Iniesta, por ejemplo
Guardiola se encarg¨® dar el primer aviso.-Hoy he descubierto a un futbolista que juega mejor que yo. Estuve mir¨¢ndole durante un buen rato y me dej¨® con la boca abierta. Debe de tener unos 15 a?os y se llama Andr¨¦s Iniesta.
A primera vista el muchacho no era gran cosa. No ten¨ªa el acabado redondo de los atletas de manual ni se librar¨ªa nunca de la maldici¨®n de su metro sesenta. Parec¨ªa m¨¢s bien un colegial atrapado en una foto de posguerra: con muchos a?os de retraso pod¨ªa ser uno de aquellos estudiantes descoloridos que preparaban oposiciones en alg¨²n agujero del extrarradio. Se ganaban a pulso sus ojeras y a falta de musculatura s¨®lo pod¨ªan presumir de las venas del antebrazo.
Pero, ayer y hoy, a Andr¨¦s hay que juzgarle por lo que hace, no por lo que parece. Las dudas sobre su tama?o son un problema tan absurdo como el debate sobre el peso de Ronaldo, un trag¨®n profesional que seg¨²n convenga a sus kilos usa la velocidad o usa la fuerza: liberado de todos los complejos se limita a utilizar de dos formas distintas un ¨²nico potencial. En esa aventura s¨®lo est¨¢ resignado a los altibajos de la intuici¨®n; hace el trabajo del caballo o el trabajo del oso, pero, gordo o flaco, sabe encontrar la calle del peligro y descifra mejor que nadie los c¨®digos de la jugada. Adem¨¢s, lleva a Brasil bajo la camiseta, lo cual equivale a decir que dispone de todas las patentes de la habilidad. Por una cuesti¨®n de sangre tiene el gol en el cuerpo.
Al otro extremo de la escala, Andr¨¦s ha conseguido reunir todo lo que un deportista necesita para ser grande. Como aquel Guardiola, demuestra una extra?a facilidad para entender los misterios del ritmo. Mueve la pelota con una sencillez impecable, conoce las claves del dominio y maneja de memoria las conexiones que transforman a 11 jugadores en un equipo.
Y, como Ronaldo, lleva en la cabeza el secreto del gol. Cuando las distancias se acortan y un cent¨ªmetro puede valer un partido, abre la caja de las chispas. Cambia de registro, se pone en posici¨®n de arrancada y mete al juego un plus de velocidad. Entonces, s¨®lo entonces, podemos disfrutar de su cat¨¢logo de efectos especiales. Se trata de un repertorio largo, con sus redobles, sus frenazos y sus virajes a contrapi¨¦. Aunque alguien los confunda con el f¨²tbol de sal¨®n, sus recursos siempre responden a un criterio de utilidad. En ellos no hay nada superfluo ni gratuito. Todos forman parte de un mismo plan para ganar.
Quienes dudaban de ¨¦l ya saben que su tama?o es una excusa para provocar. O, m¨¢s propiamente, un gui?o de complicidad: la broma que a veces se permite el talento.
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