?Matan las palabras?
Julius Streicher, editor de Der St¨¹rmer y otras publicaciones antisemitas, fue ejecutado en 1946 por cr¨ªmenes contra la humanidad. Sus cr¨ªmenes consist¨ªan sobre todo en palabras, palabras de odio que ayudaron a justificar el asesinato de masas. Mucha gente piensa que las palabras pueden matar. ?sa es seguramente la raz¨®n de que el pol¨ªtico holand¨¦s de derechas Geert Wilders haya dicho hace poco que, si los musulmanes desean vivir en Holanda, tendr¨ªan que "arrancar la mitad del Cor¨¢n y tirarlo a la basura".
Es innegable que el Cor¨¢n, como otros textos religiosos antiguos, contiene pasajes violentos sobre la suerte de los no creyentes. Del mismo modo que es tradici¨®n jud¨ªa pedir a Dios, durante la fiesta de Pascua, que desate su ira contra los gentiles que "no le conocen", y que muchos cristianos creen que quienes no comparten su fe est¨¢n abocados al Infierno, tambi¨¦n a los musulmanes se les empuja a creer que matar a los enemigos del islam puede estar justificado. Pero ?son verdaderamente las palabras del Cor¨¢n la causa principal de que en Oriente Pr¨®ximo y Europa se cometan actos de violencia pol¨ªtica en nombre de la fe?
No es s¨®lo cuesti¨®n de qu¨¦ palabras, sino de qui¨¦n las pronuncia, d¨®nde y a qui¨¦n se dirigen
Los que queman libros y los que convierten las palabras en s¨ªmbolos dir¨ªan que s¨ª. Pero hay margen para el escepticismo. Es cierto que los terroristas islamistas recurren al Cor¨¢n para justificar sus acciones asesinas, pero los verdaderos motivos de su guerra santa son pol¨ªticos, no teol¨®gicos. Sus principales enemigos son las dictaduras laicas de Oriente Pr¨®ximo, corruptas, a su juicio, por culpa del Occidente decadente y sin alma. Esta causa revolucionaria est¨¢ surtiendo efecto entre los musulmanes desafectos de Europa, y censurar el Cor¨¢n no servir¨ªa para impedirlo. Sin querer ser irrespetuoso con el Cor¨¢n ni con la Haggadah jud¨ªa, que contiene el iracundo fragmento citado m¨¢s arriba, se puede encontrar una analog¨ªa con el debate sobre el cine violento o la pornograf¨ªa. Pueden ser aborrecibles. ?Pero la gente comete cr¨ªmenes por culpa de ellos? Seguramente no.
Existen muchas palabras violentas y aborrecibles en novelas, ¨®peras, espect¨¢culos de cabaret, iglesias, mezquitas, c¨®mics, programas de radio y dem¨¢s. Tiene que haber un equilibrio entre nuestro deseo de libertad de expresi¨®n y la protecci¨®n contra la posible violencia. La mayor¨ªa de las democracias, entre ellas Estados Unidos -cuya Constituci¨®n protege el derecho a la libertad de expresi¨®n-, tiene leyes para prohibir el uso de palabras que inciten a la violencia. Uno puede decir que odia el islam, pero no puede decir que odia a los musulmanes y que habr¨ªa que matarlos. Algunos pa¨ªses democr¨¢ticos, como Francia y Alemania, recurren tambi¨¦n a la ley para prohibir opiniones ofensivas, como la negaci¨®n del Holocausto, incluso aunque no exista amenaza de violencia. Otros disponen de leyes que proh¨ªben insultar a las personas por su raza o su credo.
Y algunos creyentes religiosos hacen todo lo que pueden para limpiar los textos antiguos. Muchas versiones modernas de la Haggadah dejan fuera los p¨¢rrafos ofensivos.
Ahora bien, es f¨¢cil pasarse. Si censuramos todo lo que quiz¨¢ pueda ofender, da?aremos nuestro derecho a la libertad de expresi¨®n. En un montaje reciente de La flauta m¨¢gica en Nueva York, la traducci¨®n inglesa del libreto, que estaba cant¨¢ndose en alem¨¢n, dej¨® fuera todas las referencias a las mujeres y a la piel oscura de Monostatos, el Moro. ?ste es un claro ejemplo de haber ido demasiado lejos. El libretista de Mozart, Emanuel Schikaneder, no estaba defendiendo, ni mucho menos, la agresi¨®n contra las mujeres y los negros. Algunos fan¨¢ticos musulmanes creen que cualquier "ofensa" contra el profeta significa la guerra santa y asesinar al que la ha cometido. Sin embargo, es claramente un error acusar a los Versos sat¨¢nicos de Salman Rushdie y las caricaturas danesas de incitar deliberadamente a la violencia.
Uno de los problemas de Geert Wilders y, en general, de quienes pretenden prohibir partes del Cor¨¢n y otros textos que consideran peligrosos, es su negativa a reconocer el contexto. No es s¨®lo cuesti¨®n de qu¨¦ palabras se pronuncian, sino de qui¨¦n las pronuncia, d¨®nde y a qui¨¦n se dirigen. Un chiste en el que los jud¨ªos se burlan de s¨ª mismos parece distinto si el que lo cuenta es un gentil. El lenguaje que utilizan los artistas negros de rap al hablar de otros negros se vuelve mucho m¨¢s venenoso cuando el que lo emplea es un presentador blanco de radio. Los sentimientos violentos que proclama un grupo de heavy metal ser¨ªan mucho m¨¢s inquietantes en boca de un pol¨ªtico poderoso.
Para prohibir palabras que expresen odio, tiene que ser obligatorio demostrar que su intenci¨®n es provocar la violencia y que es muy probable que lo consigan. Prohibir y censurar textos hist¨®ricos parece in¨²til, porque pueden ponerse en el contexto de la ¨¦poca en la que se escribieron. Aunque la lectura de Mein Kampf condujo en el pasado al asesinato de masas, no es probable que lo haga ahora. No obstante, los alemanes tienen m¨¢s motivos para prohibir el libro que, por ejemplo, los brit¨¢nicos. Como es natural, existe el problema de los creyentes que consideran que los textos antiguos son la palabra de Dios y, por tanto, valen para cualquier ¨¦poca. Pero, en vez de prohibir o censurar los libros, hay que prestar atenci¨®n a c¨®mo se utilizan. Si se emplean para provocar la violencia, los que lo hagan estar¨¢n infringiendo la ley y ser¨¢n tratados en consecuencia.
Lo malo de prohibir palabras es que ayuda a que se conviertan en s¨ªmbolos. Los que desaf¨ªan la prohibici¨®n pueden afirmar que son m¨¢rtires de su fe y de la libertad de expresi¨®n. Y lo prohibido tiene un atractivo especial. El derecho constitucional a decir pr¨¢cticamente cualquier cosa en Estados Unidos hace que sus ciudadanos sean relativamente precavidos, quiz¨¢ incluso demasiado precavidos, sobre la forma de ejercer ese derecho. Como el deseo obsesivo de pornograf¨ªa, el ansia de palabras violentas tiende a reforzarse cuando el sexo y la libertad de expresi¨®n no est¨¢n al alcance de todos.
Ian Buruma es escritor holand¨¦s. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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