Elogio de Blanca Varela
Llueven los premios sobre Blanca Varela -ayer el Octavio Paz de Poes¨ªa y Ensayo, el Ciudad de Granada, el Federico Garc¨ªa Lorca, ahora el Reina Sof¨ªa- justamente cuando no est¨¢ en condiciones de saberlo, pues se halla retirada y sola en un territorio que imagino tan privado, misterioso y m¨¢gico como su poes¨ªa. Pero, si pudiera enterarse, s¨¦ muy bien cu¨¢l ser¨ªa su reacci¨®n: de maravillamiento y susto, porque, entre todos los poetas de este tiempo que me ha tocado conocer, no hay uno solo tan ajeno a la feria de las vanidades y a la ilusi¨®n o a la codicia del ¨¦xito como Blanca Varela. Aunque, sin duda, la poes¨ªa haya sido la pasi¨®n m¨¢s sostenida de su vida, para ella nunca fue un oficio, un quehacer p¨²blico. M¨¢s bien, un vicio rec¨®ndito, inconfesable, cultivado en la clandestinidad, con celo y reserva tenaces, como si su exposici¨®n a la luz, a los ojos de los dem¨¢s, pudiera da?arlo.
Que llegara a publicar esa media docena de libros ha sido una especie de milagro, m¨¢s obra de la insistencia de sus amigos que de su propia voluntad. Entre esos lectores privilegiados a los que mostraba sus versos a escondidas estuvo Octavio Paz, que prolog¨® su primer libro y la ayud¨® a ponerle t¨ªtulo. (Ella quer¨ªa que se llamara Puerto Supe y a ¨¦l no le gustaba. "Pero ese puerto existe, Octavio". "Ah¨ª tienes el t¨ªtulo, Blanca: Ese puerto existe).
La conoc¨ª a mediados de 1958, cuando ella y su esposo de entonces, el pintor Fernando de Szyszlo, hac¨ªan maletas para viajar a los Estados Unidos, donde pasar¨ªan dos a?os. Viv¨ªan en un estudio precario construido en una azotea del barrio lime?o de Santa Beatriz. Yo part¨ªa en esos d¨ªas a Europa y durante cuatro a?os no volv¨ª a verla, pero, sin embargo, desde ese primer d¨ªa la quise y la admir¨¦, como han querido y admirado a Blanca Varela todos quienes han tenido la fortuna de frecuentarla, de gozar de su generosidad y de su inteligencia, de esa manera tan c¨¢lida y tan limpia de entregarse a la amistad, de enriquecer la vida de quienes se le acercan. En medio siglo de amistad, sobre todo en aquellas largas reuniones de los s¨¢bados, la he o¨ªdo hablar casi de todo. De esa generaci¨®n de poetas del cincuenta de que form¨® parte, Sebasti¨¢n Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, que, con dos poetas de una generaci¨®n anterior, C¨¦sar Moro y Emilio Adolfo Westphalen, revolucionar¨ªa la poes¨ªa peruana, enclav¨¢ndola en la vanguardia de la modernidad. De Breton y los surrealistas, de Sartre, Simone de Beauvoir y los existencialistas a los que conoci¨® en los a?os que vivi¨® en Par¨ªs. De sus filias y fobias literarias y de tanta gente que la impresionaba y que am¨® o detest¨®. Y la he o¨ªdo, c¨®mo no, muchas veces, ayudada por un par de whiskies para vencer su timidez, decir esas maldades y ferocidades impregnadas de tanta gracia y humor que hac¨ªan la felicidad de sus oyentes y que irremediablemente se volv¨ªan bondades porque Blanca, pese a haber pasado por experiencias muy dif¨ªciles y haber sido tan perceptible y tan sensible al dolor y al sacrificio, ha sido siempre un ser ontol¨®gicamente al¨¦rgico a toda forma de maldad, mezquindad e incluso a esas menudas miserias que resultan de la vanidad, el ego¨ªsmo y dem¨¢s sordideces de la condici¨®n humana. Pero estoy seguro de no haberla o¨ªdo jam¨¢s decir palabra sobre su propia poes¨ªa, y, en cambio, la he visto tantas veces, cuando la interrogaban sobre ella, escabullirse con frases esquivas y cambiar r¨¢pidamente de conversaci¨®n.
Su poes¨ªa participa de esa misma reserva y, aunque alude a muchos temas, es de una parquedad glacial sobre s¨ª misma. A diferencia de otras, a veces de alta estirpe, que se lucen y pavonean, orgullosas de s¨ª mismas, la de Blanca Varela se retrae y disimula, mostr¨¢ndose apenas en escorzos, y dejando s¨®lo huellas, anticipos, a fin de que, nuestro apetito desatado por esos lampos de belleza, busquemos, indaguemos, lo que oculta en su entra?a, ejercitando nuestra fantas¨ªa y volcando nuestros deseos para gozarla a cabalidad.
Discreta y elegante, como las hadas de los cuentos, la poes¨ªa de Blanca Varela ha ido apareciendo de tanto en tanto, con largos intervalos, en unos poemarios breves, ce?idos y perfectos, Ese puerto existe (1959), Luz de d¨ªa (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993) y, por fin, su poes¨ªa reunida, con dos recopilaciones in¨¦ditas, Donde todo termina abre lasalas (2001). Cada libro suyo dejaba a su paso un relente de im¨¢genes de enga?osa apariencia, pues, bajo la delicadeza de su factura, sus juegos de palabras, la levedad de su m¨²sica, se embosca una ¨¢spera impregnaci¨®n de la existencia, una fr¨ªa abjuraci¨®n del ser en trance de vivir para morir. La vida late siempre en ellas, pero amenazada y en capilla, sometida sin cesar a ordal¨ªas atroces. En uno de sus m¨¢s intensos poemas, de Ejercicios materiales, la vida ("m¨¢s antigua y oscura que la muerte"), aparece transfigurada en una ternera a la que acosan miles de moscas, un pat¨¦tico animal impotente para defenderse de las menudas bestezuelas que la atormentan. La fuerza del poema reside en que consigue hacernos sentir que aquel destino no es s¨®lo lastimoso, que hay en ¨¦l cierta inevitable grandeza, la de los h¨¦roes de las tragedias cl¨¢sicas, que mor¨ªan sin resignarse, resistiendo, a sabiendas de que la derrota ser¨ªa inevitable.
As¨ª ha resistido Blanca la adversidad y las pruebas a que est¨¢ sometida toda vida, con gran coraje y estoicismo, y con una elegancia natural, inconsciente. Toda su vida trabaj¨®, en trabajos alimenticios que afrontaba con buen humor y empe?o -periodismo, relaciones p¨²blicas, librera, editora-, creci¨¦ndose hasta lo indecible, con temple de hierro, ante las vicisitudes m¨¢s duras, incluida la m¨¢s terrible de todas: la p¨¦rdida de su hijo Lorenzo, en un accidente de aviaci¨®n, hace once a?os. Al mismo tiempo, siempre hubo en ella el ser que escrib¨ªa, un ser fr¨¢gil, delicado, inseguro, sensible, indefenso por su inconmensurable decencia e integridad ante las vilezas y ruindades cotidianas de este mundo s¨®rdido, de frustraciones y traiciones, por el que ella siempre consigui¨® pasar incontaminada, sin hacer una sola concesi¨®n, sin desfallecimientos ni cobard¨ªa. ?sa es la historia que relata su avara y sutil poes¨ªa, bajo sus inusitadas met¨¢foras, y sus extra?as exploraciones en el mundo de las cosas menudas, los insectos, los rumores del mar, los p¨¢jaros marinos, las voces del arenal y los paisajes del cielo.
A fines de los a?os setenta, cuando, m¨¢s por amistad hacia m¨ª, que se lo ped¨ª, que porque la tarea la entusiasmara, Blanca resucit¨® el centro peruano del P. E.N., viajamos juntos a esas conferencias y congresos que convoca aquella organizaci¨®n de escritores que por tres a?os me toc¨® presidir. En Egipto, en Dinamarca, en Alemania, en Espa?a recuerdo a Blanca haciendo esfuerzos denodados para pasar inadvertida, para ser invisible, y la angustia que la sobrecog¨ªa cuando no ten¨ªa m¨¢s remedio que intervenir (lo hac¨ªa en voz baja y veloz, en un franc¨¦s monosil¨¢bico, p¨¢lida y demacrada por el esfuerzo). Y, sin embargo, todos los que se codearon con ella y la conocieron en aquellas reuniones, la recuerdan y siempre voy encontrando por el mundo poetas y escritores que me preguntan por ella, porque en esos fugaces encuentros su inconfundible manera de ser, su halo, su varita, su silencio locuaz, su encanto involuntario, los chispazos luminosos de su inteligencia, se les grabaron en la memoria, y les dej¨® el convencimiento de haber entrevisto a un ser fuera de lo com¨²n, a una mujer de carne y hueso que estaba tambi¨¦n hecha de sue?o, gracia y fantas¨ªa.
Pese a ella misma, en los ¨²ltimos a?os, poco a poco, la poes¨ªa de Blanca Varela ha ido conquistando dentro y fuera del Per¨² los lectores y la admiraci¨®n que merec¨ªa, rompiendo el c¨ªrculo entra?able en que hasta entonces estuvo reducida, y muchos poetas j¨®venes, sobre todo mujeres, se han ido acercando a ella, buscando su amistad y sus consejos. Eso debe haberla hecho feliz, sin duda: sentir que estaba viva entre los seres m¨¢s vivos que tiene la existencia, que son los j¨®venes, y, sobre todo, saber que su poes¨ªa no s¨®lo a ella la hab¨ªa hecho vivir y defendido contra el infortunio, que tambi¨¦n a otros ayudaba y daba fuerzas para soportar la existencia y ¨¢nimos para escribir.
Blanca, querid¨ªsima Blanca: yo siempre lo supe, pero qu¨¦ bueno que en este invierno callado de tu vida, cada vez m¨¢s gente lo sepa tambi¨¦n, y te lea, te quiera, te premie y reconozca en ti toda la inmensa sabidur¨ªa, talento y humanidad generosa que has contagiado a tu alrededor, con que has escrito y vivido la poes¨ªa.
? Mario Vargas Llosa, 2007. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2007
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