Funci¨®n
Despu¨¦s de un largo viaje regreso a Barcelona y me encuentro a Maragall transformado en el rey Lear. Para quien desconozca al h¨¦roe de la enigm¨¢tica tragedia shakesperiana, resumir¨¦ sus cuitas: anonadado por la ingratitud de aqu¨¦llos a quienes ha cedido gratis el reino, el depuesto rey proclama a gritos su infortunio en una perorata mitad lucidez, mitad delirio, bajo una furiosa tempestad de rayos y truenos que s¨®lo descarga sobre su cabeza, mientras en el palacio que anta?o fue suyo, los sucesores urden unas intrigas y cometen unos cr¨ªmenes que quiz¨¢ s¨®lo existen en la imaginaci¨®n del rey, pero que acaban siendo ciertos: acertar en las profec¨ªas agoreras es cuesti¨®n de paciencia.
El s¨ªmil es jocoso y no va lejos. En el caso que nos ocupa, los cr¨ªmenes no son tales, las traiciones son formas cotidianas del juego pol¨ªtico, la ingratitud no es defecto, sino virtud del gobernante, y a las agon¨ªas personales no ha lugar. Y, por supuesto, Maragall no delira, aunque no hacerlo priva a su actividad de dimensi¨®n dram¨¢tica. No se puede tener todo: lo que se gana en cordura se pierde en grandeza.
Renuncio a bucear en el oc¨¦ano de la bibliograf¨ªa para ver si el rey Lear tiene un remoto antecedente hist¨®rico o si es, como imagino, la versi¨®n apocal¨ªptica de un cuento infantil. Tanto da. Aunque est¨¢ situada en Inglaterra, la acci¨®n se desarrolla en un pa¨ªs peque?o, donde todo est¨¢ a mano, y en definitiva consiste en un desencuentro familiar a cuatro o cinco bandas que se resuelve de la peor manera posible. Los personajes son s¨®lidos, pero ninguno explica con claridad por qu¨¦ es tan malo o tan bueno. Son personajes de teatro. Lo que dicen y hacen y las consecuencias de sus actos no trascienden los l¨ªmites del escenario en que se mueven. Tal vez por esto la furia del rey Lear s¨®lo la escucha un grupo diminuto: un cortesano ciego, un buf¨®n, alg¨²n testigo ocasional perplejo, remedos de los actuales medios de informaci¨®n, y la reducida audiencia que entr¨® al teatro sin conocer el argumento de la obra y que ahora la sigue rasc¨¢ndose la cabeza, sin saber a ciencia cierta si lo que ve va o no va en serio, y pensando que vaya de lo que vaya, y le guste o no, ¨¦sta era la ¨²nica funci¨®n que hab¨ªa en la cartelera aquella noche.
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