Rafael de Paula, en s¨ª mismo
Nunca he sido aficionado a los toros (?para qu¨¦?), pero fui aficionado al toreo de Rafael de Paula, supongo que porque este gitano de la ciudad de los gitanos representaba una anomal¨ªa m¨¢gica dentro del toreo: alguien capaz de convertir una tarde de toros en un espect¨¢culo de indecisi¨®n y dramatismo, de misterio y desgarro, de frustraci¨®n o de gloria. Siempre fue Rafael de Paula un torero imprevisible... incluso para Rafael de Paula. Una moneda lanzada al aire. Y hab¨ªa veces en que incluso la moneda desaparec¨ªa en el aire: nada. Porque el Paula pod¨ªa ser una presencia invisible, espectro de s¨ª mismo, perdido all¨¢ en s¨ª mismo o de s¨ª mismo, entre miles de espectadores vociferantes que se tomaban la molestia de abroncar a un espectro.
Hoy, el Paula es un torero retirado, motivo de fabulaciones y leyendas. En realidad, era ya leyenda cuando estaba en activo, y la plaza parec¨ªa una un¨¢nime respiraci¨®n contenida cuando el jerezano se abr¨ªa de capa, expectante la afici¨®n ante los designios de esos duendes que vienen a ser la met¨¢fora de la posibilidad de lo casi imposible. A veces, esos duendes veleidosos dispon¨ªan que alg¨²n que otro toro se fuese vivo al corral, pero, en el fondo, ?qui¨¦n puede tomarse en serio a esos toreros que son capaces de matar todos sus toros? La magia tambi¨¦n debe fallar. Y son los toreros irregulares los que conceden credibilidad al toreo, que no puede aspirar a convertirse en una ciencia exacta, en un gui¨®n fijo, en una expectativa previsible: a veces hay que tocar la gloria con las manos y a veces hay que morder el polvo. El problema es que el polvo puede morderlo todo el mundo, pero la gloria pueden tocarla muy pocos. La verdadera gloria: la de lograr convertir un espect¨¢culo canallesco y atroz en una ceremonia estremecedora. El Paula era de ¨¦sos, cuando lo era.
Dec¨ªa Oscar Wilde que el p¨²blico es un ente asombrosamente tolerante, capaz de perdonar todo, salvo el genio. A Rafael de Paula no le perdonaron el suyo. O mejor dicho: el p¨²blico no parec¨ªa comprender que su genialidad ten¨ªa una cara y una cruz, y que ambas formaban parte de una esencia ¨²nica. S¨®lo el genio tiene derecho a no serlo. S¨®lo el genio puede ser la sombra pat¨¦tica de s¨ª mismo sin dejar de ser quien es, porque esa sombra pat¨¦tica es tambi¨¦n protagonista principal de la trama.
En mayo de 2000 era feria en Jerez de la Frontera y el Paula compart¨ªa cartel con Curro Romero y Finito de C¨®rdoba. Rafael se dej¨® vivos sus dos toros y se arranc¨® la coleta. Hab¨ªa debutado con picadores en aquella plaza en 1958. Se fue del toreo del mismo modo en que estuvo durante m¨¢s de cuarenta a?os en el toreo: de un modo improvisado y tr¨¢gico, desgarrado y pasional, con esa dignidad en carne viva de los perdedores. Se fue de los toros en medio de un arrebato, porque su vida profesional no fue otra cosa que eso: un arrebato milagroso, la extra?a religi¨®n est¨¦tica de un hombre aterrado del poder de los dioses y de los duendes, tanto de los malos como de los ben¨¦ficos. Se fue porque se puede luchar contra los toros, pero no contra el tiempo, aunque ¨¦l consigui¨® del tiempo una pr¨®rroga no menos inexplicable que temeraria.
Con sus rodillas rotas en pedazos, Rafael de Paula se puso durante d¨¦cadas delante de los toros con la sola defensa de su an¨®mala sabidur¨ªa, de su instinto oscuro, de sus mu?ecas lentas y barrocas. ?Esos c¨¦lebres miedos de Rafael de Paula? No es m¨¢s valiente quien menos miedo tiene, sino aqu¨¦l que, aun estando muerto de miedo, lleva a cabo faenas de valiente. Con sus piernas de trapo, con sus rodillas convertidas en una chatarrer¨ªa gracias a la cirug¨ªa experimental de los a?os setenta, el Paula fue el torero m¨¢s portentoso, m¨¢s imprevisible, m¨¢s exc¨¦ntrico, m¨¢s desvalido y m¨¢s hondo de cuantos ha visto uno, y tardar¨¢ mucho en nacer -si es que nace- alguien que lleve el oficio de torear adonde ¨¦l lo llev¨®: al territorio de la pura especulaci¨®n art¨ªstica, al ¨¢mbito irreal de los arquetipos, al grado de la enso?aci¨®n inexplicable.
Una tarde de feria, un torero de 60 a?os fue vencido por el tiempo. Ten¨ªa que matar dos toros, pero comprendi¨® que lo m¨¢s l¨®gico ser¨ªa que uno de esos dos toros lo matara a ¨¦l.
Rafael de Paula estaba al margen del toreo a fuerza de estar en el n¨²cleo mismo del toreo: lo suyo era otra cosa. No rompi¨® ning¨²n molde: se limit¨® a crear un molde nuevo. Hasta que el molde se rompi¨® por s¨ª solo, claro est¨¢. Y el mundo sigue.
Felipe Ben¨ªtez Reyes es poeta y narrador, ganador del ¨²ltimo Premio Nadal con la obra Mercado de espejismos.
Babelia
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