Tom
Hay sorpresas as¨ª: he recibido una carta de amor an¨®nima.
Un hombre que firma Solitario Orgulloso. Dice que me ve todos los d¨ªas en el autob¨²s cuando voy al trabajo, me sigue de lejos sin atreverse a hablarme, se da cuenta de que trabajo en Monteiro & Seabra, espera hasta las seis, en una esquina discreta (es Solitario y Orgulloso, de ah¨ª la esquina discreta), a que yo salga por la puerta de cristal camino del autob¨²s otra vez, me acompa?a desde el otro extremo del veh¨ªculo, solitaria y orgullosamente, en el viaje hasta casa, mir¨¢ndome en los momentos en que no miro a nadie, baja en la parada siguiente y viene a espiarme por la ventana iluminada de la cocina donde empiezo a preparar la cena. En cuanto llega mi marido y me da un beso en el cuello se marcha muerto de celos. Es tambi¨¦n casado pero no duerme con su mujer en la misma habitaci¨®n y por tanto besos en el cuello ni en sue?os. No hay nada entre ellos. No se separa por los hijos y porque ella le da pena. Dos hijos, el segundo minusv¨¢lido: algo en la columna, ingresos, medicinas car¨ªsimas. Una vida sin sentido y en esto yo que le doy sentido a su vida, sujeta a la barra del 46. No entiendo c¨®mo una mujer de mi edad, sujeta a una barra, puede darle sentido a la vida de un Solitario Orgulloso, yo que no soy guapa, soy bajita, uso gafas y sufro horrores con este pelo tan fr¨¢gil, que siempre se me queda en el cepillo. Mirando con atenci¨®n, se nota la piel al trasluz. Mi marido no es un Solitario Orgulloso sino un Solitario Indiferente.
Acomod¨¦ las palabras Solitario Orgulloso junto a la rosa, haci¨¦ndose compa?¨ªa. De vez en cuando abro el caj¨®n y all¨ª est¨¢n abrazados
Fuera del beso en el cuello, tan r¨¢pido, ni siquiera un poco de charla, aunque m¨¢s no sea. No tengo dos hijos: tengo una hija de veinti¨²n a?os que estudia periodismo. Su pelo, pobre, tambi¨¦n es fr¨¢gil. Mi marido, en compensaci¨®n, una melena que ofende. En ocasiones descubro a mi hija que, disimuladamente, nos esp¨ªa a ambos, comparando mechones, y nos mira con odio. Si consiguiese un novio pienso que su odio se mitigar¨ªa. Pero no consigue ninguno. Se encierra en la habitaci¨®n, en caso de que la llame grita Ya voy y casi nunca viene y, si viene, es a mirarme de reojo, refunfu?ando. La llamamos Bela (de Florbela, como mi madre) y mi hija repite ?Bela! Con asco. A¨²n hoy no consigo saber si mi marido se da cuenta. Y en medio de todo esto me llega el Solitario Orgulloso y la carta de amor.
Antes me gustaba recibir cartas: hasta me alegran los folletos de propaganda en el buz¨®n, supermercados, cerrajeros (realizan todas las reparaciones con perfecci¨®n y rapidez), persianas, tarimas flotantes listas para transformar mi piso en un yate. Unas primas me escrib¨ªan desde el norte: se cansaron de escribir. Mi marido cierta vez una postal, cuando fue por motivos de trabajo a Galicia, pero insulsa, sin ternura: llego s¨¢bado Jo?o. Y ahora, cuando menos me lo esperaba, un hombre que se exalta por mi modo de abrazarme a las barras. Solitario Orgulloso, en mi opini¨®n, es un seud¨®nimo bonito. Una especie de vaquero galopando en una planicie de cardos, sin miedo a los indios, con escopeta y lazo, camisa a cuadros y ojos azules. El domingo vi en el centro comercial una camisa a cuadros y enseguida pens¨¦ que le quedar¨ªa bien. Desde que lleg¨® la carta, he intentado descubrir si hay alguien en el 46 con los ojos azules. O con botas con espuelas, bebiendo de una cantimplora polvorienta y sec¨¢ndose la boca con el dorso de la mano en un movimiento viril. A lo sumo pa?uelos que se suenan.
Tipos con cartera. Viejas. Alguna que otra muchacha cuyo pelo me supera, todas m¨¢s altas que yo, todas menos rechonchas. Y el conductor, sin nada de paciencia, gru?¨¦ndonos con cualquier pretexto.
He escondido la carta en el caj¨®n de la ropa interior, por debajo de los sostenes y de las bragas, aunque me coh¨ªba que el Solitario Orgulloso descubra intimidades. Lencer¨ªa color carne. El mismo domingo en que vi la camisa a cuadros en el centro comercial, vi un sost¨¦n con encajes negros (dos n¨²meros por debajo de mi talla pero qu¨¦ importa) y me lo compr¨¦. Tiene una rosa de gasa roja en el centro (inventan cada cosa) y ahora la carta est¨¢ pegadita a los encajes. Tuve el cuidado de acomodar las palabras Solitario Orgulloso junto a la rosa, haci¨¦ndose compa?¨ªa. De vez en cuando abro el caj¨®n y all¨ª est¨¢n abrazados.
La carta lleg¨® hace dos meses, el d¨ªa veintisiete de julio, y desde entonces nada. Si observo desde el segundo piso de Monteiro & Seabra no hay nadie en la acera, lo que me angustia porque puede tener que ver con la esquina discreta, y en la esquina discreta un hombre que enciende un cigarrillo rascando la cerilla en el umbral. Debe de tener un nombre estadounidense, Ray, Nick, Bob. Bob ni por asomo, que es el perro de la planta baja. Ray o Nick. O Tom. Tom me gusta. Yo en la cocina con el agobio de la cena, ce?ida por el sost¨¦n de la rosa, claro, y Tom dejando el sombrero sobre el frigor¨ªfico y acerc¨¢ndose a m¨ª, ojal¨¢ que sin estropearme las baldosas con las espuelas. En lugar del beso en el cuello me da de beber de la cantimplora sin quitarse el cigarrillo de la boca. De puntillas casi le llego al ment¨®n. Apoya la escopeta y el lazo en la encimera, se saca la pistola de la pistolera, la hace dar dos giros completos en el dedo y la enfunda otra vez. Lleva la camisa a cuadros del centro comercial. Huele a piel roja, a coyote, a b¨²falo. Lanza el cigarrillo al fregadero de una pulgarada. Se inclina hacia m¨ª y yo erguida sobre mis zapatillas, con los ojos cerrados, acept¨¢ndolo. El cierre del sost¨¦n me lastima la espalda y ?qu¨¦ m¨¢s da? Lo que cuenta es la rosa. De gasa. Hinch¨¢ndose. Comienzo a arquear los brazos para acariciarle la cara y la voz de mi hija, desde la puerta ?Vas a bailar el vira? con el odio de siempre, con la acritud de siempre. Si no me quejo de mi pelo ?por qu¨¦ raz¨®n sufre tanto por el de ella? Gracias a Dios no repara en Tom, as¨ª que siempre puedo responderle Para cenar hay guisantes con huevos escalfados se?alando la cocina, mientras el olor a piel roja, a coyote y a b¨²falo se acent¨²a paso a paso y me lleva consigo camino del saloon donde unos desharrapados con rev¨®lver juegan a las cartas con una lentitud feroz y un tipo instalado frente a un piano vertical, con la chistera abollada, me sonr¨ªe sin parar de tocar.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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