Gorilas en el ?bola
El parque nacional de Ozdala, en el coraz¨®n del Congo, es una extensi¨®n de bosque tropical que cubre m¨¢s de 13.200 kil¨®metros cuadrados y que constituye uno de los ecosistemas m¨¢s misteriosos e impenetrables. "Si no tienes el camino hecho, te puede llevar hasta cuatro horas avanzar 500 metros", dice Jos¨¦ Domingo Rodr¨ªguez-Teijeiro, catedr¨¢tico de biolog¨ªa de la Universidad de Barcelona. "Es como andar por un corredor en el que s¨®lo puedes ver un metro por delante y otro por detr¨¢s".
Cincuenta kil¨®metros al suroeste del parque se localiza una regi¨®n llamada Lossi. Con una extensi¨®n de unos 320 kil¨®metros cuadrados, el lugar acumula una concentraci¨®n tan excepcional de gorilas que no se da en ning¨²n otro lugar del mundo. Y es en este mundo de penumbra donde el equipo de Rodr¨ªguez-Teijeiro, liderado por la antrop¨®loga Magdalena Bermejo, viene denunciando una matanza sin precedentes: m¨¢s de 5.000 gorilas de llanura (Gorilla gorilla gorilla) podr¨ªan haber sucumbido ya al zarpazo del virus ?bola, el organismo m¨¢s letal que se conoce, seg¨²n afirman en el estudio m¨¢s reciente publicado en la revista Science. Se calcula que quedan unos 94.000 de estos animales. De acuerdo con otras estimaciones procedentes del Instituto Max Planck, el ?bola y la caza furtiva podr¨ªa haber acabado ya con el 25% de los ejemplares. "Lo que est¨¢ haciendo el virus es atacar a las poblaciones grandes", explica Peter Walsh, antrop¨®logo del Instituto Max Planck. "La mayor parte de todos los que hay en el mundo se concentran en una zona donde la gente los mata para comer, por lo que el virus y la caza pueden colocarlos en un estado de extinci¨®n ecol¨®gica". Un escenario plausible en las siguientes d¨¦cadas, que presenta a los gorilas en poblaciones de unos pocos individuos, que requerir¨ªan de vigilancia y continuas intervenciones m¨¦dicas para que no desaparecieran: un parque zool¨®gico en plena selva.
Las primeras sospechas sobre la acci¨®n destructiva del ?bola en estos primates se remontan al a?o 2000, cuando cient¨ªficos del Centro Internacional de Investigaciones M¨¦dicas de Franceville (Gab¨®n) confirmaron mediante ex¨¢menes gen¨¦ticos la presencia del virus en seis cad¨¢veres, cuatro de gorilas y dos de chimpanc¨¦s. En esa ocasi¨®n, el ?bola surgi¨® de la selva y acab¨® r¨¢pidamente con la vida de cien personas. Estos zarpazos a las poblaciones humanas, intermitentes y mort¨ªferos, suelen relacionarse con el hallazgo de carcasas de grandes monos. "Sab¨ªamos que esto podr¨ªa ocurrir desde hace al menos 10 o 12 a?os", explica Walsh. "Lo que la gente discut¨ªa entonces era que el ?bola no estaba matando a muchos animales, por lo que dec¨ªan: 'No tenemos de qu¨¦ preocuparnos'. Nosotros venimos a decir que s¨ª, que la matanza es grande". Los an¨¢lisis gen¨¦ticos pueden ser s¨®lo la punta de un iceberg, precisamente porque en un lugar tan inextricable como Lossi, tropezarse accidentalmente con un cad¨¢ver de gorila mientras uno se abre paso con una visibilidad tan reducida, resulta algo excepcional. "No lo encuentras, a menos que la carcasa sea reciente y la detectes por el olor a carne podrida", explica Rodr¨ªguez-Teijeiro.
A las dificultades impuestas para realizar m¨¢s an¨¢lisis se suma otra: si la carcasa est¨¢ infectada, manejarla con las manos desnudas resulta un suicidio; algunas variantes del ?bola han matado a nueve personas de cada diez que infectan. "La probabilidad de contaminaci¨®n es de un 100%", afirma Rodr¨ªguez-Teijeiro. Por eso, los vir¨®logos que toman muestras tienen que enfundarse un traje de protecci¨®n bacteriol¨®gica dotado de aire propio en un ambiente sofocante, con 25 grados de temperatura y una humedad alt¨ªsima. De esta manera, realizan una autopsia en medio de una naturaleza salvaje. Las m¨¢scaras se limpian a fondo una vez hecho el trabajo. Con el ?bola, nada puede dejarse al azar.
Bermejo lleva observando a los gorilas desde 1994, acostumbr¨¢ndolos a la presencia humana, dentro de un proyecto del programa ECOFAC (Conservaci¨®n y Utilizaci¨®n Racional de los Ecosistemas Forestales de ?frica Central), para incentivar el turismo ecol¨®gico en la regi¨®n. Es un trabajo lento y dif¨ªcil. "Hay que tener paciencia, y estar quieto, sobre todo al principio", explica Rodr¨ªguez-Teijeiro, describiendo las experiencias de su colega. "Ella ha tenido la valent¨ªa de aguantar el ataque de un espalda plateada, 200 kilos de musculatura, a medio metro, mientras el macho produce unos alaridos espantosos y muestra sus grandes incisivos. De ah¨ª el apodo de dama de hierro con que se la conoce". Este tipo de ataques pone a prueba los nervios del observador, hasta que los animales se habit¨²an a su presencia.
Aparte de los estudios de comportamiento, el programa de ECOFAC quiere rentabilizar una de las zonas m¨¢s ricas en gorilas del planeta. Las sumas dejadas por los turistas, que ans¨ªan contemplar y fotografiar a estos extraordinarios animales en sus nidos, pueden resultar m¨¢s ventajosas para los habitantes de las aldeas cercanas a Lossi que ceder a la tentaci¨®n de matar a los primates y malvender carne de gorila en los mercados. Lossi es precisamente un santuario (reserva natural de fauna desde 2001) debido al respeto local que infunden estos animales; los lugare?os piensan que el gorila es mucho m¨¢s que un animal, que tiene algo as¨ª como alma.
El ?bola ha irrumpido en el proyecto de forma desastrosa. Los gorilas a los que Bermejo se ha ido aproximando con lentitud para ganarse finalmente su confianza se han desvanecido casi de la noche a la ma?ana. En el oto?o de 2002, la epidemia se propag¨® hasta el l¨ªmite este del santuario, y pareci¨® detenerse en los m¨¢rgenes del r¨ªo. El equipo espa?ol observ¨® entonces que varios grupos de gorilas hab¨ªan sobrevivido, quiz¨¢ por alg¨²n tipo de inmunidad natural, lo que aliment¨® las esperanzas para reemprender el programa. Fue un respiro pasajero. El virus continu¨® su expansi¨®n, esta vez hacia el sur, y en enero de 2004 elimin¨® a 91 de los 95 individuos reconocibles por el grupo de espa?oles. Los dos a?os siguientes cuentan una historia pesimista; el equipo de Bermejo cree que el virus ha limpiado de gorilas una zona de 2.700 kil¨®metros cuadrados.
La historia del ?bola en las poblaciones de gorilas y chimpanc¨¦s corre paralela a los inexplicables zarpazos que el virus ha asestado a las poblaciones humanas desde que, en 1976, apareci¨® en el Congo (el antiguo Zaire), en las riberas del r¨ªo ?bola. Popularizado en la obra de Richard Preston La zona caliente, el virus destroza tejidos y vasos sangu¨ªneos, provocando fiebres, dolores intensos de cabeza y v¨®mitos. La persona infectada puede exhibir un color rojizo en los ojos y vomitar una especie de esputo sanguinolento. Preston describe de forma dram¨¢tica algunos de los s¨ªntomas: "Empez¨® a parecer un zombi".
El ?bola ha matado en ?frica a m¨¢s de 1.200 personas en un cuarto de siglo, de acuerdo con la OMS (Organizaci¨®n Mundial de la Salud); una cifra que, estad¨ªsticamente, es una gota en la mortalidad ocasionada por otras enfermedades tropicales, como la malaria (entre uno y cinco millones de muertes anuales), las infecciones respiratorias (m¨¢s de cuatro millones), la diarrea (2,2 millones) y el sida (3 millones). Lo cierto es que, al tratarse de un "virus caliente", con una letalidad muy alta en los humanos ?entre el 41% y el 100%?, la atenci¨®n que despiertan los brotes de ?bola desplaza a menudo a los otros grandes matadores, menos espectaculares, aunque siniestramente m¨¢s eficaces.
Las reacciones que causa el ?bola cuando irrumpe en las pobres aldeas africanas cristalizan en una palabra: terror. Al principio s¨®lo es un dolor de cabeza que no desaparece con los analg¨¦sicos. Luego, tras una incubaci¨®n extraordinariamente variable, entre 2 y 21 d¨ªas, sobrevienen las fiebres y hemorragias, y la irrupci¨®n de la enfermedad es r¨¢pida y mort¨ªfera.
El patr¨®n suele ser el mismo. Una partida de caza termina con el hallazgo de una carcasa de gorila o chimpanc¨¦ infectado. Alguien lo toca, se pone enfermo y queda bajo el cuidado de la mujer en su casa. M¨¢s miembros de la familia mueren, cunde el p¨¢nico y se produce una desbandada. Si el virus ya no tiene a quien matar, el brote queda extinguido. Si alguno de los familiares llega al hospital local, contagia el virus a otras personas en la sala de espera, que retornan a sus aldeas recorriendo decenas de kil¨®metros a pie, extendiendo la epidemia. En las fases m¨¢s virulentas de ¨¦sta, la gente simplemente abandonaba aterrorizada a sus familiares que agonizaban, o dejaban cartas en los hospitales con instrucciones de quemar sus casas y los cuerpos de sus seres queridos.
Lo que sigue trayendo de cabeza a los investigadores es el misterioso reservorio natural del virus, qu¨¦ animal lo porta sin sufrir la enfermedad. La alta mortandad que ocasiona en los grandes primates los descarta de un plumazo. Algunos estudios apuntan a ciertas especies de murci¨¦lagos frug¨ªvoros y sus cuevas como los focos iniciales de transmisi¨®n, aunque no existe certeza? A¨²n.
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