Los jueces de la democracia
Los jueces de la democracia no pueden conformarse con ser la boca que pronuncia o repite mec¨¢nicamente las palabras de la ley como pensaba el tan tra¨ªdo y llevado Montesquieu. El juez es, por encima de todo, una parte sustancial en la creaci¨®n del derecho. Si se refugia en el ritual de las togas y los juramentos, se convierte en una estatua ornamental y lo que es peor, en un peligroso instrumento para la convivencia social y la estabilidad democr¨¢tica.
El juez que s¨®lo sabe o maneja las normas legales es como un aut¨®mata que pudiera ser sustituido, con ventaja, por un sistema inteligente de tratamiento inform¨¢tico. El conocimiento jur¨ªdico, desprovisto de cualquier acercamiento a la rica pluralidad social, ignora el papel del jurista y del juez en una sociedad democr¨¢tica en continua transformaci¨®n por su propia esencia y din¨¢mica. Los valores superiores -la justicia, la libertad y la igualdad-, est¨¢n por encima de cualquier lectura literal, fr¨ªa e incluso despiadada de la ley, por mucho que ¨¦sta sea el producto de las mayor¨ªas. Las leyes, pueden ajustarse o no a los valores constitucionales, la decisi¨®n corresponde al Tribunal Constitucional.
Los jueces que administramos en exclusiva el Poder Judicial, tenemos la misi¨®n de actuar como contrapeso o balanza contra los excesos o pretendidas inmunidades del poder. Un juez de la democracia no puede decir que la ley es la ley y hay que cumplirla como si fuera una orden. Este positivismo descarnado ha llevado a muchos juristas a convivir con naturalidad e incluso entusiasmo, con reg¨ªmenes autoritarios y criminales. Al final algunos pagaron sus culpas en los Tribunales de N¨²remberg.
No basta con jurar o prometer acatamiento a la Constituci¨®n para tener convicciones democr¨¢ticas. Es necesario integrar en la vida de cada uno, los sentimientos, los principios y los valores que deben estar presentes en la aplicaci¨®n de la ley.
Muchas veces he tenido que afrontar cr¨ªticas porque la Asociaci¨®n a la que pertenezco se denomine Jueces para la Democracia. Nos reprochan que pretendamos monopolizar petulantemente la sigla democracia. Nos dicen que todos los jueces son, por esencia, dem¨®cratas. Me gustar¨ªa que as¨ª fuese. Aunque a muchos les cueste asumirlo, el juez es algo m¨¢s que un funcionario o un profesional.
Determinadas resoluciones judiciales, sobre todo en sus razonamientos y manejo de valores, son el resultado de un sistema de selecci¨®n de jueces que estimo profundamente equivocado y sin parang¨®n en el panorama europeo.
Todos los poderes emanan de la soberan¨ªa popular, salvo el Poder Judicial que brota de las Facultades de Derecho. S¨®lo los licenciados en ciencias jur¨ªdicas, tienen la posibilidad de ser investidos de la potestad de juzgar y decidir sobre vidas y haciendas.
Los m¨¦dicos adquieren conocimientos pr¨¢cticos en sus Facultades, los ingenieros y otros cient¨ªficos terminan con cierta habilitaci¨®n para desempe?ar sus funciones. Los licenciados en Derecho terminan sus estudios sin dominar la pr¨¢ctica y, como es l¨®gico, sin experiencia vital.
Un juez debe ser un personaje en contacto permanente con la realidad que le va a salir al paso en cada uno de los conflictos que tendr¨¢ que resolver. La experiencia no s¨®lo le forma jur¨ªdicamente, tambi¨¦n humanamente.
El problema de la selecci¨®n de los jueces, comienza, como hemos dicho, en las Facultades de Derecho. Los estudios son excesivamente te¨®ricos y abstractos, se transmiten oralmente y se exigen cuentas por escrito, cualquiera que sea el comportamiento del alumno. Es igual que participe o se muestre indiferente, que sea habitual su concurrencia o que pase trimestre tras trimestre en el m¨¢s absoluto absentismo. Al final sus posibilidades de superar la asignatura y pasar el curso son pr¨¢cticamente iguales.
Superado el tr¨¢mite de la licenciatura, las ofertas son muy variadas. La mayor parte optan por ponerse a estudiar, lo que revela las carencias que la propia Universidad admite resignadamente. Puestos a sacrificar el tiempo y torturar la mente con desgaste memor¨ªstico in¨²til, se elige la oposici¨®n.
En el caso de que opten por la judicatura deben pasar horas y a?os inmovilizados ante los temas que despu¨¦s cantan, seg¨²n el argot acu?ado en el mundo de los opositores. Esta forma de valorar sus esfuerzos es suficientemente expresiva de la inanidad de los conocimientos memor¨ªsticos y de la superior importancia de la m¨²sica sobre la letra.
La selecci¨®n de los sufridos aspirantes es aleatoria. Siempre me result¨® dif¨ªcil discernir los que pod¨ªan ser los mejores por sus cualidades humanas e intelectuales. Primaba y prima la carrera contra el reloj y la loter¨ªa de las bolas que fat¨ªdicamente te marcan, entre m¨¢s de quinientos complejos temas jur¨ªdicos, los cinco que tienes que engranar en una hora. Si te recreas en alguna materia que dominas, pierdes el tren de alta velocidad que te exige perentoriamente dejar la v¨ªa expedita y pasar al tema siguiente. Si muestras criterio o ciertas dosis de sentido com¨²n y te quedas en blanco en el "censo a primeras cepas o el censo enfit¨¦utico" (perdonen los lectores pero no pienso desvelarles el apasionante misterio), tienes todas las posibilidades de ser eliminado.
El sistema es totalmente aleatorio. Las condiciones personales del aspirante son desconocidas por los examinadores, su serenidad de ¨¢nimo, su escala de valores c¨ªvicos, su capacidad de persuasi¨®n y razonamiento o formaci¨®n cultural, no juegan ning¨²n papel en esta carrera de obst¨¢culos con un final incierto y un vencedor siempre imprevisible.
Gracias a muchos compa?eros que se dedican a escucharles y transmitirles otros valores, se suplen las llamativas carencias del sistema. Al final, de forma milagrosa, se producen satisfactoriamente, magn¨ªficos servidores de la justicia y del Estado de Derecho. El problema radica en la imposibilidad de detectar personalidades an¨®malas que constituyen una lacra generada por el propio sistema de selecci¨®n de los llamados por la Constituci¨®n a juzgar y hacer ejecutar lo juzgado.
El lord Canciller ingl¨¦s, Lyndhurst, dec¨ªa con el proverbial sentido del humor brit¨¢nico, que un juez debe ser ante todo un caballero (ahora tambi¨¦n una dama), tener una cierta dosis de valor y sentido com¨²n y si adem¨¢s a?ade unos ciertos conocimientos de derecho le ser¨¢ muy ¨²til. Daba por sentado que las convicciones democr¨¢ticas eran inherentes a su cultura. Ha llegado el momento inaplazable, de buscar ese modelo de juez que necesita nuestra democracia.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado em¨¦rito del Tribunal Supremo.
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