Elegantes
La elegancia es un enigma. Los modelos cambian, cambian los c¨¢nones. Ya se sabe que no se para de escribir del gusto. Uno de los modelos del "buen gusto" que sigue teniendo mucho predicamento es el del llamado art d¨¦co. Enseguida nos trasladamos a un mundo de c¨®cteles,amazonas, lanzadoras de jabalina, cigarros que parecen sublimes, muebles de geometr¨ªas limpias, blanco y negro son los colores, hombres de peinados engominados y mujeres andr¨®ginas con el pelo corto. Los a?os del sport, de la p¨¦rgola y el tenis. La est¨¦tica de Tamara de Lempicka. Acabo de ver una excelente exposici¨®n de esta mujer que se invent¨® a s¨ª misma, marc¨® una moda, fij¨® el d¨¦co en la pintura y en su manera de ser y vivir. Una mujer egoc¨¦ntrica, fascinante, reinventada en hermosa. Andr¨®gina, mundana, sofisticada y esnob. Se movi¨® por el gran mundo en un coche descapotable dise?ado por Sonia Delauny. Gust¨® a las mujeres, enamor¨® a hombres, les rob¨® el apellido y se dedic¨® a sus pinturas y sus amigas. Como otros ricos y exc¨¦ntricos, termin¨® sus d¨ªas bajo el volc¨¢n de Cuernavaca. Todo fue sofisticaci¨®n. Persigui¨® la elegancia y la encontr¨®.
Acabo de ver la exposici¨®n que Caixa Galicia muestra en Vigo, en la llamada Casa das Artes, uno de esos edificios donde la ciudad se moderniz¨® en los a?os treinta. No es de Antonio Palacios, como algunos de los edificios vecinos en la parte de la ciudad en que Vigo nos recuerda al Madrid de la Gran V¨ªa.
En ese edificio tambi¨¦n se recuerda de manera permanente al pintor Laxeiro, un elegante de pueblo, una tradici¨®n, una pintura y una vida que en nada se pareci¨® a los pintados y vividos por Tamara de Lempicka. Recuerdo a Laxeiro en el caf¨¦ Gij¨®n, en ese circo de entrada y salida de la vida madrile?a de tantas d¨¦cadas. En ese escenario de buscavidas y artistas de provincias, en esa colmena que ha sabido contar Marcos Ord¨®?ez. Ese caf¨¦ con vistas a nuestros artistas fue, es posible que lo siga siendo, un buen espejo de lo que fuimos, de lo que quisimos ser en nuestras est¨¦ticas y nuestras ¨¦ticas. En ese lugar nunca estuvo Tamara de Lempicka; no creo que le hubiera gustado, demasiada croqueta, demasiados callos, demasiado vino tinto y muy pocos dry martinis. Sin embargo, por aquellas mesas, desde esas ventanas a la vida madrile?a, pas¨® muchas tardes una de las m¨¢s exc¨¦ntricas, interesantes y modernas pintoras de nuestro siglo XX, la tambi¨¦n gallega Maruja Mallo. Una sofisticada de otro estilo, de otros gustos culinarios, bebetorios y amatorios; poco que ver con Tamara.
A la salida de la exposici¨®n de la Lempicka me tropiezo con un mural realista, real y ruidoso en pleno centro de Vigo. Unos obreros de la construcci¨®n estaban cabreados y en manifestaci¨®n. Hasta hace unos d¨ªas hab¨ªan sido los de los astilleros. Se manifiestan, pelean por sus derechos, votan o se abstienen. Viven en un mundo que no tiene la justicia que so?amos. Ni la elegancia. Ni el estilo. Un mundo que est¨¢ muy lejos de esos cuadros que pueden mirar, ver, gozar sin tener que pagar un euro. Pero no lo hacen, no est¨¢n nuestros obreros manifestantes para estas sofisticaciones. En su vida les rodean otros cuadros, otras fotos. Algunas de esas fotos les est¨¢n pidiendo el voto. Les hacen promesas, les dise?an un futuro lleno de ventajas y de atractivos. Los pol¨ªticos tampoco hacen cola para ver la pintura de Lempicka. No se hacen la foto entre sus sofisticadas mujeres, al lado de elegantes centroeuropeos que fuman. Eso no da votos.
Los pol¨ªticos no prometen m¨¢s exposiciones elegantes, ni siquiera m¨¢s elegancia y mucho menos un poco de art d¨¦co en nuestras casas. Los pol¨ªticos tienen otras fotos, otras caras, otras vidas y otros cuadros. Los cuadros de Lempicka no son aptos ni para los multimillonarios de mal gusto del ladrillo marbell¨ª. Aunque nunca se sabe. Por all¨ª sigue viviendo, resistiendo entre tanto gusto dudoso, el elegante y sofisticado marido de Deborah Kerr, Peter Viertel. Y el m¨ªtico guionista, el amigo de Huston, el hijo de Salma Viertel -un mito europeo en el mundo de Hollywood a?os treinta, cuarenta, con sus m¨ªticas fiestas en Mulholland Drive-, s¨ª que vivi¨® durante un tiempo en un mundo que se parec¨ªa a los cuadros de Lempicka. Esos sofisticados del tiempo del d¨¦co no participaban en manifestaciones, no votaban. Nunca se preocup¨® Tamara de Lempicka de los candidatos a la alcald¨ªa, ni a la autonom¨ªa. Nunca supo c¨®mo era una urna. Ni una papeleta de voto. Casi ni un votante.
Hab¨ªa, hay otros elegantes, que tambi¨¦n votan. Uno de ellos fue Stefan Zweig. As¨ª lo ve, lo describe, en el ¨²ltimo encuentro de las letras portuguesas, Gonzalo Tavares: "En el fondo, un ciudadano es alguien que puede gritar, votar o pagar a una prostituta. Y las tres posibilidades son caracter¨ªsticas indispensables. La ventaja del juego de la ruleta es que pierdes la posibilidad de ejercer la indecisi¨®n. Igual que cuando eres amenazado con un arma". Pues eso, que somos ciudadanos que podemos votar, no votar, seguir a Lempicka, pasar de su mundo, leer a Zweig, jugar a la ruleta, manifestarnos y todo lo dem¨¢s. As¨ª quiero seguir. No como en los tiempos que recuerdan, ?todav¨ªa!, en la fachada de la Casa das Artes de Vigo. All¨ª se puede leer, al lado de los escudos de aquel aguilucho: "1939: A?o de la Victoria". La victoria era no votar. No ser elegantes. Ni manifestantes. Que se borre. Que no se olvide.
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