo el mundo: catalanes, indios, expatriados, a cualquiera que estuviese dispuesto a bailar bhangra, y Bollywood, y quisiera hacer amigos. Engatusamos al due?o de un peque?o bar que da la casualidad de que es un inmigrante paquistan¨ª en Barcelona y enviamos las invitaciones. Mis padres nos mandaron un peque?o paquete de pinturas del Holi desde India. Al final, a pesar de nuestro miedo a que no viniera nadie, se present¨® gente de todas las nacionalidades, colores, or¨ªgenes y clases. Y de repente, aquella noche, Barcelona parec¨ªa India, nos sent¨ªamos como en casa.
El equipo de Masala no fue el ¨²nico que lo crey¨® as¨ª, ya que la gente nos ped¨ªa otras celebraciones, como el Navrati, el Eid, el Diwali o los monzones. Vamos, todas las ocasiones que se celebran en el subcontinente. Y as¨ª es como nacieron las fiestas mensuales de Masala.
Los estudiantes indios sent¨ªan menos a?oranza del hogar durante esa noche al mes. Aparec¨ªan activistas tibetanos con sus amplias sonrisas y sus recuerdos de la India. Los amigos catalanes que hab¨ªan visitado India ven¨ªan a revivir sus vacaciones y tra¨ªan a otros con ellos. Amigos finlandeses, estadounidenses y brit¨¢nicos ven¨ªan a dar rienda suelta a su amor por nuestra cultura.
Y unos meses despu¨¦s nos dimos cuenta de que las fiestas abordaban otra faceta m¨¢s grave de Barcelona. Es muy normal que los j¨®venes inmigrantes del sur de Asia no tengan experiencia de las ciudades, y mucho menos de la vida nocturna. Esto quiere decir que con frecuencia carecen de la confianza en s¨ª mismos y del conocimiento necesario de los c¨®digos sociales. Si a esta mezcla le a?adimos un toque de racismo, el resultado es que se les niega la entrada en la mayor¨ªa de los locales nocturnos de la ciudad.
De este modo, las fiestas de Masala se convirtieron en escuelas improvisadas de protocolo, en las que algunos de nosotros -que ten¨ªamos m¨¢s experiencia en la vida urbana- ense?¨¢bamos a los dem¨¢s las reglas de c¨®mo vestir a la moda, los h¨¢bitos personales, el protocolo social, e incluso les d¨¢bamos consejos sobre c¨®mo hablar con las chicas. Tras el primer a?o, surgi¨® un grupo central de j¨®venes inmigrantes con una mayor seguridad en s¨ª mismos, que pon¨ªan a prueba sus reci¨¦n adquiridas habilidades (y estilo de vestir) en garitos nocturnos mucho m¨¢s de moda y a la ¨²ltima. Poco a poco iban poniendo en pr¨¢ctica sus destrezas ling¨¹¨ªsticas y se echaban novias locales y en algunos casos, esposas. Y empezaron a ense?ar a otros reci¨¦n llegados a moverse por la ciudad que hab¨ªan escogido como hogar, para que considerasen que las muchas diversiones que ofrece Barcelona era algo que ellos pod¨ªan compartir y disfrutar, y no simplemente desear desde la distancia que crea la falta de conocimiento.
Despu¨¦s de cuatro a?os, las fiestas siguen cumpliendo con su funci¨®n esencial: la de romper los guetos, derribar las barreras y proporcionar un espacio en el que la gente se pueda conocer y pueda celebrar cosas.
En la ¨²ltima fiesta, dos chicas catalano-paquistan¨ªes bailaron canciones populares de Bollywood, combinando Oriente y Occidente en sus miradas, gestos y habla. Una joven pareja indo-catalana estaba planeando su primer viaje a India y a la aldea natal del hombre. Pasamos alg¨²n tiempo ense?ando a la joven novia catalana los pasos del gidda, la danza tradicional de las mujeres del Punjab. Ella pidi¨® prestado un pa?uelo rojo para bailar los pasos y se ri¨® al ver la cara de pasmado que se le puso a su novio.
Una pareja catalana hab¨ªa tra¨ªdo a la fiesta a su hija india adoptada, para que pudiera bailar con la m¨²sica que ella hab¨ªa conocido de ni?a. Entonces son¨® una popular canci¨®n de Daler Mehndi. A la ni?a le daba verg¨¹enza bailar, hasta que sus padres se rieron y la arrastraron a la pista, y se pusieron a bailar todos juntos.
Fue un momento Masala por excelencia. O indio. O, tal vez, simplemente lo que deber¨ªa ser la integraci¨®n.
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