Como azucarillo en taza de caf¨¦
Cada tarde, durante el receso vespertino, el presidente del tribunal, Javier G¨®mez Berm¨²dez, suele recibir en la sala de juicio a alumnos de secundaria y universitaria. El juez se siente como en el sal¨®n de su casa y anima a hacer preguntas. Hay una que nunca se echa de menos: ?se sabr¨¢ toda la verdad del 11-M? G¨®mez Berm¨²dez gira su rostro hacia la pecera, que en ese momento del receso est¨¢ vac¨ªa y, con paciencia, una y otra vez, explica que el objeto del proceso son los 29 acusados. El juicio oral, pues, se mueve dentro de unos l¨ªmites precisos, aquellos establecidos por la instrucci¨®n sumarial, y no puede sobrepasarlos.
El atentado del 11-M fue una operaci¨®n yihadista ejecutada con explosivos procedentes de Mina Conchita. La financiaci¨®n de los preparativos se ha hecho con cargo al negocio de drogas regentado por Jamal Ahmidan, El Chino, lo que, dicho sea paso, ratifica el car¨¢cter local de la operaci¨®n. Sus organizadores y personajes centrales, decidieron inmolarse ante el cerco policial del piso de la calle de Carmen Mart¨ªn Gaite, Legan¨¦s, el 3 de abril de 2004. La mayor parte de las pruebas periciales, reproducidas en el juicio, permiten confirmar los hechos. ?Quiere esto decir que est¨¢ probada la participaci¨®n de los 29 acusados? No, ni mucho menos. Hay que ir caso por caso.
El abogado de El Haski ha mostrado con eficacia y econom¨ªa la invalidez de algunos indicios contra ¨¦l
El relato sobre el atentado no cuenta con ning¨²n testimonio desde dentro, esto es, una narraci¨®n cuya fuente fuese uno de los acusados. O testigos de cargo que pudieran conocer lo que ocurri¨®. Ni los confidentes, ni el seguimiento policial fragmentario, anterior al 11-M, pudo producir informaci¨®n o datos sobre el montaje directo del atentado.
Y aquellos testimonios que pod¨ªan serlo no son fiables. Es lo que ha ocurrido en relaci¨®n con el acusado Hassan El Haski. Su abogado ha mostrado el pasado lunes, con una eficacia y econom¨ªa de palabras inusual, c¨®mo ciertos indicios contra su cliente hab¨ªan quedado en agua de borrajas por errores policiales. Ayer, tres videoconferencias con testigos en Versalles (Francia) han avanzado en esa convicci¨®n.
El testimonio de Attila Turk, preso por pertenencia al Grupo Isl¨¢mico Combatiente Marroqu¨ª (GICM), ante el juez Juan del Olmo, hab¨ªa sido decisivo, a finales de 2004, para incriminar a El Haski. Ayer, Turk rectific¨®. D¨®nde dije digo, digo Diego. Si hubiese otros indicios, el valor de esta rectificaci¨®n -previsible, por otra parte- ser¨ªa relativa. Pero no los hay. El Haski es uno de los siete procesados por pertenencia a banda armada y conspiraci¨®n para delito de terrorismo.
Era l¨®gico que el juez Del Olmo y la fiscal Olga S¨¢nchez siguieran la pista de aquellos que fueran presuntos miembros del GICM. Eran sospechosos de caj¨®n. Pero, como sucede con El Haski, los indicios se disuelven como azucarillo en el caf¨¦.
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