El jard¨ªn secreto
John Keats escribi¨® que hab¨ªa que saber conformarse con la mitad del conocimiento. Es decir, que si quer¨ªamos penetrar en el misterio del mundo deb¨ªamos ser capaces de no buscar a cada momento una explicaci¨®n a lo que nos suced¨ªa en ¨¦l. Es lo que suelen hacer los personajes de los cuentos infantiles y por eso pueden vivir sus aventuras. Es lo que hace Alicia, cuando corre tras el Conejo Blanco, o Wendy cuando Peter Pan la conduce a la Isla de Nunca Jam¨¢s. O lo que hace Mary Lennox, la protagonista de El jard¨ªn secreto, la hermosa novela de Francis Hodgson Burnet. La peque?a Mary viaja a casa de un t¨ªo suyo, al quedarse hu¨¦rfana, y se ve obligada a pasar largas horas de soledad, pues su t¨ªo siempre est¨¢ de viaje. Y en ese deambular sin tiempo, Mary descubre un d¨ªa un jard¨ªn en el que no puede entrar. Ve sus tapias y los ¨¢rboles, cuyas copas asoman por encima, pero no encuentra su puerta. Y aprende a amar ese jard¨ªn, antes de saber nada de ¨¦l.
Cuando Wendy pregunta a Peter Pan, en pleno vuelo, que d¨®nde est¨¢ la Isla de Nunca Jam¨¢s, ¨¦ste le contesta que no lo sabe. "La Isla de Nunca Jam¨¢s, no se puede buscar. Es ella la que te encuentra". En cierta forma, es lo que la pasa a Alicia con el Pa¨ªs de las Maravillas, o a Dorothy, en El mago de Oz, con la Ciudad Esmeralda, ya que en realidad son ese pa¨ªs y esa ciudad quienes las encuentran a ellas. La historia de Mary con el jard¨ªn secreto es tambi¨¦n as¨ª. Quiere entrar en ¨¦l pero tendr¨¢ que ser un petirrojo el que le proporcione la llave y le diga c¨®mo hacerlo. Pero ni Wendy, ni el pr¨ªncipe de La Bella Durmiente, ni la ni?a protagonista de El jard¨ªn secreto, ni por supuesto Alicia o Dorothy, hacen demasiado por vivir aventuras, se ven arrastradas a ellas. Mary Leenox se ocupa del jard¨ªn antes de saber nada ¨¦l; Wendy se instala en la Isla de Nunca Jam¨¢s, con los Ni?os Perdidos, con la naturalidad con que lo habr¨ªa hecho en la casa de sus vecinos; Alicia se va detr¨¢s del Conejo Blanco sin dudarlo; Dorothy acepta como compa?eros a criaturas tan extravagantes como un Espantap¨¢jaros, un Le¨®n y un Hombre de Hojalata; y el pr¨ªncipe de La Bella Durmiente, acude sin preguntar a la llamada secreta de la estancia encantada. Y todos ellos se conforman con la mitad del conocimiento para vivir sus respectivas aventuras.
Pero lo maravilloso, al contrario de lo que suele decirse, no nos aparta del mundo sino que hace de ese mundo el reino de la posibilidad. Todos los ni?os proceden de un mundo as¨ª, de forma que bien podemos decir que ese jard¨ªn secreto es una representaci¨®n de nuestra propia infancia perdida. San Agust¨ªn, en sus Confesiones, habl¨® as¨ª de ese lugar: "De ni?o pas¨¦ a ser muchacho, o lo que fuera que viniera a m¨ª ocupando el lugar de la infancia. La infancia, no obstante, no se march¨®: pues ?a d¨®nde iba a ir? Sencillamente, dej¨® de estar ah¨ª. Pues ahora no era un cr¨ªo, sin habla, sino un muchacho que hablaba".
La infancia permanece con nosotros como reino secreto. Un reino de silencio, donde se habla el lenguaje de las cosas mudas. Cuando Eneas pide a Dido que le cuente la guerra de Troya ¨¦ste replica: "Indecible, reina". Lo que es lo mismo que decir que todo lo que sucedi¨® en ese lugar y en ese tiempo es tan singular, tan lleno de excepci¨®n, que no cabe en nuestras palabras de adultos, las palabras con las que tomamos posesi¨®n de las cosas. Ese reino mudo es el reino de la infancia, que significa literalmente incapacidad de hablar. Y por eso son tan frecuentes en los cuentos los personajes que no pueden hacerlo. La Sirenita tiene que perder su voz para acceder al reino de los hombres, y en realidad la Bella Durmiente tambi¨¦n tiene el mismo problema: est¨¢ dormida, y no puede hablar. La paradoja es que ese silencio renueva el lenguaje, y por eso en los cuentos todos hablan sin parar. No s¨®lo los ni?os y las princesas, sino las ranas, las estrellas y los ¨¢rboles. La ni?a de los gansos oye hablar a la cabeza de su caballo y luego termina hablando con una estufa, que es a la que cuenta todos sus pesares. Pero ?todos estos mundos descritos no est¨¢n tocados por la locura? ?No lo est¨¢ el Pa¨ªs de las Maravillas con todos sus extravagantes personajes? ?no lo est¨¢ el pa¨ªs que visita Dorothy en El mago de Oz, no es la Isla de Nunca Jam¨¢s una jaula de grillos? Hay adultos que no soportan este barullo y se apartan de los ni?os sin entender que en su
locura, como acertadamente supo ver Bachelard, est¨¢ siempre la posibilidad de un nuevo comienzo.
Montaigne no aprobaba la pasi¨®n de hacer caranto?as a los reci¨¦n nacidos, por considerar que carec¨ªan de toda actividad mental y eran indignos de nuestro amor, llegando a no soportar que se les diera de comer en su presencia, y durante mucho tiempo el ni?o que era demasiado peque?o para participar en la vida de los adultos sencillamente no contaba para nada. Los ni?os siempre han vivido en ese mundo de intersticios y grietas, un mundo que despierta de su sue?o, cuando los adultos se retiran a descansar. Alicia se cuela por una de esas grietas y va a parar a ese mundo tan extra?o como disparatado en el que tienen lugar sus aventuras. De pronto, la Reina de Corazones quiere cortarle la cabeza. Alicia trata de rebelarse y una baraja de naipes se arroja sobre su cabeza. Quiere quit¨¢rselos de encima y se descubre tumbada en la ribera del r¨ªo con la cabeza apoyada en la falda de su hermana, que le est¨¢ quitando cari?osamente unas hojas que le hab¨ªan ca¨ªdo de los ¨¢rboles.
J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, nos dice que todas las ni?as cuando crecen se transforman en unas vulgar¨ªsimas mujeres casadas, pero ?de verdad son tan vulgares? Y si lo fueran ?por qu¨¦ contar¨ªan a sus hijos esas historias tan locas? En realidad todas las madres cuentan a sus hijos cuentos para decirles que puede que en el mundo no haya criaturas m¨¢s raras y fant¨¢sticas que ellos. Tan raros son los ni?os que un buen d¨ªa desaparecen y nunca m¨¢s se les vuelve a encontrar. Para eso les cuentan historias, para hablarles de lo que pas¨® en aquella casa mientras ellos estuvieron all¨ª. Sabes una cosa, les dicen, una vez me encontr¨¦ a un ni?o como t¨². Un ni?o que no sab¨ªa de d¨®nde ven¨ªa. Te encontr¨¦ como la hija del Fara¨®n encontr¨® a Mois¨¦s, flotando en las aguas de un r¨ªo, y eras tan guapo que, en vez de dejarte solo o tirarte a la basura o llevarte al hospicio, decid¨ª quedarme contigo. Y luego tuve que cuidarte y fuiste creciendo y, aunque no sab¨ªa qui¨¦n eras, me ten¨ªa que conformar con la mitad del conocimiento y vigilarte y estar a tu lado a todas las horas, pues viv¨ªas rodeado de peligros y de cosas extra?as. Y, cuando te ibas a la cama, acostumbraba a contarte historias. No pod¨ªan ser historias vulgares porque t¨² no eras en absoluto vulgar. Y en esas historias hablaba de dragones, de hadas ego¨ªstas, de princesas dormidas y de hombres de hojalata que andaban buscando su coraz¨®n, pero en realidad s¨®lo estaba hablando de lo que me pasaba al estar junto a ti. Y unas veces era como dar de comer a un pajarillo que estaba hambriento, y otras como correr detr¨¢s de un becerro que no sab¨ªa que hacer con su fuerza. Y as¨ª hasta que un d¨ªa, cuando fui a buscarte a tu cuarto, ya no estabas en ¨¦l. Porque los ni?os, no se sabe por qu¨¦, un d¨ªa desaparecen, y en su lugar dejan a un muchacho o una muchacha, que pueden ser muy guapos y cari?osos pero que no es lo mismo, porque ellos no pueden colarse por el hueco de un ¨¢rbol, ni son capaces de darse cuenta de que, tras el sonido de la hierba, lo que se escuchan son las pisadas del Conejo Blanco, y tras el sonido de las esquilas el tintineo de las tazas de porcelana de la Liebre de Marzo.
Y cuando t¨² te hagas mayor y tengas tus propios ni?os tambi¨¦n te pasar¨¢ lo mismo, y les contar¨¢s cuentos en que le hablar¨¢s de tu visita a esa Isla de Nunca Jam¨¢s que fue tu propia infancia. Y tambi¨¦n una noche, cuando vayas a despedirte de ellos, encontrar¨¢s acostados en sus camas a un muchacho a una muchacha que habr¨¢n ocupado su lugar, y con los que no podr¨¢s hacer gran cosa, aunque te den mucha pena, por lo mucho que se parecen a aquel hijito que ten¨ªas, y no llegues a dec¨ªrselo nunca y te quede el consuelo de pensar que tambi¨¦n ellos una vez tendr¨¢n un ni?o a su lado y podr¨¢n hacer lo mismo que hiciste t¨², que no fue sino lo que hicieron Alicia y Wendy cuando se hicieron mayores. Que segu¨ªan conservando "el mismo coraz¨®n sencillo y entusiasta de su ni?ez, y que reun¨ªan a su alrededor a otros chiquillos, y hac¨ªan brillar los ojos de los peque?os al contarles un cuento extra?o", quiz¨¢ este mismo sue?o del Pa¨ªs de las Maravillas o de su fuga con Peter Pan que hab¨ªan tenido a?os atr¨¢s. Que es lo que pasa siempre que una madre toma en sus brazos a su ni?o y recordando "los felices d¨ªas del verano de anta?o, hace suyas sus peque?as tristezas y se alegra con sus ingenuos goces". Y despu¨¦s de maravillarse de lo hermoso que es y de que haya en ¨¦l tanta locura, piensa enseguida que si ahora est¨¢ en el mundo debe de ser por alguna poderosa raz¨®n, aunque no llegue a saber cu¨¢l es. Lo que tampoco le importa demasiado, pues se conforma con la mitad del conocimiento.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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