El 'factor Morandi'
1. En 'Dos ciudades', Adam Zagajewski dice que si la m¨²sica ha sido creada para la gente sin hogar (es el arte menos unido a un lugar concreto y es sospechosamente cosmopolita), la pintura, en cambio, ser¨ªa el arte de los sedentarios que se complacen en la contemplaci¨®n de la tierra natal: "Los retratos afianzan a los sedentarios en la convicci¨®n de que s¨®lo si pueden ser vistos viven de verdad". ?nicamente los bodegones, y no todos, dice Zagajewski, dejar¨ªan al descubierto la indiferencia total y absoluta de las cosas, su cinismo y su falta de patriotismo provinciano. Y como ejemplo cita los jarros pintados por Giorgio Morandi, que no tienen nada ver con Bolonia, la ciudad natal del pintor: son fr¨¢giles, esbeltos y llenos de aire.
Quedo preso de im¨¢genes, sospechas y recuerdos. Tal vez todo esto explique, me digo, por qu¨¦ siempre sent¨ª gran simpat¨ªa por los estilizados jarros y botellas de Morandi. Es posible que en mi inconsciente los haya relacionado con la idea de que nada es de ning¨²n sitio concreto y que el estado m¨¢s l¨²cido del hombre es no tener nada y sentirse extranjero siempre.
Pero de todos modos ?qu¨¦ hace ese estilizado objeto frente a mi sedentario escritorio? Es un jarro azul oscuro que imita a la perfecci¨®n uno de los que pintaba Giorgio Morandi. Lo compr¨¦ hace cinco a?os en la tienda de un museo de Ferrara y lo coloqu¨¦ frente a la mesa de mi estudio. De ah¨ª no se ha movido hasta hoy, y siempre lo he considerado ligado a mi casa y al trabajo. Nunca hasta ahora se me ocurri¨® pensar que ese sencillo y fr¨¢gil jarro podr¨ªa ser el s¨ªmbolo de mis viajes mentales, de cierto nomadismo cerebral. Pero seguramente lo es, porque sin ¨¦l ser¨ªa un escritor m¨¢s sedentario: me da alas el factor Morandi, y a veces hasta me siento al amparo del misterio y la simplicidad de ese jarro. Es m¨¢s, ahora comprendo por qu¨¦ de los bodegones de Morandi suele decirse que en ellos est¨¢ el arte de la pintura mismo con toda su fuerza y su sutileza, su enigma y su simplicidad, su esp¨ªritu y su materia.
2. Del ¨²nico d¨ªa que he estado en Bolonia recuerdo que, habiendo largo rato mirado hacia arriba, mirado con largo detenimiento la fachada del palacio de Accursio, inclin¨¦ la cabeza y vi de pronto a mis pies un tranquilo desag¨¹e de aguas casi estancadas y all¨ª, abandonada, una botella que parec¨ªa salida de un cuadro de Morandi, y lo que m¨¢s recuerdo es que al ver aquel sereno canalillo y la humilde botella solitaria sent¨ª un bienestar sorprendente. En el fondo, un bienestar m¨¢s que comprensible si uno piensa en el largo y cargante rato que llevaba viendo la pretenciosa y agotadora fachada del palacio italiano.
3. Una vez, compr¨¦ un libro de relatos s¨®lo porque en la portada hab¨ªa un bodeg¨®n de Morandi. Fue hace mucho tiempo, en 1988, y entonces, claro, a¨²n no sab¨ªa que un d¨ªa tendr¨ªa el jarro azul oscuro frente a mi escritorio. Pero alg¨²n mecanismo interno debi¨® de moverse en ese momento para que pudiera yo intuir por fin que Morandi y la ausencia de todo patriotismo provinciano ten¨ªan que entrar en casa. El libro se llamaba Narradores de las llanuras y lo hab¨ªa escrito Gianni Celati, nacido en Bolonia en 1937. Y siempre pens¨¦ que el bodeg¨®n de Morandi (Naturaleza muerta, 1938) estaba ah¨ª porque el escritor y el pintor compart¨ªan el mismo lugar de nacimiento. Narradores de las llanuras result¨® ser como una versi¨®n abreviada de Las mil y una noches de nuestros d¨ªas en un viaje a lo largo del r¨ªo Po. Era un bell¨ªsimo viaje a trav¨¦s del Valle Padama de alguien que iba detr¨¢s de historias que contar, a la b¨²squeda de aquello que llamamos lo maravilloso cotidiano: un viaje casi ritual de retorno a los or¨ªgenes de las historias, a la escucha de los narradores orales que hablan de los "hechos de la vida".
Tem¨ª esta ma?ana haber perdido el libro de Celati, pues hac¨ªa a?os que no lo ve¨ªa. Pero no he tardado en encontrarlo intacto en un rinc¨®n de la biblioteca, y ha sido como recuperar un juguete casi olvidado de la infancia, o como haber viajado de forma fulminante hasta el Valle Padama. He rele¨ªdo entonces algunas de las historias simples y llanas de Narradores de las llanuras y me ha parecido descubrir que pudo en su momento existir un motivo menos obvio para esa portada bolo?esa del libro de Celati. Y es que, mirando el mapa de las llanuras que se incluye al inicio del libro, he observado que para seguir el itinerario de los cuentos orales hay que moverse por derroteros parecidos a aquellos por los que se desplazara Morandi cuando en 1913 consigui¨® esa modesta plaza de profesor suplente en escuelas elementales que le llev¨® durante 16 a?os a pueblos perdidos de las llanuras y de la Emilia. Su admirador De Chirico dijo de esos a?os que "para mantener su obra en la pureza, de noche en las aulas desoladas de alguna escuela elemental, Morandi ense?aba a los ni?os las leyes eternas del dibujo geom¨¦trico, el fundamento de toda gran belleza y de toda profunda melancol¨ªa". Pero, claro est¨¢, cuando compr¨¦ ese libro de Celati en 1988, no pod¨ªa saber nada de leyes eternas y todo eso, pues hasta ignoraba la biograf¨ªa del profesor de dibujo Morandi y su modesto itinerario escolar en las llanuras.
Creen muchos con firmeza que las cosas son ¨²nicamente lo que parecen ser y que detr¨¢s de ellas no hay nada. Muy bien. Sin embargo, a m¨ª me basta con levantar la vista hacia el jarro que tengo delante para que esa creencia se derrumbe y las leyes eternas del dibujo geom¨¦trico, en cambio, permanezcan en pie en su lugar f¨ªsico, en su sitio, mientras voy leyendo los signos pasionales de mi alfabeto metaf¨ªsico.
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