"Ll¨¢mame"
Un mensaje de m¨®vil para el hijo muerto, el pelo quemado de Mar¨ªa, un baile de son¨¢mbulos... Los testimonios de las v¨ªctimas inundan de emoci¨®n el juicio y rememoran la magnitud de la tragedia
Hay momentos en que lo mejor es no decir nada, s¨®lo guardar silencio y escuchar. Hoy es uno de esos momentos. La palabra la tiene Francisco Javier, que busc¨® a Mar¨ªa entre los cad¨¢veres de la estaci¨®n de El Pozo y la encontr¨® sangrando por un o¨ªdo y con el pelo quemado. Y Antonio, un estudiante de 18 a?os al que la bomba dej¨® en medio de un baile de son¨¢mbulos del que todav¨ªa est¨¢ por volver. Tambi¨¦n tiene la palabra Isabel, que al ir presintiendo que hab¨ªa perdido a su hija busc¨® a su madre para apoyarse en ella. Y Jes¨²s, que empieza as¨ª su relato del dolor: "Yo aquella ma?ana cog¨ª el tren a las siete menos veinticinco, como en los ¨²ltimos 30 a?os. Cuando la primera explosi¨®n, me ca¨ª sobre un se?or. Le ped¨ª perd¨®n. Cre¨ªa que el que hab¨ªa explotado era yo". La palabra tambi¨¦n la tiene Eulogio. El tel¨¦fono de su hijo Daniel ya no contestaba. Le puso un mensaje: "Ll¨¢mame".
La sala est¨¢ en silencio, conteniendo a duras penas la emoci¨®n. Tambi¨¦n en la calle la tarde se ha roto y ahora caen chuzos de punta. Se escucha un trueno y una mujer se tapa la cara intentando esconderse. Hoy se sientan en la silla que est¨¢ frente al juez los que aquella ma?ana dejaron para siempre de ser quienes eran, los que tan temprano empezaron a quedarse solos.
Antonio Miguel Utrera: "Lo primero que hice tras la explosi¨®n fue llamar a mi madre. Ve¨ªa a gente deambulando, era como un baile de son¨¢mbulos, muy triste, mucho silencio, la gente caminaba, nadie miraba a nadie, todos miraban a la nada. Era una sensaci¨®n muy rara, muy rara. Me sent¨ªa muy cansado. Quer¨ªa dormir, era mi primer instinto. Mis padres me segu¨ªan llamando y yo lo ¨²nico que les dec¨ªa era que estaba muy cansado, no quer¨ªa que nadie me molestara, estaba muy cansado. Me recogieron y al entrar en el hospital de campa?a perd¨ª la consciencia. Como consecuencia del impacto, tuve dos co¨¢gulos de sangre en el cerebro, que a su vez me provocaron tres infartos cerebrales, que a su vez repercutieron en mi parte izquierda dej¨¢ndomela sin movimiento, lo que es conocido como una hemiplejia. Tambi¨¦n sufro de sordera. El o¨ªdo derecho lo he perdido completamente y del segundo me reconstruyeron el t¨ªmpano. Como consecuencia de la hemiplejia sufro de estrabismo, y a veces veo doble. Sigo tomando pastillas contra la depresi¨®n y voy al psiquiatra cada 15 d¨ªas. Desde entonces, mi relaci¨®n con la humanidad choca. Me he convertido en un mis¨¢ntropo...
-?Cu¨¢ntos a?os tiene usted?
-Ahora 21, en el momento de los atentados ten¨ªa 18...
Ahora quien habla es Francisco Javier Garc¨ªa Castro. Lo primero que vio al llegar a la estaci¨®n de El Pozo buscando a Mar¨ªa, su mujer, fue un mont¨®n de 10 cad¨¢veres, tal vez 15. "Me met¨ª en el tren, la gente ped¨ªa ayuda. Yo les dec¨ªa: ahora vengo, que estoy buscando a Mar¨ªa. Sab¨ªa que estaba viva porque hab¨ªa hablado con ella por tel¨¦fono, pero no sab¨ªa d¨®nde estaba. Salt¨¦ por entre cad¨¢veres al otro lado de la estaci¨®n. Limpi¨¦ la cara de un joven al que le estaba cayendo encima la espuma de un extintor. No hab¨ªan llegado las ambulancias. Hab¨ªa un muro doble de piedra macizo reventado como si fuera de escayola. Y al lado de los fallecidos hab¨ªa un grupito de gente que me miraba en silencio, como diciendo cu¨¢ndo van a venir a por nosotros. Me llam¨® la atenci¨®n el silencio entre el espanto de aquella ma?ana tan fr¨ªa. Mi mujer salv¨® la vida. A las ocho y cinco la vi de lejos por fin. Y le dije a mi hija: ah¨ª est¨¢ tu madre. Nos abrazamos los tres y lo primero que le dije fue: ?Qu¨¦ suerte hemos tenido, Mar¨ªa, hemos sobrevivido! Pens¨¦ en mi hijo el peque?o que se hab¨ªa quedado durmiendo solo en casa. Mi mujer estaba herida, le sal¨ªa sangre por un o¨ªdo, ten¨ªa la cara negra y el pelo quemado. Sent¨ª rabia. Una bomba en un tren de trabajadores".
Eulogio Paz es el padre de Daniel Paz Manj¨®n. "Me enter¨¦ de las explosiones en el trabajo. Llam¨¦ a Pilar [Manj¨®n], le pregunt¨¦ que qu¨¦ noticias ten¨ªa y me dijo entre l¨¢grimas: Me quiero morir. Llam¨¦ al m¨®vil de Daniel. No contestaba. Le puse un mensaje diciendo: Ll¨¢mame". Luego se march¨® al hospital Gregorio Mara?¨®n, y luego al 12 de Octubre, y de all¨ª a La Paz. "Llegu¨¦ al hospital del Ni?o Jes¨²s a las dos de la tarde. All¨ª fue donde me di cuenta de que Daniel pod¨ªa estar muerto. Cinco d¨ªas m¨¢s tarde recogimos el cad¨¢ver, lo velamos y al d¨ªa siguiente lo incineramos...".
La emoci¨®n ya ha roto todas las costuras. Sigue lloviendo fuera. El ¨²ltimo que declara es Jes¨²s Ram¨ªrez. Dice que su cuerpo a¨²n anda asimilando la metralla.
LA HORA DE LAS V?CTIMAS
"Ve¨ªa a gente deambulando. Era como un baile de son¨¢mbulos"
Ayer fue el d¨ªa de las v¨ªctimas. Heridos y familiares de fallecidos desfilaron ante el tribunal dejando su testimonio de emoci¨®n y dolor. Lo que m¨¢s recordaban muchos era el silencio tras las explosiones. En medio del horror.
El descontrol de la mina Conchita
La falta de seguridad de la mina asturiana qued¨® patente con el testimonio de varios mineros, que vieron cajas con hasta 25 kilos de dinamita sin control alguno.
La condena del jefe de Al Qaeda
Abu Dahda, condenado a 27 a?os como jefe de la c¨¦lula de Al Qaeda en Espa?a, se desmarc¨® del 11-M, que calific¨® de "inadmisible", aunque "no le extra?¨®".
LA VISTA AL D?A
Hoy declaran los agentes que detuvieron a Su¨¢rez Trashorras en Avil¨¦s
El juicio contin¨²a con el testimonio de m¨¢s testigos propuestos por las acusaciones, entre ellos, los agentes que detuvieron a Su¨¢rez Trashorras. Tambi¨¦n est¨¢ prevista la declaraci¨®n del jefe de la polic¨ªa cient¨ªfica, imputado en el caso del ¨¢cido b¨®rico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.