Ser profesor
Hace m¨¢s de 30 a?os que ejerzo de profesor en la Universidad. De hecho, no he dejado de ir a la escuela, de una manera u otra, desde los cinco a?os. A esa edad interrump¨ª mi educaci¨®n familiar para acudir a una clase formal, con otros ni?os de mi edad y frente a una se?orita que me aleccionaba con cari?o. Desde entonces he asistido a clases como alumno o profesor sin interrupci¨®n alguna. Y he de confesar que a¨²n me divierto dando clases, participando en conferencias o mesas redondas y tambi¨¦n asistiendo a intervenciones o lecciones de alg¨²n otro colega. Reconozco que no es lo mismo dar clases en la Universidad, que ejercer de maestro en los centros de educaci¨®n primaria, en un instituto de secundaria o en un centro de formaci¨®n de adultos. P¨²blicos distintos, ritmos vitales distintos, posici¨®n f¨ªsica y mental en relaci¨®n con la experiencia educativa muy diversa. Pero siempre he pensado que en cada momento vital el ser alumno y el ser profesor pueden encontrar puntos de encaje que permitan disfrutar de la situaci¨®n.
Todo ello viene a cuento a ra¨ªz de que, gracias a la invitaci¨®n del Instituto Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet para que participara en unas interesantes jornadas de reflexi¨®n sobre educaci¨®n, cay¨® en mis manos el n¨²mero cinco de los Cuadernos de la Fundaci¨®n SM, dedicado a Las emociones y valores del profesorado. Se trata de un informe que ?lvaro Marchesi y Tamara D¨ªaz hacen a partir de una significativa encuesta realizada a un colectivo de casi 1.800 profesores de ense?anza primaria y secundaria, y casi 800 aspirantes a profesor, todos ellos del conjunto de Espa?a. Un primer dato que resaltar es que estamos ante un colectivo notablemente feminizado. Dos terceras partes de los ya maestros que responden la encuesta son mujeres. Y casi el 80% de los futuros docentes, tambi¨¦n. Pero lo m¨¢s sorprendente del estudio es que, a pesar de la evidente crisis profesional de muchos docentes, s¨®lo el 10% afirma que dejar¨ªan ese trabajo si tuvieran otra alternativa, y tres cuartas partes entienden que son profesores porque les gusta ense?ar. Evidentemente, se sienten poco valorados social y administrativamente, y consideran que la educaci¨®n ha empeorado en los ¨²ltimos a?os. Quiz¨¢ por ello es notoria la sensaci¨®n de a?oranza con que observan el pasado, los a?os setenta y ochenta, consider¨¢ndolos como mejores para la funci¨®n de docente. Poco m¨¢s del 20% afirma sentirse cansado o desesperanzado. Pero son gran mayor¨ªa los que consideran como puntos dif¨ªciles la disciplina en clase y el desarrollo socioafectivo de los alumnos. Y entienden que les falta colaboraci¨®n de las familias, a las que ven despreocupadas por la educaci¨®n de sus hijos e hijas y con quienes les gustar¨ªa establecer relaciones de mayor confianza. En su relaci¨®n con los alumnos, lo que m¨¢s valoran son las buenas relaciones afectivas con ellos, y lo que m¨¢s les molesta es su falta de respeto. Les gustar¨ªa, sobre todo, que fueran felices, pero critican su falta de esfuerzo. Es interesante destacar que la gran mayor¨ªa volver¨ªa a ser profesor si pudiera. Se ven a s¨ª mismos como optimistas y equilibrados, y consideran que su mayor recompensa ser¨ªa el ver reconocida su labor como docentes. Los aspirantes a profesor muestran perfiles muy parecidos con los que ya lo son, aun cuando quiz¨¢ destaca una orientaci¨®n m¨¢s profesional que vocacional.
Ser¨ªa importante que las conclusiones de este estudio, y de otros de car¨¢cter m¨¢s cualitativo tambi¨¦n existentes, no cayeran en saco roto en momentos en que se est¨¢ produciendo una importante renovaci¨®n del profesorado en el sistema educativo del pa¨ªs, a ra¨ªz, entre otras cosas, de la implantaci¨®n de la llamada sexta hora. Los miles de profesores que llegan a las aulas pueden contribuir o no a mejorar el clima profesional existente, renovando plantillas y buscando nuevos v¨ªnculos con las actuales generaciones de alumnos. No son necesarios demasiados estudios para entender que los profundos cambios sociales que tanto han cambiado nuestras formas cotidianas de vida, de trabajo o de convivencia social y familiar, han impactado brutalmente en unos centros educativos que adem¨¢s han visto incrementados por arriba y por abajo los a?os de estudio obligatorio, han visto como se diversificaba espectacularmente el tipo de alumnado, mientras se sent¨ªan cada vez m¨¢s solos en una labor m¨¢s dif¨ªcil y compleja. Hay menos confianza en lo que cada uno puede hacer, y ello comporta una cierta crisis de identidad. A pesar de que estos dos elementos no son en absoluto excepcionales en los momentos que vivimos (seguramente el personal sanitario, los trabajadores sociales o los mismos polic¨ªas podr¨ªan decir lo mismo), s¨ª es cierto que la situaci¨®n es especialmente sensible en la fase de adolescencia, en la que se concentran cambios tecnol¨®gicos, econ¨®micos, familiares, de modelos de vida, etc¨¦tera, con cambios hormonales acelerados. Ante ellos, y m¨¢s solos que nunca, est¨¢n los docentes con el encargo de trasmitir conocimientos, valores y moral ciudadana. Se les pide que nos entreguen personas preparadas para integrarse en las exigencias cognitivas de la sociedad del conocimiento, pero al mismo tiempo les pedimos que les adviertan de los peligros de consumismo y de indiferencia moral que esa nueva sociedad genera. Tienen que lidiar con sus emociones y con las de sus alumnos, y no siempre existen coincidencias positivas. Y sin emoci¨®n no hay educaci¨®n. Como bien dicen los autores del estudio que glosamos, educar no es s¨®lo t¨¦cnica. Es necesario generar flujos de relaciones e incentivos que generen curiosidad y ganas de aprender. Y mantener esa actitud a lo largo de los a?os, mientras vas viendo pasar reforma educativa tras reforma educativa, con toda la burocracia y el papeleo que implica, no es nada sencillo. Los futuros profesores necesitan (como dec¨ªa muy acertadamente Pilar Benejam el pasado lunes en este mismo peri¨®dico) conocimientos, una formaci¨®n did¨¢ctica espec¨ªfica y puesta al d¨ªa, y ganas de ense?ar.
?Estamos a tiempo de no dejar que se vaya agotando esa reserva de profesionalidad docente y de vocaci¨®n genuina que a¨²n es perceptible en la gran mayor¨ªa del profesorado? ?Podemos contagiar de ese rescoldo de pasi¨®n y de buen hacer a los nuevos docentes? ?Est¨¢ dispuesto el Departamento de Educaci¨®n a facilitar las cosas para que se vaya avanzando en el trabajo integrado y en una mejor relaci¨®n entre las escuelas y el entorno social y educativo? ?Estamos dispuestos todos a ayudar en esa labor y a reconocer el papel clave de los docentes en todo ello? Antes que siga proliferando el s¨¢lvese quien pueda, necesitamos invertir de verdad en la educaci¨®n p¨²blica de este pa¨ªs y en su profesorado. Tengo la impresi¨®n que s¨®lo podremos evitar la desprofesionalizaci¨®n si ayudamos a que todos entiendan que sin buena educaci¨®n y sin buenos profesores en el pa¨ªs, no hay sociedad que resista cohesionadamente demasiado tiempo.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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