?Se venden embajadas?
A comienzos del siglo XV, como nos cuenta el gran historiador Garrett Mattingly en su libro Renaissance Diplomacy, los Gobiernos adoptaron la costumbre de enviar una misi¨®n permanente -un embajador- a los pa¨ªses con los que manten¨ªan relaciones pac¨ªficas. A su vez, dichos pa¨ªses enviaban tambi¨¦n una misi¨®n permanente a la corte de St. James (Londres), o a la Puerta Sublime (Constantinopla), o a donde fuera. As¨ª naci¨® el sistema moderno de la diplomacia internacional.
Los embajadores contribuyen a engrasar el mecanismo de las relaciones entre unas naciones-Estado irritables y orgullosas. Su labor consiste en explicar la postura de su pa¨ªs al Gobierno anfitri¨®n y la de este ¨²ltimo a sus propios jefes. No es nunca una tarea f¨¢cil; muchos embajadores han sido objeto de acusaciones patrioteras de malvender a su pa¨ªs y no emplear un lenguaje suficientemente en¨¦rgico.
Pese a todo, en general, los embajadores cumplen bien sus funciones. Hay ciertos pa¨ªses -Francia, Gran Breta?a, Rusia y China entre las grandes potencias, Singapur, Nueva Zelanda y Austria entre los pa¨ªses peque?os- que cuentan con toda una cohorte de representantes exteriores muy competentes. Hace poco, durante una comida en Buenos Aires, me impresion¨® enormemente la conversaci¨®n que mantuve con una docena de altos funcionarios, casi todos antiguos o futuros embajadores argentinos y todos ellos de enorme talento.
Un buen embajador es un bien muy valioso para un pa¨ªs. Mientras buscaba un ejemplo de lo que quiero decir, top¨¦ con el nombre de sir Jeremy Greenstock, que trabaj¨® en Arabia Saud¨ª, Dubai, Par¨ªs y Washington, luego fue representante permanente del Reino Unido en la ONU y al final -despu¨¦s de 35 a?os en el servicio diplom¨¢tico- m¨¢ximo representante del Gobierno brit¨¢nico adscrito a la autoridad de Irak.
El hecho de que, con posterioridad, sir Jeremy haya escrito un relato mordaz de todo lo ocurrido en Irak (y cuya publicaci¨®n ha prohibido el Gobierno de Su Majestad) no tiene nada que ver con el objeto de este art¨ªculo. Lo importante es que casi todos los Estados env¨ªan a profesionales experimentados y bien preparados a otros pa¨ªses para hacerse cargo de lo que, al fin y al cabo, es una labor de profesional.
?Y qu¨¦ hay de Estados Unidos, el pa¨ªs con el que todos los Gobiernos, les guste o no, tienen que tratar? El servicio exterior de Estados Unidos tiene una larga y noble tradici¨®n y, por consiguiente, cuenta con su propia cohorte de diplom¨¢ticos experimentados, bien versados en lenguas y culturas de otros pa¨ªses.
Pero, al mismo tiempo, existe otra tradici¨®n, derivada de los inmensos poderes que tienen los presidentes: la Casa Blanca nombra a todos los embajadores y no est¨¢ obligada a contar exclusivamente con los diplom¨¢ticos de carrera. (Otra peculiaridad es que, cuando dimite un presidente, dimiten asimismo todos los embajadores, con el consiguiente trastorno. Imaginemos qu¨¦ pasar¨ªa si todos los generales y almirantes tambi¨¦n tuvieran que dimitir).
Es l¨®gico que el presidente de EE UU tenga derecho a nombrar de vez en cuando a alguien que no es diplom¨¢tico para una Embajada concreta, cuando dicho nombramiento puede ayudar a impulsar las relaciones bilaterales.
La decisi¨®n del presidente Carter de enviar a Tokio a Mike Mansfield, que hab¨ªa sido senador durante m¨¢s de 10 a?os, en un momento de tensas relaciones entre Estados Unidos y Jap¨®n, fue una medida inteligente. Los nombramientos que hizo el presidente Clinton para ocupar la Embajada en Par¨ªs, primero con una persona pol¨ªticamente tan se?alada como Pamela Harriman (viuda del gran estadista norteamericano W. Averell Harriman) y despu¨¦s con el h¨¢bil banquero neoyorquino Felix Rohatyn, fueron muy inteligentes y ayudaron a suavizar las relaciones con Francia, entre otras cosas porque ambos hablaban franc¨¦s. Y a un embajador que es amigo del presidente siempre le costar¨¢ menos llamar directamente a la Casa Blanca y decir: "George, tenemos un problema...". En los casos citados, esos nombramientos quer¨ªan indicar que las relaciones de Estados Unidos con Jap¨®n y Francia eran especiales, lo cual es indudablemente cierto.Ahora bien, ?qu¨¦ ocurre cuando esa pr¨¢ctica ya no es algo ocasional, sino que se vuelve habitual? ?Qu¨¦ ocurre cuando hay docenas de nombramientos as¨ª, decididos no por las cualidades concretas de los designados, sino porque han hecho grandes contribuciones a las campa?as electorales del presidente? ?Qu¨¦ ocurre cuando saben poco o nada del pa¨ªs al que se les destina?
?Y qu¨¦ ocurre, por ¨²ltimo, cuando el Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado, que en teor¨ªa debe confirmar todos los nombramientos de embajadores, no puede intervenir debido a un mecanismo llamado "nombramiento en vacaciones", que permite que la Casa Blanca designe un puesto mientras el Congreso est¨¢ en periodo de descanso?
Esta pregunta viene a cuento de la disputa entre la Casa Blanca y varios dem¨®cratas importantes en el Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado despu¨¦s de que el presidente Bush haya nombrado a Sam Fox, un destacado hombre de negocios y contribuyente republicano de Missouri, como embajador de Estados Unidos en B¨¦lgica.
El caso de Fox, en realidad, plantea dos dudas distintas sobre la costumbre de hacer nombramientos pol¨ªticos para ocupar las embajadas de Estados Unidos en el extranjero. La primera es sobre el peligro de que las disputas partidistas puedan bloquear o, por lo menos, dificultar el proceso. Algunos senadores dem¨®cratas se hab¨ªan opuesto a la designaci¨®n de Fox porque, en su d¨ªa, contribuy¨® a la campa?a de varios veteranos y antiguos prisioneros de la guerra de Vietnam contra John Kerry. Al principio, la Casa Blanca retrocedi¨®, pero luego decidi¨® ejercer su hist¨®rico privilegio de hacer un nombramiento durante las vacaciones.
Seg¨²n The Kansas Star, el nuevo embajador est¨¢ aguardando sus instrucciones para cruzar el Atl¨¢ntico. Ni que decir tiene que este tipo de nombramientos en vacaciones molesta a los senadores de los dos partidos, que sienten que es una forma de eludir su competencia constitucional en materia de asuntos exteriores mediante una maniobra discutible del Poder Ejecutivo. El ejemplo m¨¢s conocido en los ¨²ltimos a?os ha sido el de John Bolton como embajador estadounidense ante Naciones Unidas. No fue un nombramiento afortunado, y el Senado se apresur¨® a tomarse la revancha.
En segundo lugar, y tambi¨¦n de acuerdo con The Kansas City Star, est¨¢ el curioso dato de que Fox es, al menos, el n¨²mero 43 (!) de los actuales embajadores no de carrera que se ha visto recompensado por sus contribuciones financieras a las arcas del Partido Republicano. Es m¨¢s, el Star se dedica a ofrecer con todo detalle las cantidades donadas al partido por los actuales embajadores en Italia, Alemania, la Uni¨®n Europea, Brasil y otros Estados nada insignificantes.
No cabe duda de que algunos est¨¢n haciendo un buen trabajo. ?Pero los 43? ?Y todos ellos contribuyentes al partido, muchos sin ninguna experiencia diplom¨¢tica previa? No es extra?o que la Asociaci¨®n Americana del Servicio Exterior (la organizaci¨®n que agrupa a los funcionarios diplom¨¢ticos de carrera) se lamente de este ¨²ltimo ejemplo. Y es f¨¢cil imaginar c¨®mo se reciben tales nombramientos en los pa¨ªses afectados: los Gobiernos extranjeros, en general, env¨ªan a Washington a diplom¨¢ticos tremendamente experimentados y, a cambio, pueden recibir a empresarios, inversores y magnates inmobiliarios cargados de dinero.
Al final, lo preocupante no son las personas concretas, sino si el Gobierno de Estados Unidos -sea republicano o dem¨®crata- refuerza o debilita su capacidad de convencer a otros pa¨ªses para que vean los problemas internacionales desde nuestro punto de vista cuando da la impresi¨®n de que regala las embajadas como premio por las contribuciones al partido. El servicio diplom¨¢tico es, como el servicio militar o la ayuda exterior, uno de los instrumentos fundamentales de una naci¨®n, y por eso se crearon en su momento los embajadores profesionales.
Esta pr¨¢ctica es torpe y, en mi opini¨®n, no muy diplom¨¢tica. ?Estados Unidos no puede hacer algo mejor?
Paul Kennedy es titular de la c¨¢tedra J. Richardson de Historia y director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia. ? Tribune Media Services, 2007.
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