El papa Benedicto XVI resucita el infierno
Contra lo dicho por Juan Pablo II en 1999, Ratzinger sostiene que "el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno"
La llamada de Benedicto XVI a la lucha ideol¨®gica contra el pluralismo moral y la modernidad incluye reponer el infierno, con may¨²sculas. "El infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno", ha dicho el Pont¨ªfice romano. "Nuestro verdadero enemigo es unirse al pecado que puede llevarnos a la quiebra de nuestra existencia". Antes hab¨ªa dibujado la figura de un Dios "de justicia", y por tanto, castigador.
En su llamada a la intolerancia con el relativismo y la laicidad, Benedicto XVI ha decidido reponer las armas del catolicismo cl¨¢sico. El Papa cree que la vida cristiana occidental es "una vi?a devastada por jabal¨ªes". Para hacer frente a la crisis la fuerza de la Iglesia no est¨¢ en el di¨¢logo ni en la tolerancia, sino en la vuelta a los or¨ªgenes. El Papa exige activismo, no s¨®lo a sus prelados (unos 5.000 en todo el mundo, entre obispos, arzobispos y cardenales); tambi¨¦n a los fieles creyentes y, m¨¢s que a nadie, a los pol¨ªticos que se llaman cat¨®licos.
Las tesis sobre c¨®mo recuperar el protagonismo perdido la expuso Benedicto XVI el pasado 13 de marzo, en una Exhortaci¨®n pastoral perfilada durante a?o y medio. Fue el primer s¨ªnodo del pontificado Ratzinger. En presencia de cardenales, arzobispos y obispos de todo el mundo, el Papa, presidente durante d¨¦cadas de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, la antigua inquisici¨®n romana, ret¨® a los reunidos a llegar al meollo de la crisis del cristianismo para que Dios, un "proscrito en Europa", seg¨²n Benedicto XVI, vuelva a figurar en la agenda de una sociedad de bautizados que ya no hace caso a la religi¨®n.
La proclamaci¨®n de que "el infierno existe y es eterno" es la continuaci¨®n de esa estrategia papal. Lo curioso es que su antecesor, el polaco Juan Pablo II, muerto hace dos a?os, corrigi¨® a fondo y en la direcci¨®n contraria el concepto tradicional del catolicismo sobre el infierno. Lo hizo en el verano de 1999, en cuatro audiencias consecutivas, cada una dedicada a desmontar la credulidad popular sobre el cielo, el purgatorio, el infierno e, incluso, el diablo. "El cielo", dijo entonces el pont¨ªfice polaco, no es "un lugar f¨ªsico entre las nubes". El infierno tampoco es "un lugar", sino "la situaci¨®n de quien se aparta de Dios". El Purgatorio es un estado provisional de "purificaci¨®n" que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y Satan¨¢s "est¨¢ vencido: Jes¨²s nos ha liberado de su temor".
La homil¨ªa sobre el infierno la pronunci¨® el papa Juan Pablo II en la audiencia del mi¨¦rcoles 28 de julio de 1999. Dijo: "Las im¨¢genes de la Biblia deben ser rectamente interpretadas. M¨¢s que un lugar, el infierno es una situaci¨®n de quien se aparta del modo libre y definitivo de Dios".
?Por qu¨¦ el papa polaco revis¨® entonces la doctrina oficial sobre el M¨¢s All¨¢? La primera respuesta ten¨ªa que ver con "el acoso de la ciencia", en palabras de los te¨®logos. Roma no quer¨ªa repetir la amarga historia de Galileo.
La segunda raz¨®n ten¨ªa que ver con las estad¨ªsticas: el 60% de los romanos cat¨®licos cree en Cristo, pero no en el infierno ni en el para¨ªso. Por ¨²ltimo, aquel papa cumpl¨ªa una obligaci¨®n conciliar, retrasada mucho m¨¢s de lo prudente. La Iglesia vive en su tiempo, y ha de poner al d¨ªa la interpretaci¨®n que en el pasado se hizo de los textos sagrados. Se trata del aggiornamento, la palabra preferida de los papas Juan XXIII y Pablo VI, impulsores del revolucionario Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965.
La decisi¨®n de Benedicto XVI de volver a poner sobre la mesa, sin matices, la idea del infierno eterno choca con ese pasado reciente. No es su primera vuelta al pasado.
Tambi¨¦n ha autorizado las misas en lat¨ªn con el oficiante de espaldas a los feligreses, por citar un s¨®lo ejemplo. Lo curioso es que hace menos de un a?o, el 6 de octubre de 2006, este papa manten¨ªa el tim¨®n de Juan Pablo II haciendo p¨²blico el documento de los expertos sobre la inexistencia del limbo, otra de las piezas se?eras del M¨¢s All¨¢ cat¨®lico.
Seg¨²n los catecismos cl¨¢sicos, el limbo de los ni?os era el lugar al que iban a parar quienes mor¨ªan sin uso de raz¨®n y sin haber sido bautizados. Un lugar sin tormento ni gloria. El castigo consist¨ªa en vivir en una tercera clase de cavidad distinta del cielo y el infierno, en el que las almas c¨¢ndidas, adem¨¢s de estar privadas de gloria, sufrir¨ªan la condenaci¨®n de la ausencia de quienes hab¨ªan tenido la fortuna de salvarse: padres, hermanos y dem¨¢s familia. La doctrina tridentina incentivaba con tales argumentos el bautismo r¨¢pido de los reci¨¦n nacidos.
La doctrina que coloca en el limbo a los ni?os muertos sin haber cometido pecado, pero con la culpa del pecado original no lavada por el bautismo, es de origen medieval y poco relevante entre los te¨®logos modernos a no ser porque se hermana con la idea, tambi¨¦n arrumbada por el Vaticano II, de que fuera de la Iglesia romana no hab¨ªa salvaci¨®n.
La decisi¨®n de cerrar el limbo la impuls¨® el papa polaco encargando el asunto a una Comisi¨®n Teol¨®gica Internacional liderada por el hoy papa Ratzinger. La encomienda ten¨ªa su relevancia porque no era s¨®lo liquidar la idea de cielo o infierno como lugares concretos en el firmamento, sino un repaso en toda regla a las tesis cl¨¢sicas sobre el pecado original. En esta revisi¨®n cartogr¨¢fica, la semana pasada Ratzinger solucion¨® uno de los vac¨ªos creados por su antecesor. Tras la eliminaci¨®n del limbo, a los padres creyentes les preocupaba la situaci¨®n de los ni?os muertos no bautizados. La vuelta al para¨ªso es la soluci¨®n apuntada.
Desde san Agust¨ªn al Vaticano II la Iglesia de Roma hab¨ªa sostenido la visi¨®n cl¨¢sica del hombre en pecado desde que Eva y la serpiente liaron a Ad¨¢n para comerse juntos una manzana. La escatolog¨ªa cristiana posterior al Vaticano II sostiene que fue introducido por san Agust¨ªn, al extender a todos los hombres la culpa por aquel pecado original -sucedido en un para¨ªso que la ciencia tampoco pudo encontrar-, lo que hizo fue una mala traducci¨®n de una de las ep¨ªstolas de san Pablo.
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