El panorama
Oigo, en cr¨®nica de Reyes Rinc¨®n para este peri¨®dico, lo que ha dicho la fiscal jefa de Sevilla, Mar¨ªa Jos¨¦ Segarra: la fiscal¨ªa s¨®lo tuvo en cuenta el a?o pasado 7 de las 32 denuncias contra cargos municipales por prevaricaci¨®n. Los partidos denuncian alegremente al pol¨ªtico adversario, pero silenciosamente se retiran cuando el fiscal no encuentra ning¨²n delito en el caso bajo sospecha. Hay poca convicci¨®n en la denuncia, dice la fiscal. Lo que importa es la propaganda, el ruido radiotelevisivo, infeccioso, que mancha a los rivales. Sin diferencias de fondo entre los grandes partidos, la nueva l¨ªnea divisoria entre unos y otros busca distinguir entre delincuentes y no delincuentes.
Los partidos gobernantes coinciden en lo fundamental en aquellas ideas que ata?en a la administraci¨®n de las ciudades. Es hora de aprovechar el oro de la construcci¨®n, las recalificaciones, el proceso de privatizaci¨®n de suelo p¨²blico. Esta euforia es compatible con la liquidaci¨®n de ¨¢rboles, como si quisi¨¦ramos darle la raz¨®n a una nota del poeta Antonio Machado en sus diarios de viaje: los espa?oles odian los ¨¢rboles. Aqu¨ª los estamos sustituyendo por maceteros para plantas de triste e inh¨®spito jard¨ªn n¨®rdico, aunque algunos vivamos en las tierras m¨¢s f¨¦rtiles del sur.
La participaci¨®n pol¨ªtica de los ciudadanos se ha convertido en participaci¨®n en el negocio inmobiliario. Hemos aceptado la idea de que la prosperidad de los pueblos y las comarcas depende de la riqueza de las constructoras y sus redes de intermediarios, en las que los pol¨ªticos se han integrado felizmente. Nuestra democracia es espectacular, de televisi¨®n escandalosa. El momento ¨¢lgido de unas elecciones municipales esenciales para el futuro de las ciudades fue, hace unas semanas, la entrada en comisar¨ªa de un icono de la canci¨®n popular espa?ola. Nos hemos aficionado a los tribunales y las comisar¨ªas, como si quisi¨¦ramos salvar el sistema pol¨ªtico transform¨¢ndolo en un programa de televisi¨®n policiaco-cardiaca, rosa y negra.
Tal como lo explica la fiscal de Sevilla, parece que nuestros pol¨ªticos no aprecian demasiado la verdad. No valoran la tinta y el papel en el que se registran las denuncias y se van construyendo los expedientes penales. Respetan poco el tiempo de los funcionarios del juzgado, de los fiscales y los jueces. Los cargos p¨²blicos que denuncian sin fundamento a cargos p¨²blicos rivales se burlan del Estado. Su af¨¢n demoledor es semejante al de esos trabajadores que, en crisis, movilizados para pedir el apoyo y sost¨¦n del erario p¨²blico, se dedican a atentar contra el erario p¨²blico mediante el destrozo de se?ales de tr¨¢fico, calles, carreteras y contenedores de basura.
El desd¨¦n radical que algunos cargos p¨²blicos sienten hacia la justicia llega a esto: sin necesidad de jueces, se consideran absueltos por los votantes si, todav¨ªa bajo el ojo de la justicia punitiva, su pueblo los ha reelegido en las ¨²ltimas elecciones. Es la demostraci¨®n de que el fin justifica los medios: el negocio inmobiliario beneficia a pueblos enteros. Y el que sugiere otras maneras de vivir es tachado inmediatamente de idiota, mientras las autoridades montan ferias para recordarnos que nunca hemos estado tan bien, y reparten dinero en atracciones masivas, y todos nos implicamos en el bienestar general, bajo el partido que sea. La mejor forma de participaci¨®n pol¨ªtica no es votar: es coger algo de los fondos p¨²blicos.
Algunos ciudadanos se retiran del voto. Yo creo que, en caso de elecciones, debemos elegir entre lo que se nos ofrece y votar a la candidatura menos perjudicial, pero el soci¨®logo Jon Elster sugiere que lo m¨¢s razonable ser¨ªa no votar nunca. Un solo voto no decide nada, y exige salir de casa, algo que siempre cuesta dinero, y quiz¨¢ coger el coche, riesgo f¨ªsico y econ¨®mico indudable. Un voto cambiar¨ªa poco el resultado final de las elecciones. Llegar a la urna es un paso casi heroico, y, para m¨¢s sensaci¨®n de absurdo, los partidos y sus candidatos se han empe?ado en desprestigiar la pol¨ªtica: los pol¨ªticos, seg¨²n muchos pol¨ªticos, son delincuentes, y lo demuestran delat¨¢ndose entre s¨ª con lenguaje tabernario, de soplones, criaturas con las que nadie se juntar¨ªa a no ser que quisiera dedicarse en el futuro al mismo negocio.
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