La gran simulaci¨®n
Todo ocurre o parece discurrir como si se tratara de una primera vez pero la funci¨®n atufa a material revenido. Cualquier agencia de publicidad en pleno ejercicio reconocer¨¢ que los anuncios con la foto del candidato y sus lerdos lemas no forman parte de la actualidad pero ah¨ª est¨¢n pendiendo como escapularios de las farolas. Igualmente, cualquier diplomado en marketing encontrar¨¢ tan anacr¨®nicos como insufribles los mensajes de la televisi¨®n y la est¨¦tica general de las campa?as, pero el estilo persiste a la manera de una empachosa tradici¨®n.
Cualquier ciudadano, en fin, soporta la totalidad del montaje electoral como una circunstancia m¨¢s cercana al cumplimiento de un folclore impuesto que a un acontecimiento de valor. Que unos y otros l¨ªderes se disfracen de chulapos en la pradera de San Isidro con motivo de las fiestas del santo hace ver la f¨¢cil comunicaci¨®n entre los modelos del folclorismo y el vacuo politicismo hoy.
La campa?a electoral, en suma, hace tiempo que se desarrolla como una parodia de tiempos pasados y, consecuentemente, su diaria machaconer¨ªa responde menos a un fin real que a un ritual, un potlatch de la palabrer¨ªa, los presupuestos y los kil¨®metros viajados. ?O es que se sigue creyendo que las caravanas, los panfletos, los m¨ªtines, las denuncias en 15 d¨ªas alteran la opini¨®n del elector? Alteran el juicio y sin duda para peor. Los pol¨ªticos son los favorecidos y no ya en cuanto candidatos individuales, sino como personajes de la sociedad, puesto que su figura satura la atenci¨®n y, por momentos, llega a sentirse que el espacio geogr¨¢fico, el espacio period¨ªstico, las ondas electromagn¨¦ticas no tienen m¨¢s recurso que su presencia global.
Pero ?vale todo esto para elegir con informaci¨®n cabal? Fuera de la an¨¦cdota televisiva del precio de un caf¨¦ o el sueldo de Rajoy el aporte informativo fue pr¨¢cticamente igual a cero. La campa?a electoral y sus aderezos se comportan de esta misma manera casi inerte. Todo cuanto el candidato tiene que decir se condensa en una colecci¨®n de t¨®picos m¨¢s muertos que vivos y una ristra de promesas que en la pugna alcanza el sarcasmo o la ficci¨®n. El candidato promete sin fin como si, hall¨¢ndose de veras fuera de lo real, no hallara l¨ªmite para seguir prometiendo: cientos de kil¨®metros de metro, miles de metros de telef¨¦ricos, decenas de miles de viviendas, oceanogr¨¢ficos, campos de f¨²tbol, residencias para ancianos, miles de esc¨¢neres o pares de gafas, plazas biling¨¹es o triling¨¹es, AVES por doquier.
Nada limita sus promesas ante el auditorio porque, de antemano, la audiencia, la ciudadan¨ªa, los votantes tampoco conceden verosimilitud a sus palabras. Las inauguraciones son simulaciones, los programas son alucinaciones y las ofertas invenciones o imaginaciones. Izquierda Unida, que no gobernar¨¢, goza prometiendo precisamente "otra manera de gobernar". ?Ser¨¢ su no gobierno el real? ?El gobierno sin ninguna realidad?
Igualmente, todos los asistentes a los palacios de deportes, a las plazas de toros o a los frontones, son transportados como bultos y bastar¨¢ que muevan con un espasmo oportuno la bandera ante las c¨¢maras.
"Tu voto puede", dice otro eslogan en se?al de que los votantes ya han experimentado sobradamente que no pueden. Han votado y votado, sin lograr las casas o los empleos que necesitan; han votado y votado, generando unos poderes que toman los pol¨ªticos para emprender sus imprevisibles carreras. Ni votando se ha controlado o detenido la corrupci¨®n de antes de ahora. La pol¨ªtica fue terminando hace tiempo con el mismo prestigio de la pol¨ªtica y de sus profesionales. Efectivamente, no puede decirse que todos los pol¨ªticos sean iguales, son cada vez peores. El paso siguiente consiste en acabar con la confianza en su futuro.
"Confianza en el futuro", proclama el cartel pol¨ªtico del PP. Nada m¨¢s lelo para un cartel cualquiera, por pol¨ªtico que sea. Pero ?consideran igual de simples a los electores actuales, ya instruidos en la publicidad enga?osa o no, c¨ªnicos, esc¨¦pticos, infieles y cr¨ªticos consumidores de cualquier marca? ?En qu¨¦ mercado vive el partido y sus publicitarios? Si el ciudadano no es el d¨®cil consumidor de antes, si no es, desde luego, el analfabeto, incomunicado y menesteroso de antes, ?c¨®mo esperar que siga trag¨¢ndose las mismas bolas?
La gran mayor¨ªa de los pol¨ªticos suspenden y suspenden sin cesar en los sondeos, pero siguen adelante como si hubieran aprobado. Se comportan como los patos que siguen marchando tras haberles seccionado el cuello. No es la vida que los impulsa, sino la desfachatez que los sostiene. Los ciudadanos, sin embargo, son m¨¢s despiertos y pragm¨¢ticos de lo que suele creerse y si no pueden hacer nada con el voto desertan del ilusionismo democr¨¢tico.
De hecho, las mentiras pol¨ªticas apenas constituyen ahora desviaciones o marcadas aver¨ªas del sistema, sino que forman parte sustantiva de ¨¦l y, en estos momentos, en la campa?a electoral, parte de su pretendida condici¨®n sagrada. La petici¨®n del voto, la participaci¨®n en las urnas, la elecci¨®n libre, componen una constelaci¨®n de elementos ba?ados por el aura sagrada de lo democr¨¢tico. La veneraci¨®n del derecho a votar, la met¨¢fora de la urna en cuanto sagrario donde comulgamos todos, el horrendo pecado de abstenerse, el gozo de la libertad por el ensalmo de la papeleta, etc¨¦tera, confieren un aire seudorreligioso que los pol¨ªticos cultivan.
El elegido ser¨¢ un representante leg¨ªtimo y mucho m¨¢s que un ciudadano m¨¢s: corrupto o no corrupto, su condici¨®n queda aforada, amparada para facilitarle el bien o el mal. La pol¨ªtica ha perdido casi toda ideolog¨ªa, pero tambi¨¦n categor¨ªa. Compensatoriamente, sin embargo, ha sostenido el tinglado lit¨²rgico para concederse un rango medi¨¢tico o presencial.
Lo que se ve no es ya la visi¨®n de la pol¨ªtica, sino un remedo de su antigua vitalidad. Los pol¨ªticos han de ser conscientes de ello, pero act¨²an como si no lo fueran. As¨ª, la campa?a electoral no se dirige a los electores en cuanto sujetos cr¨ªticos, sino en cuanto estafermos o dispositivos votantes cuya misi¨®n, al modo de los que agitan las banderas, consistir¨ªa en accionar el cuerpo para que la papeleta entre en la urna. No de otro modo se entiende que hablen durante estos d¨ªas como para tontos y despu¨¦s, desprendidos de compromisos, act¨²en con arrogancia. Hacen, ciertamente, como si nos representaran, pero ellos son como nuestra misma representaci¨®n.
?Campa?a electoral? ?Qui¨¦n no contempla su desarrollo como una vana teatralizaci¨®n de lo que fuera el teatro de la polis, como un vetusto circo desconectado de la intercomunicaci¨®n presente y como una manifestaci¨®n rotunda de la distancia entre el eg¨®latra l¨ªder enf¨¢tico y el ir¨®nico telespectador? ?Masturbaci¨®n o simulaci¨®n?
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