Pensar
Cuentan que un reconocido cient¨ªfico de la Universidad Estatal de Pensilvania, cuando aparec¨ªa por su despacho alg¨²n empleado de la universidad para supervisar a qu¨¦ dedicaba su tiempo, le dec¨ªa, cort¨¦s pero en¨¦rgicamente: "Estoy pensando", ante lo cual el enviado desaparec¨ªa, confundido. Si al cabo de los d¨ªas la cabeza del muchacho asomaba de nuevo, t¨ªmidamente, por su puerta entreabierta, nuestro colega vociferaba contrariado: "Sigo pensando".
Ten¨ªa razones nuestro colega para irritarse. Uno de los oficios que requieren una continuada concentraci¨®n en lo que se hace es el de cient¨ªfico. Contra lo que puedan creer quienes no trabajan en ello, e incluso demasiados de los que lo hacen, tanto el desarrollo de las grandes ideas como el de las m¨¢s sencillas requiere una dedicaci¨®n mental casi exclusiva. A pesar de ello, la Administraci¨®n espa?ola tiene una habilidad extraordinaria, se dir¨ªa que incluso pone empe?o, para evitar que los cient¨ªficos nos dediquemos a lo ¨²nico que sabemos y queremos hacer: a pensar. Dirigir un proyecto de investigaci¨®n deber¨ªa ser algo muy simple para quien lo ha pre?ado y parido, una tarea que s¨®lo habr¨ªa de entra?ar dificultades (?benditas!) cuando uno se encuentra con lo inesperado, o cuando busca m¨¢s all¨¢ de lo obvio.
El esfuerzo de los ¨²ltimos a?os puede resultar est¨¦ril si no se corrige la situaci¨®n
Dirigir hoy un proyecto de investigaci¨®n se ha convertido en un calvario
Pues bien, dirigir hoy un proyecto de investigaci¨®n en las universidades y en los centros de investigaci¨®n espa?oles se ha convertido en un calvario, al que el cient¨ªfico no s¨®lo dedica la mayor parte de su tiempo sino que, lo que es peor, constituye la fuente principal de sus inquietudes. No las propias de nuestro oficio, sino las que genera tramitar la adquisici¨®n de equipamiento, la contrataci¨®n de servicios, la cooptaci¨®n de personal, los viajes de campo, todo ello con procedimientos burocr¨¢ticamente arcaicos que, en el mejor de los casos, no entiendes. ?La penitencia puede llegar hasta tener que mendigar un sitio donde llevar a cabo tus proyectos!
Esta situaci¨®n se ve agravada por la falta de personal de apoyo a la investigaci¨®n y, dicho sea de paso, por la falta de incentivos y de una verdadera carrera profesional para el existente. En los departamentos universitarios y en los Organismos P¨²blicos de Investigaci¨®n (OPIs), la falta de administrativos, de ayudantes y de t¨¦cnicos es a¨²n m¨¢s acuciante que la de cient¨ªficos.
El esfuerzo que se lleva haciendo en los ¨²ltimos a?os por incorporar cient¨ªficos de calidad al sistema de ciencia y tecnolog¨ªa (programas Juan de la Cierva y Ram¨®n y Cajal, profesores universitarios, cient¨ªficos de OPIs, etc¨¦tera) puede resultar, en cierta medida, est¨¦ril si esta situaci¨®n no se corrige. En el mundo desarrollado, las estructuras cient¨ªficas eficientes son, en cuanto a personal se refiere, piramidales. Es decir, tienen una ancha base formada por el personal de apoyo, mayoritario, que se va estrechando conforme avanzamos hacia un minoritario personal cient¨ªfico. Seg¨²n el INE, en 2004 hab¨ªa en Espa?a 267.943 personas empleadas en I+D, de las cuales 169.970 eran cient¨ªficos, y 97.973, t¨¦cnicos y personal de apoyo; o sea, una raz¨®n de 0,58 t¨¦cnicos y personal auxiliar por investigador, aproximadamente la cuarta parte de la que existe en los pa¨ªses europeos m¨¢s avanzados cient¨ªficamente, en EE UU y en Jap¨®n.
Hoy por hoy, y en un momento en que el Gobierno est¨¢ apostando claramente por mejorar las condiciones para hacer ciencia en nuestro pa¨ªs, la tendencia, por incre¨ªble que parezca, es m¨¢s a agravar el problema que a solucionarlo. Como muestra, un bot¨®n. El CSIC, el mayor organismo p¨²blico de investigaci¨®n, ha tenido en la oferta p¨²blica del 2007 una generosa y merecida concesi¨®n de 275 plazas de cient¨ªficos en sus diferentes categor¨ªas. En l¨®gica cient¨ªfica, a esta oferta de investigadores deber¨ªa de corresponder un m¨ªnimo de 550 plazas de personal de apoyo. Sin embargo, s¨®lo le han concedido 110 plazas de t¨¦cnicos, 6 de gesti¨®n y ninguna de administrativo. Podr¨ªa pensarse que esta absurda inversi¨®n en la distribuci¨®n de plazas responde a una rara coyuntura de este a?o. Desgraciadamente no es as¨ª. La distribuci¨®n de personal del 2007 es similar a la del 2006, 2005... y a la de todos los a?os en los ¨²ltimos decenios.
Esta tenacidad en el error, con la inestimable ayuda de la ininteligible mara?a de normas administrativas a la que antes nos hemos referido, ha conseguido construir una de las herramientas m¨¢s eficientes que imaginarse puedan para impedir que los cient¨ªficos espa?oles piensen, descubran e innoven. No debe, pues, extra?arnos los relativos escasos logros de la ciencia en nuestro pa¨ªs. M¨¢s bien deber¨ªamos sorprendernos y admirarnos de la existencia de un buen n¨²mero de cient¨ªficos excelentes en Espa?a. Eso s¨ª, cansados, agobiados y bastante hartos de un sistema que no les deja hacer aquello para lo que se han formado: pensar.
Corren tiempos en los que todo se valora con par¨¢metros num¨¦ricos que creemos miden de forma objetiva el ¨¦xito. Quienes dirigen las universidades y los OPIs miden su ¨¦xito -por ejemplo- en raz¨®n de la financiaci¨®n que obtienen de los diferentes gobiernos para sus instituciones, pero pocos de ellos se preocupan por saber si sus cient¨ªficos tienen las condiciones adecuadas para llevar a cabo su trabajo, si sus ideas van a poder desarrollarse sin m¨¢s trabas administrativas que las necesarias. No les importa, porque creen que esas limitaciones no se pueden medir de forma objetiva. Los que por su propia decisi¨®n optan por puestos de gobierno en las universidades y organismos de investigaci¨®n, o en las instituciones que gestionan la investigaci¨®n cient¨ªfica, est¨¢n ah¨ª para ayudar al resto de los cient¨ªficos, que son el alma del sistema; para facilitarles la investigaci¨®n, para animarles a afrontar grandes retos, para buscar soluciones que mejoren el marco cotidiano en el que se desarrolla su vida profesional. Est¨¢n ah¨ª para pensar y para ayudar a pensar. Esa generosidad de mirar hacia dentro del sistema, y no s¨®lo hacia fuera y hacia arriba, es la que marca la diferencia entre los gestores de la ciencia.
Es imprescindible que las instituciones dedicadas a la investigaci¨®n est¨¦n en manos de profesionales. Nos referimos a profesionales que hayan ejercido y que conozcan c¨®mo se hace la ciencia, pero que a la vez hayan optado por servirnos y servirse desde la funci¨®n de Gestionar, con may¨²scula, el ejercicio de la ciencia. Y que est¨¦n comprometidos con el ¨²nico objetivo posible en este su mundo: que el sistema funcione por y para quienes hacen ciencia, para los cient¨ªficos. Y eso tambi¨¦n es objetivable. Son los que est¨¢n en el laboratorio, los que imaginan proyectos, los que disfrutan descubriendo, los que se deleitan leyendo el gran art¨ªculo de un colega, los que exploran la naturaleza, los que miden, los que... En fin, todos los que se dedican a pensar.
En los albores de la democracia, el gran Perich nos alegr¨® una ma?ana de huelga reivindicativa con un chiste que dec¨ªa: "?Qu¨¦ querr¨¢n ¨¦stos [cient¨ªficos]? Disfrutan con lo que hacen y encima quieren que les paguen". Hoy, intentamos recuperar la dignidad de una profesi¨®n maldita por siglos en Espa?a. Es evidente que as¨ª haremos m¨¢s eficaz al sistema de adquisici¨®n y transmisi¨®n del conocimiento y nuestro pa¨ªs saldr¨¢ ganando. Pero lo que realmente nos importa, lo que nos interesa -no queremos enga?ar a nadie-, es recuperar la dignidad. Ya es hora de poner este pa¨ªs a pensar.
Juan Manuel Garc¨ªa Ruiz y Fernando Hiraldo son profesores de Investigaci¨®n del CSIC. Se han adherido a este texto 523 cient¨ªficos espa?oles; entre ellos, Juan Luis Arsuaga, Jes¨²s ?vila, Ernesto Carmona, Avelino Corma, Miguel Delibes, Carlos M. Duarte, Pedro Echenique, Carlos Herrera, Amparo Latorre, Jos¨¦ L¨®pez Barneo, Luis A. Oro, Jos¨¦ Luis Sanz y Joaqu¨ªn Tintor¨¦.
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