Espa?a en la ONU
Tras el anuncio de la dimisi¨®n de Javier Rup¨¦rez, no es exagerado afirmar que la representaci¨®n de Espa?a en cargos de alto nivel en la ONU ha quedado bajo m¨ªnimos. En los ¨²ltimos meses se han desaprovechado ocasiones o no se han sabido tocar los resortes pertinentes. Todo ello a pesar de las esperanzas que Zapatero se trajo de Nueva York el pasado septiembre despu¨¦s de que el jefe del Gobierno reclamara un incremento de la presencia espa?ola en las estructuras administrativas de poder de Naciones Unidas, tras donar m¨¢s de 500 millones de d¨®lares al PNUD, la agencia dedicada a programas de desarrollo. Lejos de favorecer nuestra presencia, la llegada del surcoreano Ban Ki-moon a la secretar¨ªa general el pasado enero ha dejado en un plano a¨²n m¨¢s modesto la representaci¨®n de un pa¨ªs que es el octavo contribuyente al presupuesto del organismo mundial.
Rup¨¦rez, nombrado en mayo de 2004 director ejecutivo del comit¨¦ antiterrorista de la ONU, ha decidido dimitir con seis meses de antelaci¨®n. Estados Unidos quiere darle m¨¢s dinamismo a ese nuevo departamento poniendo un estadounidense o un representante de un Gobierno m¨¢s af¨ªn. Persisten los recelos de la Administraci¨®n de Bush a la hora de apoyar un candidato espa?ol para puestos de responsabilidad en Naciones Unidas. Pero eso no justifica nuestra falta de visibilidad.
La diplomacia espa?ola, aprovechando el paquete de ayuda anunciado por Zapatero, anhelaba contar con tres altos cargos en la secretar¨ªa general, al menos uno de ellos a nivel de secretario general adjunto. Nada de eso se ha producido. Espa?a ha visto c¨®mo ninguno de sus candidatos era elegido para la jefatura de departamentos importantes como son la Comisi¨®n de Consolidaci¨®n de la Paz o el Fondo para la Democracia, que reciben una notable aportaci¨®n econ¨®mica espa?ola. La realidad es que a d¨ªa de hoy no hay espa?oles en puestos de direcci¨®n en el secretariado general, el centro pol¨ªtico de influencia del sistema onusiano.
Espa?a participa en misiones militares de la ONU, cree en la utilidad de la organizaci¨®n mundial, apoy¨® a quienes buscaban su reforma y hasta consigui¨® contagiar inter¨¦s al anterior secretario general en la iniciativa sobre la Alianza de Civilizaciones. Pero no logra trasladar su peso a los ¨®rganos de poder de Naciones Unidas. Es obvio que algo no funciona. Y si existen culpas pol¨ªticas, habr¨¢ que cargarlas principalmente en el debe del Gobierno (escasa influencia, desinter¨¦s, ingenuidad, etc¨¦tera). Por encima de la pusilanimidad que pueda emanar de su misi¨®n permanente en Nueva York.
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