Teor¨ªa del culo
Hace ya varias d¨¦cadas, Witold Gombrowicz proclam¨® el advenimiento de la civilizaci¨®n del culo. El anuncio caus¨® sensaci¨®n, y las reacciones de pensadores e intelectuales no se hicieron esperar. Entre nosotros, Josep Pla, con su irredento conservadurismo de peque?o propietario rural, afirmaba hacia 1970 que nunca la parte posterior del ser humano hab¨ªa sido puesta en evidencia como en esta ¨¦poca, ni por medios m¨¢s sabiamente concertados, y que esa ostentaci¨®n s¨®lo pod¨ªa ser un signo de decadencia, porque cuanto m¨¢s cerca est¨¢ una civilizaci¨®n del culo, m¨¢s lejos est¨¢ de la cabeza. La idea tiene la ventaja de ser elegante, pero el inconveniente de ser falsa: ser¨ªa como afirmar que, cuanto m¨¢s sexo, menos amor, y cuanto m¨¢s amor, menos sexo; esto pod¨ªa permitirse pensarlo -digamos- un moralista franc¨¦s del XVIII, pero a nosotros, incluidos a los moralistas de nuestro tiempo, la experiencia nos veda ese dudoso privilegio. ?Significa todo esto que, cuanto m¨¢s cerca est¨¢ una civilizaci¨®n del culo, m¨¢s cerca est¨¢ tambi¨¦n de la cabeza? No necesariamente, pero yo no me atrever¨ªa a descartarlo sin m¨¢s. Y si es as¨ª, ?tenemos el culo m¨¢s cerca que nunca de la cabeza?, ?vivimos de verdad en la civilizaci¨®n del culo?
Tal vez no sea pecar de optimismo reconocer que algunos indicios apuntan que as¨ª es. No me refiero a la televisi¨®n, ni al cine, ni a Internet, ni a los quioscos, ni a las playas; me refiero a cosas menos visibles, pero m¨¢s significativas. Por ejemplo, desde hace tiempo, al menos en castellano, ya casi nadie se atreve a sustituir la hermosa y rotunda palabra culo por ning¨²n eufemismo, sobre todo por ninguno de esos eufemismos (como pompis) que son completamente imposibles de escuchar sin sentir un impulso irreprimible de soltarle un tremendo guantazo a quien lo usa. Por otra parte, la pintura y la escultura siempre han sido generosas con el culo, pero la literatura -con la salvedad de la literatura pornogr¨¢fica- siempre ha sido muy mezquina, con el resultado palpable de que ignoramos c¨®mo eran los culos de los grandes mitos er¨®ticos de nuestra civilizaci¨®n: no sabemos c¨®mo era el culo de Helena de Troya; no sabemos c¨®mo era el culo de Isolda, ni el de Beatriz, ni el de Laura, ni el de Julieta -ni siquiera sabemos c¨®mo era el culo de Dulcinea-; no sabemos c¨®mo era el culo de Emma Bovary, ni tampoco el de Ana Karenina. El vac¨ªo es desolador, pero l¨®gico: la espiritualidad del amor rom¨¢ntico -ese gran g¨¦nero literario acu?ado en el siglo XII por Occidente, y que durante siglos ha contaminado la realidad- no es compatible con la redonda carnalidad del culo. De hecho, esa ausencia s¨®lo empieza a corregirse en el siglo pasado, y no es hasta los a?os sesenta, justo en el momento en que Gombrowicz anunciaba la llegada de la civilizaci¨®n del culo, cuando, al menos entre nosotros, empieza a colmarse el vac¨ªo, y entonces, por poner s¨®lo un par de ejemplos cercanos, aparece un fenomenal culo "en pompa" en un poema de Gil de Biedma, y aparece en una novela de Juan Mars¨¦ un personaje llamado Juan Mars¨¦ pellizc¨¢ndole el culo a las chicas. Y as¨ª hasta hoy, cuando no hay obra literaria con alguna ambici¨®n que no contenga por lo menos un buen culo.
?Estamos entonces en la civilizaci¨®n del culo? Ya digo que no faltan indicios de ello, pero los indicios son un material gaseoso. Sean serios y hagan el experimento que, llevado de mi esp¨ªritu cient¨ªfico, hice yo el otro d¨ªa. Suban al metro; elijan un culo joven, ce?ido y resping¨®n, uno de esos culos radiantes que abundan en cualquier ciudad; salgan del metro con la propietaria del culo y s¨ªganla por la calle a prudente distancia: observar¨¢n que ni uno solo de los hombres que se cruzan con ella -ancianos, maduros y adolescentes; estudiantes, ejecutivos, trabajadores y desocupados- es capaz de sobrepasarla sin volverse a mirarle el culo. Aunque la escena complacer¨ªa a Buster Keaton, ustedes no se r¨ªan, porque la cosa es seria; aunque las mujeres no se chupan el dedo y tambi¨¦n adoran los culos, no sigan un culo masculino, porque el experimento no funciona. ?Qu¨¦ conclusiones podemos sacar de todo esto? ?Que hemos pasado de la civilizaci¨®n del piropo -esa improvisada efusi¨®n literaria que ha pasado a mejor vida, para secreta contrariedad de algunas mujeres nost¨¢lgicas o impetuosas- a la civilizaci¨®n del culo? ?Que la civilizaci¨®n del culo nos ha vuelto a todos locos por el culo? ?Que siempre hemos estado todos locos por los culos -verdaderamente locos-, pero s¨®lo al llegar la civilizaci¨®n del culo nos hemos atrevido a reconocerlo? ?Que estamos confundiendo el culo con las t¨¦mporas? No tengo ni la m¨¢s remota idea, pero mientras me estrujaba el cerebro tratando de encontrar una respuesta a estas preguntas -como si en la respuesta se escondiera una de las claves escondidas de nuestro tiempo-, me acord¨¦ de que mi maestro Juan Ferrat¨¦ se pas¨® los ¨²ltimos a?os de su vida elaborando una "teor¨ªa del culo", que nunca acab¨® de escribir, y cuyos mimbres mantuvo siempre en secreto, y me acord¨¦ tambi¨¦n de que, cuando Ferrat¨¦ muri¨®, yo conceb¨ª como una venganza el prop¨®sito imposible de escribir alg¨²n d¨ªa un art¨ªculo titulado Teor¨ªa del culo. Como ven, no tengo ninguna teor¨ªa del culo, pero este descabellado art¨ªculo demuestra que, si uno se lo propone, hasta los prop¨®sitos m¨¢s descabellados acaban cumpli¨¦ndose.
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