El Cid torea con valor y entrega
Hace un cuarto de siglo, por estas fechas, suced¨ªan en Espa?a cosas extraordinarias. El 2 de junio, Joaqu¨ªn Vidal, en este diario, titulaba su cr¨®nica: El gran espect¨¢culo. Se trataba del que luego habr¨ªa de adoptar el honor¨ªfico t¨ªtulo de la corrida del siglo. Toros de Victorino para Ruiz Miguel, Espl¨¢ y Palomar. Al d¨ªa siguiente de la publicaci¨®n de esta cr¨®nica, tore¨® Anto?ete. Fue una tarde lluviosa y la corrida hubo de retrasarse. Tambi¨¦n pasar¨ªa a la historia ¨¦pica popular como una de las denominadas corridas de la lluvia. Y el propio Vidal proclam¨® a Anto?ete "pont¨ªfice m¨¢ximo". Yo dir¨ªa m¨¢s, obr¨® dos milagros en un mismo d¨ªa: puso a levitar a veinte mil almas en una plaza y una de ellas certifica que, volviendo arrobado de madrugada a Sig¨¹enza, lugar donde se hallaba destinado, una gran nevada, de inusitados copos como pa?uelos, cubri¨® en dos minutos el campo castellano, dej¨¢ndolo blanco como el manto talar de un pont¨ªfice. Era un 3 de junio. Desde luego, pasaban cosas.
Victorino / Espl¨¢, Cid, Bol¨ªvar
Toros de Victorino Mart¨ªn. Desiguales. Noble el 1?, encastado y peligroso el 2?, bravo y noble el 3?, y mansos y con peligro 4? y 5?. Luis Francisco Espl¨¢: casi entera ligeramente atravesada (silencio); media ca¨ªda y tendida y descabello (pitos). Manuel Jes¨²s, El Cid: pinchazo sin soltar, dos pinchazos y estocada -aviso- (ovaci¨®n que le obliga a saludar); estocada -aviso- (saludos y ovaci¨®n). Luis Bol¨ªvar: pinchazo sin soltar, tres pinchazos y estocada (algunos pitos); pinchazo y estocada delantera algo desprendida (silencio). Plaza de Las Ventas, 2 de junio. 23? corrida de abono. Lleno.
Ayer, un cuarto de siglo despu¨¦s, un fogonazo alucinatorio nos devolv¨ªa a la corrida del siglo; se anunciaban de nuevo en Madrid los c¨¦lebres toros de Victorino. Y con ellos Espl¨¢, volv¨ªa, como entonces, a hacer el pase¨ªllo. ?Se hab¨ªa detenido el tiempo? No del todo.
Un viento molesto se arremolinaba sobre las plumas de los alguacilillos cuando se inici¨® el pase¨ªllo que Espl¨¢, con mucho oro, hizo ligero y sonriente, y concluy¨® en el burladero del 6 -plegado el capote de vueltas azules- para recibir al toro. Le dio cinco ver¨®nicas y un recorte con aire que pod¨ªa competir con el que flameaba en la bandera. Con oficio secular y donosura, dando el pecho, clav¨® tres pares arriba, y en el sol, enga?ando al viento, lo tom¨® ligero con la diestra mientras varios sombreros volaban en el tendido. A¨²n le dio muletazos f¨¢ciles al toro, que plomeaba algo en las patas. El cuarto, un manso peligroso que huy¨® del caballo y busc¨® las tablas y, que corne¨® el peto sa?udo y sin fijeza cuando con harta dificultad ah¨ª lo dejaban, recibi¨® banderillas del maestro. En la muleta punte¨® rebrincado, se volv¨ªa en el salto, y Espl¨¢, con la montera puesta y el trapo al aire, parec¨ªa un lidiador de otro siglo.
El Cid, con los brazos bajos y la cabeza adelantada y fija, estaba muy solo mirando al segundo en banderillas. El viento estorbaba, pero algo le dijo el animal cuando brind¨® y, acto seguido, lo embarc¨® en la muleta. Despacito, muy concentrado, la adelantaba persuasivo -recibi¨® un susto- y, hallada la distancia, empez¨® a romper la plaza en oles en cada suave curva que trazaba. Por la izquierda el toro se acostaba, le miraba andar¨ªn, sin humillar, pero no se desdijo y le aguant¨® obligando entre ayes de emoci¨®n del respetable. Cuando la mu?eca giraba y el de pecho acariciaba el rabo, la ovaci¨®n era un¨¢nime. Ya sometido, se dio el lujo de la serie lenta y curva en la derecha y de las dos trincheras m¨¢s serias de la feria.
El acero, como tantas veces, le hurt¨® los trofeos. Pero en el quinto, de terrible cabeza astifina, quiso desquitarse. Tras capotazo de manos bajas, y media sin prisa, una puya neum¨¢tica y un quite de Bol¨ªvar de espaldas, de 16 de tensi¨®n, brind¨® El Cid de nuevo, cumpliendo su promesa gestual hecha en el toro anterior desde el callej¨®n. El toro no era un dulce. Desde el primer muletazo no dej¨® de mirarle, de buscarle sin disimulo, a lo que el diestro respond¨ªa estoico poni¨¦ndole la tela y aguantando los pu?ales.
Nos extra?¨® que tardaran de llegar las palmas ante valor y entrega tan extraordinaria. La muleta, empecinada en la izquierda, era un ant¨ªdoto contra la claudicaci¨®n humana. Igual por eso se escatim¨® el aplauso. La estocada que enterr¨® saldaba con creces la deuda contra¨ªda consigo mismo desde el primero toro, y el p¨²blico contrajo otra cuando no le dej¨® dar la vuelta al ruedo.
Bol¨ªvar, voluntarioso. Su primero, el mejor de la tarde. Tras buenas ver¨®nicas con cadencia y remate a una mano, casi en cordobesa, se lo llev¨® al centro en la muleta, donde humillaba sin condiciones, y segu¨ªa ansioso la tela que el diestro, con perfil arqueado, le corr¨ªa. Cuando se fue a la suerte, cargando m¨¢s frontal, toro y p¨²blico se mostraban ya cansados. El sexto, con trap¨ªo, empez¨® gazap¨®n, y Bol¨ªvar tore¨® con dignidad, entre punteos y alg¨²n susto, llegando a conseguir naturales largos y meritorios.Ayer, un fogonazo alucinatorio nos devolv¨ªa a 'la corrida del siglo'
Babelia
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