Autoestima espa?ola
En un vuelo reciente a Espa?a desde Nueva York, me toc¨® de compa?era de asiento una se?ora muy cordial que antes de abrocharnos los cinturones ya me hab¨ªa interrogado sobre el motivo del viaje. Al mencionarle que iba a dar una conferencia sobre la autoestima, la inquisitiva mujer exclam¨®: "?Pues de eso en Espa?a andamos fatal!". Quise indagar en qu¨¦ basaba tan contundente afirmaci¨®n y me dijo sin vacilar: "Mire, vivimos rodeados de maltratadores y terroristas". Sorprendido, le pregunt¨¦ si conoc¨ªa a muchos de estos desalmados. La afable se?ora deliber¨® unos minutos y respondi¨® con extra?eza: "Ahora que me paro a pensar, la verdad es que a mi alrededor no hay maltratadores, y tampoco conozco a ning¨²n terrorista". Seguidamente, los dos guardamos silencio.
Mi compa?era de viaje hab¨ªa reaccionado con lo que llamamos en psiquiatr¨ªa pensamientos autom¨¢ticos. Estos pensamientos se forjan con prejuicios o generalizaciones irreflexivas y suelen derivar en juicios tan negativos como desacertados. Para hacerle justicia a mi interlocutora, explicar¨¦ que al despedirnos me comunic¨® con emoci¨®n: "?La culpa de lo que le dije la tienen los telediarios!". Deduje que despu¨¦s de razonar se percat¨® de que hab¨ªa confundido la noticia o lo aberrante con la vida normal o lo habitual.
La realidad es que la autoestima de los espa?oles, hombres y mujeres, mayores y peque?os, se sit¨²a actualmente entre las m¨¢s saludables y elevadas del planeta. ?sta es la conclusi¨®n a la que llegan, con singular consistencia estad¨ªstica, estudio tras estudio. Expertos como Michael Argyle y Ruut Veenhoven, de las universidades de Oxford y Erasmus de Rotterdam respectivamente, ya revelaron esta tendencia positiva en los a?os noventa. En 2000, un sondeo Demoscopia elaborado mediante entrevistas a domicilio se?alaba que seis de cada diez espa?oles dec¨ªan sentirse bien consigo mismos, adem¨¢s de confiar en un mundo cada vez m¨¢s sano, libre y feliz. Dos a?os m¨¢s tarde, la agencia oficial Eurobar¨®metro mostraba que la poblaci¨®n espa?ola, junto con la holandesa, obten¨ªa la cota m¨¢s alta en bienestar psicol¨®gico. En 2006 este mismo organismo document¨® que el 84% de los espa?oles afirmaba estar muy o bastante satisfechos con su vida, cuatro puntos por encima del resto de los europeos. Entre los j¨®venes, el term¨®metro de la autoestima tambi¨¦n marca niveles superiores a la mayor¨ªa de los pa¨ªses de la UE, como reflej¨® el informe Juventud en Espa?a 2004 y confirm¨® recientemente Unicef.
Es verdad que todos conocemos paisanos que viven hundidos en el autodesprecio y hasta piensan que no merecen vivir. Pero incluso si usamos la tasa de suicidios como indicador del estado emocional de un pueblo -algo que propuso el respetable soci¨®logo franc¨¦s ?mile Durkheim-, la proporci¨®n de estas tr¨¢gicas despedidas en Espa?a se encuentra entre las m¨¢s bajas de Occidente (seg¨²n Eurostat, en 2005 se contabilizaron 6,6 suicidios por cada 100.000 habitantes en este pa¨ªs, mientras que la media en el resto de Europa y Estados Unidos rozaba 11 muertes).
Es cierto tambi¨¦n que una alta autovaloraci¨®n no es siempre un dato beneficioso. Como ocurre con el colesterol, existe una autoestima "buena" o socialmente constructiva y otra "mala", o narcisista, que se basa en el dominio sobre los dem¨¢s. ?Qui¨¦n no se ha topado con alg¨²n d¨¦spota de ego inflado que practica el abuso de poder? Estos verdugos prepotentes son minor¨ªa, pero mantienen su capital de amor propio a costa de rob¨¢rselo a otros, y hacen estragos en el ¨¢mbito social, laboral, escolar o familiar.
La autoestima, entendida por la valoraci¨®n que hacemos de la idea de nosotros mismos, es subjetiva. No podemos medirla como el pulso o la temperatura del cuerpo. El ¨²nico m¨¦todo para estudiarla es preguntar. Adem¨¢s es personal; a la hora de autovalorarnos no distinguimos entre m¨ª y m¨ªo, y, de acuerdo con nuestras prioridades, ponemos en la balanza desde la habilidad para relacionarnos hasta nuestras posesiones, pasando por el f¨ªsico, la aptitud para el trabajo o para desempe?ar nuestro papel familiar o social, los talentos, los logros o los fracasos. Tambi¨¦n sopesamos el grupo social al que pertenecemos y las opiniones que creemos tienen de nosotros los dem¨¢s. Al autovalorarnos, casi todos nos protegemos excluyendo del c¨®mputo los problemas que consideramos fuera de nuestro control o los infortunios inevitables.
La buena autoestima de los ciudadanos es un dato de gran relevancia que debemos celebrar. Pocas cosas son m¨¢s determinantes en la vida de las personas que c¨®mo se sienten consigo mismas. Una autoestima sana suele ir de la mano de la participaci¨®n constructiva en la sociedad, de la capacidad para adaptarnos a los cambios y superar la adversidad y de la satisfacci¨®n con la vida en general.
Siempre me ha llamado la atenci¨®n el hecho de que mientras los estadounidenses tienden a presumir sin reparos de autovalorarse generosamente, mis paisanos espa?oles no suelen hablar, y mucho menos vanagloriarse, de su probada autoestima. Creo que esta actitud se debe, en parte, a que en Espa?a, tradicionalmente, la percepci¨®n favorable de uno mismo se ha te?ido de ignorancia o de egocentrismo. Otro condicionante es la exaltaci¨®n de la modestia, bien como virtud espiritual o por aquello de que "la u?a que sobresale es la que recibe los golpes". Finalmente, no puedo evitar volver a la an¨¦cdota del principio para expresar mi convencimiento de que los pensamientos autom¨¢ticos derrotistas, que tanto abundan en este Reino, nos roban continuamente la conciencia de nuestro alto y saludable bienestar emocional.
Luis Rojas Marcos es profesor de psiquiatr¨ªa de la Universidad de Nueva York.
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