La realidad est¨¢ mal repartida
Soledad Torres Acosta es el nombre de una plaza rectangular, situada detr¨¢s de la Gran V¨ªa de Madrid, donde en junio de 2006 muri¨® asesinada una prostituta ucrania de la que la prensa no daba el apellido y cuyo nombre, Victoria, era probablemente falso. Pero la chica, de 35 a?os, muri¨® de verdad a manos de su novio, que la cosi¨® a cuchilladas junto a un quiosco de prensa cerrado desde hac¨ªa meses por el fallecimiento de su due?o. No tenemos ni idea de qui¨¦n fue el ¨²ltimo cliente de Victoria, pero nos gusta imaginar que quiz¨¢ vio la noticia por la tele, en compa?¨ªa de su mujer e hijos, asombr¨¢ndose de las dos caras de su vida. Por un lado, ¨¦sta de cuarto de estar y pantalla de plasma y, por otro, la de la plaza de Soledad Torres Acosta, donde quiz¨¢ un d¨ªa o dos a la semana contrataba a la chica. Todo tiene su reverso. El centro de Madrid, por ejemplo, alterna el rostro amable de la Gran V¨ªa con la espalda diab¨®lica de esta plaza y sus calles aleda?as, que son el culo por el que el cuerpo social expulsa lo que no ha sido capaz de digerir. Me gusta imaginar que el ¨²ltimo cliente de Victoria se acerc¨® durante los d¨ªas que siguieron al crimen por la plaza y dej¨® caer disimuladamente una flor, o unos p¨¦talos, en el lugar donde el forense procedi¨® al levantamiento del cad¨¢ver.
Casualmente, un d¨ªa antes del crimen, los vecinos hab¨ªan difundido un v¨ªdeo, grabado por ellos mismos, en el que se denunciaba el aspecto terrible de la plaza, as¨ª como las peleas que ten¨ªan lugar en ella y el comercio de drogas que se llevaba a cabo en sus esquinas. Uno de esos vecinos, entrevistado por este peri¨®dico, dijo que ¨¦l estaba dispuesto a aceptar debajo de su casa una raci¨®n equis de realidad, pero no la de toda la ciudad. La muerte de Victoria confirm¨® que en esa plaza se daba, en efecto, un exceso de realidad, lo que provoc¨® que, pr¨¢cticamente en 24 horas, representantes de todas las formaciones pol¨ªticas se pasaran por ella para pronunciar t¨®picos y hacer promesas. La pobre Victoria se hab¨ªa convertido de un d¨ªa para otro en un s¨ªmbolo de la inseguridad ciudadana. Del mismo modo que el soldado desconocido representa, parad¨®jicamente, a todos los soldados conocidos, el cuerpo de aquella indocumentada del Este sirvi¨® para que los documentados del Oeste exigi¨¦ramos a las autoridades un reparto m¨¢s justo de la realidad.
Y funcion¨®, porque a los pocos d¨ªas entraron en la plaza varias cuadrillas de obreros que, tras cerrarla al tr¨¢fico, se pusieron a trabajar intensamente en sus entra?as. La idea era recuperarla para los vecinos, aunque no podemos avanzar resultados porque el culo de la Gran V¨ªa, en las calles de los alrededores, sigue siendo un culo.
No se pierdan los detalles de la foto: a la izquierda, un polic¨ªa reduce con la ayuda de un inmigrante (seguramente irregular) al asesino de Victoria, mientras un mutilado hace el gesto de ofrecerles un cigarrillo. Pero lo que tiene en la mano no es un paquete de tabaco, sino un tel¨¦fono m¨®vil con c¨¢mara. Quiere decirse que est¨¢ sacando una foto, de recuerdo. De Soledad Torres Acosta, sabemos que fund¨® las Siervas de Mar¨ªa, orden religiosa que naci¨® con el objetivo de atender a toda clase de enfermos y desamparados. No sabr¨ªamos decir si el hecho de que la plaza que lleva su nombre estuviera siempre llena de desamparados y enfermos es una coincidencia o un sincronismo.
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