La identidad puede matar
El Nobel de Econom¨ªa Amartya Sen analiza la violencia y cree que s¨®lo la libertad de comprensi¨®n puede traer la paz
En su autobiograf¨ªa de 1940, The big sea, el escritor afroamericano Langston Hughes describe la euforia que se apoder¨® de ¨¦l cuando parti¨® de Nueva York hacia ?frica. Arroj¨® sus libros estadounidenses al mar: "Fue como deshacerme del peso de un mill¨®n de ladrillos". Iba camino de su "?frica, ?patria de los negros!". Pronto experimentar¨ªa "lo real, ser tocado y visto, no tan s¨®lo le¨ªdo en un libro". El sentido de identidad puede ser fuente no s¨®lo de orgullo y alegr¨ªa, sino tambi¨¦n de fuerza y confianza. No es sorprendente que la idea de identidad reciba una admiraci¨®n tan amplia y generalizada, desde la afirmaci¨®n popular de amar al pr¨®jimo hasta las grandes teor¨ªas del capital social y la autodefinici¨®n comunitaria.
Identidad y violencia.
Katz Editores
La violencia se fomenta mediante la imposici¨®n de identidades singulares y beligerantes en gente cr¨¦dula, embanderada detr¨¢s de eximios art¨ªfices del terror
Al Qaeda depende en gran medida del cultivo y la explotaci¨®n de una identidad isl¨¢mica militante opuesta espec¨ªficamente a los occidentales
Resulta dif¨ªcil creer que una persona no tiene opci¨®n para decidir qu¨¦ importancia relativa puede asignarles a los diversos grupos a los que pertenece
Una persona no blanca en la Sur¨¢frica dominada por el 'apartheid' no pod¨ªa insistir en que la trataran como a un ser humano, independientemente de sus caracter¨ªsticas raciales
Y, sin embargo, la identidad tambi¨¦n puede matar, y matar desenfrenadamente. Un sentido de pertenencia fuerte -y excluyente- a un grupo puede, en muchos casos, conllevar una percepci¨®n de distancia y de divergencia respecto de otros grupos. La solidaridad interna de un grupo puede contribuir a alimentar la discordia entre grupos. Es posible que de modo inesperado nos notifiquen que no somos s¨®lo ruandeses, sino espec¨ªficamente hutus ("odiamos a los tutsis"), o que no somos meramente yugoslavos, sino que en realidad somos serbios ("los musulmanes no nos agradan en absoluto"). De mis recuerdos de la ni?ez sobre las reyertas entre hind¨²es y musulmanes en la d¨¦cada de 1940, relacionadas con la pol¨ªtica de partici¨®n del pa¨ªs, viene a mi memoria la velocidad con que los tolerantes seres humanos de enero, r¨¢pidamente se transformaron en los implacables hind¨²es y los crueles musulmanes de julio. Cientos de miles de personas perecieron en manos de individuos que, encabezados por los comandantes de la masacre, mataron a otros en nombre de su "propio pueblo". La violencia se fomenta mediante la imposici¨®n de identidades singulares y beligerantes en gente cr¨¦dula, embanderada detr¨¢s de eximios art¨ªfices del terror.
El sentido de identidad puede contribuir en gran medida a la firmeza y la calidez de nuestras relaciones con otros, como los vecinos, los miembros de la misma comunidad, los conciudadanos o los creyentes de una misma religi¨®n. El hecho de concentrarnos en identidades particulares puede enriquecer nuestros lazos y llevarnos a hacer muchas cosas por los dem¨¢s; asimismo, puede ayudarnos a ir m¨¢s all¨¢ de nuestras egoc¨¦ntricas vidas. La reciente bibliograf¨ªa sobre el "capital social", explorada en profundidad por Robert Putnam y otros, ha expresado en forma suficientemente clara c¨®mo el hecho de identificarse con los dem¨¢s en la misma comunidad social puede hacer que la vida de todos sea mucho mejor dentro de esa comunidad; por tanto, el sentido de pertenencia a una comunidad es considerado un recurso, como el capital. Ese concepto es importante, aunque debe complementarse con un mayor reconocimiento de que el sentido de identidad puede excluir, de modo inflexible, a mucha gente mientras abraza c¨¢lidamente a otra. La comunidad bien integrada en la que los residentes hacen instintivamente cosas maravillosas por los dem¨¢s con prontitud y solidaridad, puede ser la misma comunidad en la que se arrojan ladrillos a las ventanas de los inmigrantes que llegan al lugar. La desgracia de la exclusi¨®n puede ir de la mano del don de la inclusi¨®n.
El cultivo de la violencia
El cultivo de la violencia asociada con los conflictos de identidad parece repetirse en todo el mundo cada vez con mayor persistencia. Si bien es posible que el equilibro de poder en Ruanda y en el Congo haya cambiado, ambos grupos contin¨²an teni¨¦ndose en la mira. La organizaci¨®n de una identidad isl¨¢mica sudanesa agresiva, junto con la explotaci¨®n de las divisiones raciales, ha conducido a la violaci¨®n y a la matanza de las v¨ªctimas subyugadas en el sur de ese territorio, atrozmente militarizado. Israel y Palestina contin¨²an experimentando la furia de identidades dicotomizadas prestas a infligir penas abominables a la otra parte. Al-Qaeda depende en gran medida del cultivo y la explotaci¨®n de una identidad isl¨¢mica militante opuesta espec¨ªficamente a los occidentales.
Y contin¨²an llegando informes de Abu Ghraib y de otros lugares en los que se describe que algunos soldados estadounidenses y brit¨¢nicos, que fueron enviados a luchar por la causa de la libertad y la democracia, recurren a lo que se denomina el "ablandamiento" de los prisioneros por medios totalmente inhumanos. El poder irrestricto sobre las vidas de combatientes enemigos sospechosos o de supuestos delincuentes bifurca n¨ªtidamente a los prisioneros y a los guardianes a lo largo de una inflexible l¨ªnea de identidades disgregadoras ("son una raza distinta de la nuestra"). Parecer¨ªa excluir, con frecuencia, toda consideraci¨®n de otras caracter¨ªsticas menos pol¨¦micas de los individuos del otro bando, entre ellas, que todos pertenecen a la raza humana.
Si el pensamiento identitario puede ser sujeto de tan brutal manipulaci¨®n, ?d¨®nde es posible hallar el remedio? No es posible suprimir o sofocar la invocaci¨®n de la identidad en general. En primer lugar, la identidad puede ser tanto una fuente de riqueza y de calidez como de violencia y de terror, y tendr¨ªa poco sentido tratar la identidad gen¨¦ricamente como un mal. En cambio, debemos basarnos en la idea de que la fuerza de una identidad belicosa puede ser desafiada por el poder de identidades que compiten entre s¨ª. Desde luego, ¨¦stas pueden incluir los atributos comunes de nuestra naturaleza humana, aunque tambi¨¦n muchas otras identidades que todos tenemos de modo simult¨¢neo. Ello conduce a otras formas de clasificar a las personas, que pueden restringir la explotaci¨®n de un uso espec¨ªficamente agresivo de una categorizaci¨®n particular.
Hutu, ruand¨¦s y africano
Un trabajador hutu de Kigali puede ser presionado para considerarse s¨®lo hutu y para matar tutsis; no obstante, no s¨®lo es hutu, sino que tambi¨¦n es ciudadano de Kigali, ruand¨¦s, africano, trabajador y ser humano. Junto con el reconocimiento de la pluralidad de nuestras identidades y sus diversas implicaciones, existe una necesidad cr¨ªticamente importante de ver el papel de la elecci¨®n al determinar la importancia de identidades particulares que son ineludiblemente diversas.
Ello podr¨ªa ser claro, pero resulta importante se?alar que esta ilusi¨®n tiene el respaldo bien intencionado, aunque algo calamitoso, de los profesionales de una variedad de escuelas respetadas -de hecho, muy respetadas- del pensamiento intelectual.
Hay, entre otros, comunitaristas que consideran que la identidad de la comunidad es incomparable y esencial en una forma predeterminada, como por naturaleza, y que no hay necesidad de que la voluntad humana participe (ser¨ªa suficiente con el "reconocimiento", si queremos emplear un concepto muy aceptado), y tambi¨¦n hay te¨®ricos culturales que clasifican a la gente en peque?os casilleros de civilizaciones dispares.
En nuestras vidas normales, nos consideramos miembros de una variedad de grupos; pertenecemos a todos ellos. La ciudadan¨ªa, la residencia, el origen geogr¨¢fico, el g¨¦nero, la clase, la pol¨ªtica, la profesi¨®n, el empleo, los h¨¢bitos alimentarios, los intereses deportivos, el gusto musical, los compromisos sociales, entre otros aspectos de una persona, la hacen miembro de una variedad de grupos. Cada una de estas colectividades, a las que esta persona pertenece en forma simult¨¢nea, le confiere una identidad particular. Ninguna de ellas puede ser considerada la ¨²nica identidad o categor¨ªa de pertenencia de la persona.
Muchos pensadores comunitaristas tienden a afirmar que una identidad comunitaria dominante es s¨®lo una cuesti¨®n de autorrealizaci¨®n y no de elecci¨®n. No obstante, resulta dif¨ªcil creer que una persona, en realidad no tiene opci¨®n para decidir qu¨¦ importancia relativa puede asignarles a los diversos grupos a los que pertenece, y que debe "descubrir" sus identidades, como si se tratara de un fen¨®meno puramente natural (como determinar si es de d¨ªa o de noche). Todos estamos siempre haciendo elecciones, aunque sea de modo impl¨ªcito, acerca de las prioridades que debemos asignarles a nuestras diferentes filiaciones y asociaciones. La libertad para determinar nuestras lealtades y prioridades entre los diferentes grupos a los que pertenecemos es peculiarmente importante, y tenemos razones para reconocerla, valorarla y defenderla.
La existencia de la elecci¨®n no indica, desde luego, que no haya restricciones que la coaccionen. De hecho, las elecciones siempre se hacen dentro de los l¨ªmites de lo que se considera posible. En el caso de las identidades, las posibilidades depender¨¢n de las circunstancias y las caracter¨ªsticas individuales que determinen las alternativas que tenemos. No obstante, ello no constituye un hecho notable, ya que simplemente es la manera en que se hace toda elecci¨®n en cualquier ¨¢mbito. En realidad, nada puede ser m¨¢s elemental y universal que el hecho de que las elecciones de todo tipo que se hacen en cualquier ¨¢mbito siempre tienen lugar dentro de l¨ªmites particulares.
Sin embargo, incluso cuando tenemos en claro c¨®mo queremos vernos, es posible que a¨²n nos resulte dif¨ªcil persuadir a los dem¨¢s de que nos vean de esa manera. Una persona no blanca en la Sur¨¢frica dominada por el apartheid no podr¨ªa insistir en que la trataran como a un ser humano, independientemente de sus caracter¨ªsticas raciales. Por lo general, se la hubiera ubicado en la categor¨ªa que el Estado y los miembros dominantes de la sociedad le ten¨ªan reservada. Nuestra libertad para afirmar nuestras identidades personales a veces puede ser muy limitada a los ojos de los dem¨¢s, sin importar c¨®mo nos vemos a nosotros mismos.
En realidad, es probable que a veces ni siquiera seamos completamente conscientes de c¨®mo nos identifican los dem¨¢s, que pueden vernos de un modo que difiere de nuestra autoper-cepci¨®n. Hay una interesante lecci¨®n en una antigua historia italiana -de la d¨¦cada de 1920, cuando el apoyo a la pol¨ªtica fascista se expand¨ªa con rapidez por toda Italia- sobre un reclutador pol¨ªtico del Partido Fascista que intentaba convencer a un campesino socialista de que se uniera a aquel partido. "?C¨®mo puedo unirme a su partido?", dijo el potencial recluta. "Mi padre era socialista. Mi abuelo era socialista. En realidad, no puedo unirme al Partido Fascista". "?Qu¨¦ clase de argumento es ¨¦se?", dijo el reclutador fascista con raz¨®n. "?Qu¨¦ hubiera hecho -le pregunt¨® al campesino socialista- si su padre hubiese sido asesino y su abuelo tambi¨¦n hubiese sido asesino? ?Qu¨¦ hubiera hecho en ese caso?". "Ah, entonces -dijo el potencial recluta-, entonces, por supuesto, me hubiera unido al Partido Fascista".
El 'amigo' del director del Trinity College
HACE UNOS A?OS, cuando regresaba a Inglaterra despu¨¦s de un corto viaje (en ese entonces era director del Trinity College de Cambridge), el oficial de migraciones del aeropuerto de Heathrow, quien control¨® mi pasaporte indio con bastante rigor, me plante¨® una pregunta filos¨®fica de cierta complejidad. Tras ver la direcci¨®n de mi casa en el formulario de migraciones (residencia del director, Trinity College, Cambridge), me pregunt¨® si el director, de cuya hospitalidad evidentemente yo gozaba, era un amigo cercano. Me demor¨¦ unos segundos, porque no me quedaba del todo claro si pod¨ªa afirmar ser mi propio amigo. Luego de reflexionar, llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que la respuesta deb¨ªa ser afirmativa, ya que por lo general me trato a m¨ª mismo de manera bastante amigable y, adem¨¢s, cuando digo tonter¨ªas, de inmediato me doy cuenta de que, con amigos como yo, no necesito enemigos. Debido a que me demor¨¦ en dilucidar todo esto, el oficial de migraciones quiso saber exactamente por qu¨¦ hab¨ªa dudado y, en particular, si hab¨ªa alguna irregularidad para mi ingreso en Gran Breta?a.
Bien, finalmente se resolvi¨® esa cuesti¨®n pr¨¢ctica, pero la conversaci¨®n fue un recordatorio, si es que era necesario, de que la identidad puede ser un asunto complicado. (...)
En realidad, muchos problemas pol¨ªticos y sociales contempor¨¢neos giran en torno a reclamos opuestos provenientes de identidades diferentes que involucran a grupos distintos, puesto que la concepci¨®n de la identidad influye, de modos muy diversos, sobre nuestros pensamientos y nuestras acciones.
Los acontecimientos violentos y las atrocidades de los ¨²ltimos a?os han dado paso a un periodo de terrible confusi¨®n y de temibles conflictos. Con frecuencia, la pol¨ªtica de confrontaci¨®n global es considerada un corolario de las divisiones religiosas y culturales del mundo. De hecho, el mundo es visto cada vez m¨¢s, aunque s¨®lo sea impl¨ªcitamente, como una federaci¨®n de religiones o de civilizaciones, por lo que se hace caso omiso de todas las otras maneras en que las personas se ven a s¨ª mismas. (...)
Un enfoque singularista puede ser una buena forma de malinterpretar a casi todos los individuos del mundo. En nuestra vida cotidiana, nos vemos como miembros de una variedad de grupos y pertenecemos a todos ellos. La misma persona puede ser, sin ninguna contradicci¨®n, ciudadano estadounidense de origen caribe?o con antepasados africanos, cristiano, liberal, mujer, vegetariano, corredor de fondo, historiador, maestro, novelista, feminista, heterosexual, creyente en los derechos de los gays y las lesbianas, amante del teatro, activo ambientalista, fan¨¢tico del tenis, m¨²sico de jazz y alguien que est¨¢ totalmente comprometido con la opini¨®n de que hay seres inteligentes en el espacio exterior con los que es imperioso comunicarse (preferentemente, en ingl¨¦s). Cada una de estas colectividades, a las que esta persona pertenece de forma simult¨¢nea, le da una identidad particular. No se puede considerar que alguna de ellas sea la ¨²nica identidad de la persona
o su categor¨ªa singular de pertenencia. Dadas nuestras inevitables identidades plurales, tenemos que decidir acerca de la importancia relativa de nuestras diferentes asociaciones y filiaciones en cada contexto particular.
Por consiguiente, las responsabilidades de elegir y de razonar son esenciales para llevar una vida humana. Por el contrario, se fomenta la violencia cuando se cultiva el sentimiento de que tenemos una identidad supuestamente ¨²nica, inevitable -con frecuencia beligerante-, que aparentemente nos exige mucho (a veces, cosas muy desagradables). La imposici¨®n de una identidad supuestamente ¨²nica es a menudo un componente b¨¢sico del "arte marcial" de fomentar el enfrentamiento sectario...
Identidad y violencia
Katz Editores.
A trav¨¦s del an¨¢lisis del multiculturalismo, el poscolonialismo, el fundamentalismo, el terrorismo y la globalizaci¨®n, el autor plantea la necesidad de una comprensi¨®n de la libertad humana como ¨²nico modo de combatir el cada vez m¨¢s extendido "arte de crear odio".
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