La textura del terror
En Rohtenburg, su pel¨ªcula sobre el caso real del can¨ªbal Armin Meiwes, el cineasta alem¨¢n Martin Weisz simulaba enfrentarse a un problema de conciencia a la hora de abordar la representaci¨®n del horror en su cl¨ªmax final. Weisz, que recibi¨® el premio al mejor director en el pasado festival de Sitges por ese trabajo, resolv¨ªa su dilema de la forma m¨¢s hip¨®crita posible: seguir explotando el morbo, mientras el relato verbalizaba todo lo contrario. No es raro que el director haya acabado cruzando su camino con Wes Craven, que en el cine de terror de los setenta se caracteriz¨® por hacer exactamente lo mismo: puntuar su sensacionalismo con coartadas y voluntad de mensaje, dentro de pel¨ªculas que siempre afirmaban apuntar m¨¢s alto que a esos respetables bajos instintos del espectador que, a la postre, acababan siempre gratificando. Lo sorprendente es que el encuentro entre Weisz y Craven haya sido tan veloz.
EL RETORNO DE LOS MALDITOS
Direcci¨®n: Martin Weisz. Int¨¦rpretes: Michael McMillian, Jessica Stroup, Daniella Alonso, Jacob Vargas. Estados Unidos, 2007. G¨¦nero: terror. Duraci¨®n: 89 minutos.
El retorno de los malditos, escrita por Craven y su hijo y dirigida por Weisz, no es el remake de una secuela -Las colinas tienen ojos II (1985), de Wes Craven-, sino la secuela de un remake -Las colinas tienen ojos (2006), estilosa revisi¨®n del original hom¨®nimo (tambi¨¦n dirigido por Craven) a cargo del franc¨¦s Alexandre Aja-. Tiene, pues, la pel¨ªcula de Weisz una muy contempor¨¢nea condici¨®n de producto no ya de segunda, sino de tercera generaci¨®n: el eco de un eco, inscrito en el moderno revival del cine de terror norteamericano de los setenta.
En manos de una nueva generaci¨®n de directores que, quiz¨¢, no tuvo tiempo de disfrutar de sus actuales referentes en una sala oscura, el recuerdo de este cine de terror se convierte no tanto en una actitud como en una textura: una crudeza de s¨ªntesis, un desali?o calculado, casi cool, una brutalidad casi de anuncio publicitario con credenciales cin¨¦filas. Son, en suma, pel¨ªculas que no nacen de la espontaneidad, sino de una muy moderna facilidad para recrear cualquier registro posible de la memoria cin¨¦fila. Por lo menos, en su superficie, que no en su alma.
En El retorno de los malditos, Weisz, que ya no tiene problemas en jugar a la violencia como espect¨¢culo, une la impostaci¨®n de esa textura visual setentera con un intento, no especialmente sutil, de explorar terrores de ¨²ltima generaci¨®n. Aqu¨ª, los paisajes desolados del g¨®tico americano -en realidad, fotografiados en Marruecos- funcionan como tosco suced¨¢neo del desierto afgano, y la psicop¨¢tica comunidad de mutantes que extermina al (militarizado) elenco victimizable ejerce de Al Qaeda por otros medios. El resultado es un tanto tedioso, pero la secuela original ten¨ªa menos estilo.
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