Gabo 'superstar'
Cuentan que en v¨ªsperas de alumbrar las alboradas del modernismo dariano, a fines del siglo XIX, se usaba en Espa?a coronar con lauros de utiler¨ªa a las viejas glorias literarias que se desvanec¨ªan ya en la ancianidad. Entre ellas se hallaba don Gaspar N¨²?ez de Arce, a quien hab¨ªan ya sentenciado para subir al cadalso de uno de esos fastos con marchas marciales y racimos de discursos, a celebrarse en Sevilla. Un amigo, tan viejo como ¨¦l, pregunt¨® a don Gaspar si todo aquello era cierto, y si iba a dejar que lo coronaran, es decir, que lo convirtieran en vida en estatua con la cabeza ce?ida de lauros, o mirtos, o acantos, pues hojas de cualesquiera de ¨¦sas, debidamente trenzadas, sirven para tales prop¨®sitos. "?Si yo no me dejo, pero de todas maneras me coronan!" habr¨ªa respondido, impotente, el provecto don Gaspar.
Ahora venimos de ver una coronaci¨®n en vivo y a todo color en Cartagena de Indias, tres mil personas en la sala, y millones frente a las pantallas de televisi¨®n, la de una figura literaria que lejos de hundirse en la bruma del pasado salta con br¨ªo y con brillo hacia los fastos no tan lejanos, como parecer¨ªa, de su centenario, y que de seguro presidir¨¢, como ha hecho don Francisco Ayala en Madrid, hace tan poco. La coronaci¨®n de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Gabo, o Gabito, como le dicen en las calles los vendedores de loter¨ªa y de dulce de coco, y los m¨²sicos de los conjuntos ambulantes de vallenato que al no m¨¢s vislumbrarlo arrancan a tocar La Diosa Coronada, el vallenato de Leandro D¨ªaz que sirve de ep¨ªgrafe a El amor en los los tiempos del c¨®lera.
Las fiestas terminaron en la penumbra sosegada de su estudio con un ventanal velado por celos¨ªas detr¨¢s de los que bate el mar del Caribe, al lado de las murallas; le he dicho entre risas correspondidas que a esta coronaci¨®n s¨®lo ha faltado el Papa, que como bien recordamos estuvo presente en los funerales de la Mama Grande, o al menos un ex Papa, porque si los Papas no tuvieran que morir sentados en la silla de San Pedro, a lo mejor habr¨ªa venido Juan Pablo II, de estar vivo. Hubo reyes en la ceremonia, don Juan Carlos y do?a Sof¨ªa, presidentes, ex presidentes, decenas de acad¨¦micos, ministros, embajadores.
En esta penumbra amable de su estudio, donde dominan en los estantes una colecci¨®n de cl¨¢sicos castellanos, H¨¦ctor Aguilar Cam¨ªn ha ido a sacar un ejemplar de las poes¨ªas de Lope de Vega s¨®lo para dar fe de la fidelidad con que Gabo recita de memoria -"?qu¨¦ tengo yo que mi amistad procuras...?"- o darle el pie con el primer verso de cualquier otro soneto para que siga. Sonetos y boleros despiertos con el mismo ardor en su memoria.
Mientras dura esta pl¨¢tica, no por llena de sosiego no menos descuadernada, se me ocurre pensar que en la lengua ha habido al menos tres superestrellas que desbordan los c¨¢nones de la literatura para pasar al amplio y fragoroso dominio de la cultura de masas, igual que los artistas de cine, los futbolistas y los boxeadores. El primero, Rub¨¦n Dar¨ªo, que lejos de los favores medi¨¢ticos, pues ni radio hab¨ªa entonces, al saberse que era pasajero de un barco que acababa de atracar en La Habana o en Montevideo, una multitud se desbordaba hacia los muelles para obligarlo a salir a la pasarela y aclamarlo. Otro, Pablo Neruda, que arrull¨® a varias generaciones de enamorados que lo persegu¨ªan en aeropuertos, lobbies de hoteles, teatros y restaurantes con ejemplares de los Veinte poemas de amor en mano.
El tercero, ya se sabe, es ¨¦ste que recita sonetos cl¨¢sicos acomodado en el sof¨¢ forrado de tela blanca en el estudio de su casa vecina calle de por medio al convento de las monjas teresianas, las enterradas vivas, ahora un hotel de turistas, en uno de cuyos patios fue enterrada Sierva Mar¨ªa, personaje de El amor y otros demonios. Escucha el rumor de la gloria como el zumbido de un coro de abejas, las abejas de P¨ªndaro que tambi¨¦n cercaron la cabeza de Dar¨ªo, un coro que le divierte, pero no le inquieta, al punto de que no lo vuelve nunca tema de conversaci¨®n, y callarlo frente a ¨¦l es un asunto de obligado pudor.
Su gloria mansa tiene una regla de oro y es no negarse a firmar nunca un ejemplar de un libro suyo. A veces, en la equ¨ªvoca tranquilidad de un restaurante donde todo parece discurrir en paz alrededor de la mesa, comienzan a parecer como por conjuro los lectores, sobre todo lectoras, armadas de libros de los que han vaciado la librer¨ªa m¨¢s cercana, o que han ido a buscar hasta sus casas, y ahora, adem¨¢s, vienen con c¨¢maras digitales. Pone su aut¨®grafo, con el dibujo de una flor de largo tallo al lado de la dedicatoria, siempre que se trate de un libro, aunque sea el libro de otro, nunca una libreta, o un papel cualquiera. En la ciudad de M¨¦xico, una vez, los solicitantes, una pareja de j¨®venes casados, alegaron que deb¨ªan ir hasta su casa, lejos, en busca del libro. Gabo respondi¨®, con sonrisa segura y cordial, que les esperar¨ªa. Se hizo larga la sobremesa, pero regresaron, no con un uno, sino con una pila de ellos, y los firm¨® todos, meticulosamente, sin faltar la consabida flor.
Es lo que ha pasado recientemente en el restaurante La Vitrola de Cartagena, que surgieron decenas de libros de la nada. Pero, adem¨¢s, al salir, un conjunto de vallenato esperaba, al acecho, en la calle. Rompi¨® a tocar el acorde¨®n al aparecer por la puerta la cabeza coronada de Gabo. Todos los esplendores del vallenato La Diosa Coronada en el aire de la medianoche, mientras la calle se iba llenando de gente. Un novelista coronado, una diosa coronada. Tambi¨¦n la literatura tiene dioses.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y fue vicepresidente de Nicaragua.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.