Teor¨ªa general del mal gusto
Ninguna ley o moral establecida impide rifar un ri?¨®n en la televisi¨®n. Lo que se opone frontalmente al reality show, El gran espect¨¢culo de los donantes, emitido por el canal holand¨¦s, Nederland 3, nace del mal gusto.
Confundidos en lo social, desconcertados en lo pol¨ªtico, turbados por la biolog¨ªa, el buen gusto o el mal gusto se alzan como referencias en la vara de medir. No podr¨¢ decirse que Miguel Sebasti¨¢n fuera derrotado en las municipales por la incompetencia de su programa pol¨ªtico pero es incuestionable que al observarle c¨®mo ense?aba la fotograf¨ªa de aquella mujer lo consideramos hundido. Su mal gusto anul¨® la verdad o no de su denuncia. La mef¨ªtica emanaci¨®n de su gesto paraliz¨® la ocasi¨®n de seguir tratando con el asunto.
Igualmente, no puede considerarse il¨ªcito que la esposa del Presidente se encuentre en Par¨ªs echada en el suelo, formando parte de un coro de Carmen, en plena campa?a electoral pero no parece de muy buen gusto. El mal gusto que goteaba de esa escena manchaba la consideraci¨®n individual y matrimonial, el sentido reinante en la unidad dom¨¦stica donde el Presidente habita. La ausencia de gusto opera as¨ª fatalmente como una n¨¢usea que revuelve la estimaci¨®n de sus protagonistas.
La campa?a actual de la Direcci¨®n General de Tr¨¢fico responde, qu¨¦ duda cabe, a la mejor intenci¨®n para evitar accidentes pero es de un gusto horr¨ªsono. Si ha sido menos eficaz de lo esperado se debe al perjuicio que le llega de su mal estilo. No se puede triunfar duraderamente mediante lo grosero, lo burdo, lo necio o lo brutal.
Puede ser que el p¨²blico haya perdido convicciones principales pero, por esto mismo, se ha vuelto m¨¢s melindre respecto a lo supuestamente accesorio. En la publicidad, en la venta directa, en el asesoramiento, en el marketing general, en el dise?o de objetos, coches o casas, el cuidado de los detalles ha adquirido la categor¨ªa de material estrat¨¦gico.
No atender los pormenores lleva a la perdici¨®n porque nunca lo formal fue acaso m¨¢s sustancial, ni lo contingente de significaci¨®n mayor. Incluso alegando que se han perdido los modales quedar¨¢ exaltada, por contraste, la elegancia. Si el panorama se encuentra de hecho atestado de diferentes chocarrer¨ªas nunca lo refinado vendr¨¢ a ser m¨¢s distintivo.
Pero el buen gusto es algo m¨¢s que lo refinado o lo hermoso. Tiene que ver con la belleza pero representa un concepto m¨¢s amplio y complejo. Evoca un esp¨ªritu que, rehuyendo la empachosa obscenidad de la bondad o la pasteler¨ªa de la benevolencia, aporta un bienestar tan ajustado como inteligente. No se podr¨¢ confiar en un l¨ªder pol¨ªtico que nos hable con una corbata rosa, ni en un vendedor cualquiera con una camisa amarilla. Los detalles deciden el talante y la mente se plasma en ellos. Se trate de un cuadro o de un libro, de un discurso o de una m¨²sica, la singularidad aparece sobre todo en la minucia y no hay obra maestra sin esa joya que luce como su sello de autenticidad. ?De autenticidad?
La se?a de autenticidad se corresponde aqu¨ª con la demostraci¨®n del buen tino. Un sujeto sin criterio se convierte pronto en una amenaza, bien por su inconsistencia bien por su arbitrariedad. El buen gusto, en cambio, es s¨ªntoma de sentido y sensibilidad.
Mientras el mal gusto embarra la escena, su contrario le presta organizaci¨®n y nitidez. Los pol¨ªticos que perciben esta ecuaci¨®n, as¨ª como los creativos publicitarios, los humoristas, los locutores, los compositores o los letristas, logran que el p¨²blico los acoja confortablemente. Los guarden a gusto. Los otros, los desma?ados que se encenagan o nos turban con sus desagradables torpezas, terminan provocando nuestro alejamiento y sucumben en su tremedal. No har¨¢, sin embargo, llegar a tanto. Bastar¨¢n los peque?os errores en momentos cr¨ªticos para que el mecanismo se desbarate y chirr¨ªe puesto que todo se juega en el importante mundo del gusto, en la ruda gastronom¨ªa de lo importuno o en el buen sabor del bien hacer.
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