Blair en la hora del adi¨®s
El pr¨®ximo domingo, Tony Blair ceder¨¢ a Gordon Brown el liderazgo laborista. Tres d¨ªas despu¨¦s le entregar¨¢ las llaves del 10 de Downing Street. En la hora del relevo, el novelista Martin Amis acompa?¨® en mayo al primer ministro por Belfast, Washington, Irak y otros lugares. ?ste es su retrato de un Blair crepuscular.
De pronto se me ocurre que el jefe del Gobierno de mi pa¨ªs es delegado de ¨²ltimo curso de bachillerato
Bush cree que es muy ingenioso. Lleva seis a?os rodeado de gente que se parte de risa por cualquier tonter¨ªaDisparos de mortero acaban de destruir un Toyota Landcruiser en el aparcamiento de la Embajada en Bagdad"Es 'Apocalipsis now' mezclado con Disneylandia", asegura un coronel de Estado Mayor
Un mandato viciado por la excesiva proximidad a Bush, que Neil Kinnock calific¨® de "tr¨¢gica"
En Basora, Blair se qued¨® sin ox¨ªgeno. Parec¨ªa terriblemente poco informado, sin las palabras adecuadasHe hablado con Blair de persona a persona, pero, salvo momentos sueltos, uno nunca est¨¢ a solas con ¨¦l
Tony Blair escogi¨® el laborismo, pero se reinvent¨® como su ant¨ªtesis. Es un mutanteTiene siete u ocho clases de sonrisa. Al repartir saludos, hacia el final, su sonrisa es un rictusEntrevistador: "Su legado principal ser¨¢...". Los ojos azules de Blair parpadean y parecen quedarse en blanco
Amis: "Tambi¨¦n se envejece por dentro". Blair: "Uno no se vuelve m¨¢s duro, se vuelve m¨¢s tierno". Amis: "Pero usted est¨¢ hecho de acero". Blair: "Mm... Blindado".
Bush y Blair caminan codo con codo hacia el Despacho Oval. El ambiente recuerda, quiz¨¢, a una academia futurista de poder en estado puro.
Tony se sube a su helic¨®ptero Black Hawk. Yo subo a mi Cobra. Mientras volamos disparamos r¨¢fagas para que los proyectiles m¨¢s cr¨¦dulos sigan su se?al de calor.
"Cuando llegue el momento, seguramente me aferrar¨¦ a la aldaba de la puerta. Pero hasta ahora estoy dispuesto a dejarlo marchar [el poder]".
El primer ministro tiene algo en com¨²n con los islamistas brit¨¢nicos: se salta los sem¨¢foros en rojo. Y no se pone el cintur¨®n de seguridad.
Londres, N 1
NO EST? MAL recorrer la ciudad en coche con Tony. El revestimiento de acero del veh¨ªculo, como se?ala el primer ministro, es de un espesor casi c¨®mico; tanto, que el interior parece casi m¨¢s de un Ford Focus que de un Jaguar, y hace falta tirar con toda la fuerza posible para cerrar la puerta. Pero la cierro y arrancamos. Los polic¨ªas, encorvados, con sus bandas de color amarillo fosforescente, zumban a nuestro lado como avispas decididas para despejar el camino delante de nosotros. Pr¨¢cticamente no tenemos que frenar ni una vez entre Downing Street y el Westway
[una v¨ªa r¨¢pida al norte de Hyde Park]. El poder se le acaba, pero todav¨ªa podemos disfrutar de este lujo durante un poco m¨¢s de tiempo. Y s¨ª, la verdad, est¨¢ bastante bien recorrer la ciudad en coche con Tony.
El mejor instante se produce cuando nos aproximamos a Hyde Park Corner. En vez de rodear el arco, como todos esos pobres desgraciados, pasamos a trav¨¦s, en diagonal, por debajo del arco y la estatua neocl¨¢sica de la locura del poder (Apolo en su carro, con los cuatro caballos), y luego giramos a la derecha para dejar de lado un distrito postal tan de moda como Londres, N1. Hablamos del islamismo en Gran Breta?a, y Tony, cuando va de un sitio a otro, tiene una cosa en com¨²n con los islamistas brit¨¢nicos: suele saltarse los sem¨¢foros rojos. Los islamistas lo hacen para demostrar que desprecian las leyes del pa¨ªs en el que viven (y la raz¨®n). Tony lo hace para desbaratar los planes de los islamistas.
Me doy cuenta, de pronto, de que el primer ministro no lleva el cintur¨®n de seguridad. Se lo indico con afecto y se encoge de hombros.
Se siente "avergonzado por las motos", dice. Me pregunto si el motivo de que Tony tenga un aspecto tan juvenil es ¨¦se: 10 a?os sin tener que sufrir atascos. Pero no siempre fue as¨ª. La escolta policial, como tantas otras cosas, es consecuencia del 11 de septiembre.
Edimburgo
ESTAMOS EN EL CORN EXCHANGE, el centro de conferencias en el que Tony va a criticar a los nacionalistas escoceses. Durante el rato de calma antes del discurso, se me acerca y dice: "Esta ma?ana me he quedado de piedra".
Claro, pienso, no me cabe la menor duda. Desde luego que ha tenido que quedarse de piedra. En la primera p¨¢gina de The Independent, una fotograf¨ªa oscura (que da un aspecto acosado y aislado, sobre todo) y el gran titular, Blairak. "Un sondeo exclusivo revela que el 69% de los brit¨¢nicos cree que, cuando deje su cargo, su legado hist¨®rico ser¨¢...". Pero, por supuesto, es una ingenuidad rid¨ªcula por mi parte pensar que eso es de lo que quiere hablar Tony. No va a ser ¨¦l quien saque a relucir el tema. Ya se ocupan todos los dem¨¢s habitantes de la tierra. No hay exageraci¨®n posible: la persistencia sanguinaria y exasperante de la cuesti¨®n de Irak.
Nunca es demasiado temprano. Para m¨ª, s¨ª, pero no para ¨¦l. Esta ma?ana, tras un largo discurso (con sesi¨®n de preguntas y respuestas) en el King's Fund sobre el Servicio Nacional de Salud, y luego la aparici¨®n televisiva, Tony acudi¨® a una ruidosa celebraci¨®n en el cuartel general de los laboristas, y no eran m¨¢s que las ocho y media de la ma?ana. ?M¨²sica disco en un aparato de m¨²sica de color turquesa! ?Caf¨¦! ?T¨¦! La encuesta exclusiva de The Independent revelaba tambi¨¦n que el 61% de los brit¨¢nicos cree que Blair ha sido un buen primer ministro, el 89% entre los seguidores del laborismo.
Blair escogi¨® el laborismo, pero se reinvent¨® como ant¨ªtesis de ¨¦l. Es un mutante: una especie de cristiano dem¨®crata de clase media, alem¨¢n y norteamericano a la vez. En comparaci¨®n con ¨¦l, Gordon Brown es como el fish and chips y Woodbine. Pero el partido le adora: es el hombre que les salv¨®, les despert¨® y les proporcion¨® victorias arrolladoras.
En el Point Conference Centre de Edimburgo, durante otro momento tranquilo, Tony vuelve a acercarse y me dice: "?A qu¨¦ se ha dedicado hoy?". "Me he sentido protector respecto a mi primer ministro, ya que me lo pregunta". Nuestra relaci¨®n, al menos por mi parte, se est¨¢ volviendo lamentablemente coqueta. "No es la primera vez que sufre un rev¨¦s en las elecciones parciales. Y en el Parlamento Europeo. Pero seguramente ¨¦ste va a ser su primer... rechazo".
"No ser¨¢ mi primer rechazo. El 2004; 2002".
"Cheriegate. Era una basura, ?verdad?".
"Una basura total. ?Pero qu¨¦ me dice usted?", me pregunta. "Cuando alguien critica sus libros, no deja que eso le deprima".
El primer ministro me ha confesado hace un rato que por la ma?ana, en televisi¨®n, le descoloc¨® el contraste entre su rostro en el monitor y las im¨¢genes luminosas y despreocupadas de 1997. "El proceso de envejecer en la pantalla", dice. No es un antes y un despu¨¦s como el de Abe Lincoln, el guapo pionero completamente consumido por la Guerra de Secesi¨®n. Ahora bien, se mire por donde se mire, 10 a?os es un periodo muy largo en pol¨ªtica.
"Tambi¨¦n se envejece por dentro", le respondo. "Uno no se vuelve m¨¢s duro. Se vuelve m¨¢s tierno. Y vienen a la cabeza ciertas expresiones, como el trabajo de una vida". S¨ª, o el legado. "Pero usted est¨¢ hecho de acero. Como su coche".
"Mm. Blindado".
El cuarto de estar
EL 10 DE DOWNING STREET, ancho, alto y profundo, parece un hotel rural amueblado como la sala de espera de un m¨¦dico en Harley Street, con una mezcla de gente que va de un lado a otro. Despu¨¦s de superar a un portero que eructa discretamente, uno puede ver, por cada secretario que anda o corretea ("?est¨¢ todav¨ªa el primer ministro en su despacho?"), cada portavoz y cada tecn¨®crata que camina como en sue?os, a un tipo que pasa tirando de un cubo de basura o de un carro de equipajes.
La sensaci¨®n inmediata es de un ambiente claramente educado, tolerante y casi igualitario. "A Tony", me dice uno de los empleados, "se le da muy bien hacer que nadie se sienta menos importante". Al fin y al cabo, Downing Street est¨¢ presidido por un hombre que responde a un diminutivo. Cosa que, en teor¨ªa, tambi¨¦n pasaba con Ted Heath y Jim Callaghan, pero no con (por ejemplo) Dai Lloyd George, Andy Bonar Law, Stan Baldwin, Nev Chamberlain, Winnie Churchill, Hal Wilson ni, ya puestos, Tony Eden.
La Administraci¨®n de Tony, dicen algunos, es un ejemplo de Gobierno "de sof¨¢": los cauces normales de influencia se dejan bastante de lado, y el primer ministro conf¨ªa en su c¨ªrculo ¨ªntimo de subordinados y asesores de comunicaci¨®n. En mayo y junio de 1997, se decidi¨® que la regulaci¨®n de los tipos de inter¨¦s pasara a ser competencia del Banco de Inglaterra; cuando le dijeron a Tony que un cambio tan trascendental deb¨ªa ser objeto de discusi¨®n en el Consejo de Ministros, ¨¦l respondi¨®: "No les importar¨¢. Haremos varias llamadas".
Hoy me dan acceso al cuarto de estar (el den) para contemplar la denocracia en acci¨®n. La discusi¨®n aborda el cambio clim¨¢tico y las conversaciones exploratorias para la creaci¨®n de un "mercado del carbono". Tony escucha seis o siete opiniones ("Esos dos siguen poni¨¦ndose verdes... La canciller Merkel quiere un acuerdo... La reuni¨®n con los indios fue positiva... El japon¨¦s estaba muy sensible... El americano se mostr¨® muy dif¨ªcil") y luego presenta su conclusi¨®n: "Necesitamos dejar claro lo que significa para las empresas estadounidenses, que no van a filtrar contratos a los chinos. Lo solucionar¨¦ con ¨¦l. Con Bush".
Luego subimos al Sal¨®n Blanco para un podcast con Bob Geldof sobre ?frica; ?frica, una obsesi¨®n desde hace un cuarto de siglo para Bob y un tema que entusiasma a Tony desde hace 10 a?os. Despu¨¦s bajamos a la gran mesa, en la que se ha convocado una reuni¨®n multinacional de obispos. Se ha dicho que el poder es una droga, un afrodisiaco, un "sucio veneno" (palabras de M¨¢ximo Gorki); tambi¨¦n es, gran parte del tiempo, carcinog¨¦nicamente aburrido. Como todos los pol¨ªticos, Tony tiene siete u ocho clases de sonrisas. Las n¨²meros dos y tres van bien para los obispos. Cuando reparte saludos en una sala abarrotada, hacia el final, su sonrisa es un rictus, y los ojos se endurecen como piedras preciosas.
Lo que no ve el mundo es todo ese aburrimiento, el esfuerzo oculto de dosificar y contentar, poner buena cara y mostrarse alegre. Es lo que hace que la pol¨ªtica siga siendo medianamente honrada e impide el proceso al que aludi¨® antes Bob Geldof en el Sal¨®n Blanco: "Es ligeramente de mal gusto, ?no? ?Qu¨¦ es lo que ha pasado? ?La fama se ha politizado o la pol¨ªtica se ha vuelto famosa?". Y surge la pregunta: ?Qu¨¦ ser¨¢ Tony cuando se retire? ?Un ex pol¨ªtico? "No", responde. "Ser¨¦ un ex famoso".
Belfast
IR EN CARAVANA desde el aeropuerto George Best hasta el castillo de Stormont no es nada divertido, como siempre. A veces vamos a 110 kil¨®metros por hora, y la distancia de seguridad que nos separa del desastre es muy inferior a los setenta y tantos metros que recomiendan las normas sobre autopistas: es m¨¢s bien de tres o cuatro metros. Los conductores est¨¢n entrenados para no olvidarse de la visi¨®n perif¨¦rica y concentrarse en el parachoques horrorosamente cercano del jeep que va delante. Es una obsesi¨®n que el pasajero pronto aprende a hacer suya.
Mientras la caravana recorre el kil¨®metro y medio de Stormont Road, se nos echan encima unas figuras agitadas, tremendamente hostiles, y el cord¨®n pasa algunos momentos de apuro. ?Son unos cuantos fan¨¢ticos y resentidos que exigen el regreso al periodo de los disturbios? No. Est¨¢n aqu¨ª por Irak.
En el interior, Blair liquida unas cuantas entrevistas antes de las hist¨®ricas palabras en el Gran Sal¨®n. Mientras tanto, yo dedico mi tiempo a analizar su acento, una mezcla an¨¢rquica de Durham, escuela privada de Edimburgo, Australia (desde que ten¨ªa un a?o hasta los cuatro) y la costa de Essex. "Wanted" suena "wantud", y "destructive" suena "destructuv". Cuando una palabra acaba en t, se la traga ("nok", en lugar de "not"), y hace una parada glotal en una palabra como "whatever": "wha'ever". Blair est¨¢ hablando de las vacaciones de su ni?ez en Donegal y su primera "media" Guinness cuando, como era inevitable, el entrevistador dice: "Una ¨²ltima pregunta, primer ministro. ?sta es una gran victoria, pero da la impresi¨®n de que su principal legado ser¨¢...". Los ojos azules de Blair parpadean un instante, y luego parecen quedarse en blanco.
Observo la ceremonia de juramento en la Asamblea a trav¨¦s de circuito cerrado, y es un espect¨¢culo digno de verse. El fanatismo del viejo Paisley, todav¨ªa guapo a sus 80 a?os, y la naturalidad de Martin McGuinness, de Sinn Fein, el vivo retrato del profesor de Conrad, el exiguo megalomaniaco de El agente secreto cuyos "pensamientos acariciaban las im¨¢genes de ruina y destrucci¨®n".
En el exterior, un recordatorio de las preocupaciones locales: "Nada de santuarios en Maze" [nombre de la famosa prisi¨®n situada a las afueras de Belfast] y "Justicia para los protestantes". Pero la mayor pancarta es la que proclama, con todas sus fuerzas: "El legado de Blair: 600.000 muertos en Irak. Y en la siguiente parada, una visita de cortes¨ªa al venerable diario The News Letter, se ve a una persona que forcejea en la calle con un polic¨ªa sentado encima de ella y un perro polic¨ªa que le ladra, y estas palabras: "Bliar
. Se busca, criminal de guerra".
Ted Kennedy dice que ¨¦l lleva involucrado en este proceso [de paz en Irlanda del Norte] desde el Domingo Sangriento de 1972 (que fue el a?o sab¨¢tico de Blair al acabar el bachillerato: en aquel entonces, era un Bee Gee loco por el terciopelo y con una guitarra que se llamaba Clarence). En el Domingo Sangriento murieron 13, y el n¨²mero de muertos de todo aquel periodo es de unos 3.500, el equivalente a un mal mes en Irak. M¨¢s tarde, en Basora, Blair dir¨¢ a las tropas que la lucha en la que participan es "infinitamente m¨¢s importante que Irlanda del norte", por la sencilla raz¨®n de que ayudar¨¢ a construir "el futuro del mundo".
En el avi¨®n, durante una breve audiencia con el primer ministro, le digo que los acontecimientos del d¨ªa, desde luego, son estimulantes, pero que tambi¨¦n intimidan un poco. ?Cu¨¢nto se tarda en evolucionar del terror a la pol¨ªtica? ?Puede imaginarse a los esp¨ªritus de M¨²qtada al S¨¢der y Abu Musab al Zarqaui mir¨¢ndose en un futuro Parlamento iraqu¨ª con ojos sonrientes?
"Tiene que pasar", dice. "Algo as¨ª acabar¨¢ por pasar".
Washington
SIT ROOM NO ES NINGUNA contracci¨®n rara de esas que les gusta hacer a los estadounidenses. Sit room es la forma abreviada de denominar la Situation Room, la sala de la Casa Blanca en la que se re¨²ne el Gabinete de crisis, y en la que, esta ma?ana, Bush, Blair, Condi y Cheney celebran una videoconferencia con sus comandantes y embajadores en Irak. En cualquier momento veremos a los dos gobernantes caminando de manera cuidadosamente escenificada, codo con codo, hacia el Despacho Oval, para hablar all¨ª, con otros participantes, sobre ?frica, Ir¨¢n y la "seguridad energ¨¦tica". El ambiente en estos pasillos, con los ayudantes, el servicio secreto y alg¨²n que otro pol¨ªtico de paso, de cabello tan r¨ªgido como si fuera de caramelo o mazap¨¢n, no se parece a ninguna otra cosa. Recuerda, quiz¨¢, a una academia futurista de poder en estado puro.
El estilo no es propio de primer ministro, sino de presidente: la instituci¨®n presidencial es objeto constante de honores y exaltaci¨®n. Se nota al llegar a la verja de la Pennsylvania Avenue, en la que uno, armado de carn¨¦s de prensa (en plural), la chapa que certifica la pertenencia al grupo y un documento de identidad, tiene que enfrentarse a los ce?udos bur¨®cratas de turno, encarnaciones de un escepticismo asqueado. Todo el lugar desprende una tolerancia cero y la orgullosa tensi¨®n del protocolo m¨¢s estricto. Lo m¨¢s estadounidense se observa en la coreograf¨ªa sostenida y el miedo a la espontaneidad. Pens¨¢ndolo bien, s¨ª que se parece a algo: a un plat¨® de cine. Despu¨¦s de unos retrasos incre¨ªbles e innumerables falsas alarmas, adem¨¢s de varios ensayos que salen mal (con dobles), Harrison Ford y Jeremy Irons nos conceden 15 segundos, y volvemos a los retrasos, las falsas alarmas y los ensayos horribles.
Casi todo el mundo, desde los charlatanes semianalfabetos de la blogosfera ("?Bueno! ?As¨ª que el perrito de Downing Street vuelve a escuchar el silbido de su amo!") hasta el rey Abdul¨¢ saud¨ª (que ha empezado a criticar a Estados Unidos porque "no quiere que se le conozca como el Tony Blair ¨¢rabe"), pr¨¢cticamente todos est¨¢n de acuerdo en que el mandato del primer ministro ha quedado viciado por su excesiva proximidad a George Bush, una relaci¨®n que Neil Kinnock calific¨® de "tr¨¢gica", y Jimmy Carter, de "abominable". El propio Blair, en mi opini¨®n, fue asombrosamente sincero cuando, en una entrevista reciente en la NBC, dijo que "en cierto sentido... el primer ministro brit¨¢nico tiene la obligaci¨®n de llevarse bien con el presidente de Estados Unidos". Una tradici¨®n que se remonta, con fluctuaciones, a Churchill y el final del peso imperial del Reino Unido. No podemos pretender que decir que no a Estados Unidos sea algo f¨¢cil y que no causar¨ªa fricciones. Una cosa es ser "uno de los miembros m¨¢s importantes de la UE", y otra, ser lo que Clinton llam¨® "la ¨²nica naci¨®n indispensable de la tierra".
Alcanzo clandestinamente a ver algo de esa disparidad en el Sal¨®n Roosevelt, mientras saboreo un caramelo de chocolate que me ha ofrecido graciosamente Karl Rove y aguardo a que Harrison y Jeremy rueden su pr¨®xima escena. Varios colaboradores del primer ministro comparan sus experiencias de viajes al extranjero con sus hom¨®logos en el equipo del presidente. Cuando Blair va a alg¨²n sitio, cuenta con un s¨¦quito de 30 personas (m¨¢s cinco guardaespaldas). Cuando Bush va a alg¨²n sitio, lleva un s¨¦quito de 800 (m¨¢s 100 guardaespaldas); y, si visita dos pa¨ªses distintos en un mismo viaje, esa cifra asciende a 1.600; si son tres pa¨ªses, 2.400. Al llegar al pa¨ªs de destino, Blair utiliza el transporte que ponen a su disposici¨®n. Bush fleta un avi¨®n de carga para llevarse su propia limusina, su propia limusina de repuesto, sus propios camiones de combustible y sus propios helic¨®pteros.
Bush y Blair intercambian sus adioses pol¨ªticos en una rueda de prensa que ofrecen en la rosaleda de la Casa Blanca. El presidente est¨¢ convencido de que es muy ingenioso (adem¨¢s de otras cosas), porque lleva seis a?os rodeado de gente que se parte de risa por cualquier tonter¨ªa que dice. Pero hay que reconocer que, en este d¨ªa, Bush est¨¢ en plena forma, generoso y afectuoso, y se apresura a reconocer el sufrimiento pol¨ªtico que ha ocasionado a su socio (necesariamente) menor. Tambi¨¦n hace un homenaje en clave a la "influencia" de Blair cuando menciona el calentamiento global ("un problema grave"), y se refiere en tono tolerante a la soluci¨®n de dos Estados en Oriente Pr¨®ximo.
Por su parte, el primer ministro vuelve a expresar con pasi¨®n su argumento fundamental: despu¨¦s del 11 de septiembre, Occidente no ten¨ªa m¨¢s remedio que unirse contra un enemigo planetario, y ¨¦l hizo lo que hizo porque pens¨® que era lo que correspond¨ªa. Mientras hablan los dos, se oyen los gritos lejanos de los manifestantes en Pennsylvania Avenue. Suena como si entre los arbustos, junto al estanque ornamental, hubiera un duende indignado, pero microsc¨®pico, que chilla todo lo que puede pero apenas logra hacerse o¨ªr por encima de los interminables maullidos de las c¨¢maras.
Tras un acto de celebraci¨®n en la Embajada brit¨¢nica (por Irlanda del Norte), nos organizan una caravana totalitaria para ir desde Massachusetts Avenue hasta la base a¨¦rea de Andrews. En cada cruce, en cada esquina, hay un coche patrulla que vigila la estela de Tony durante casi un kil¨®metro. Nosotros -nuestras limusinas, nuestro Rolls Royce, nuestra camioneta de las fuerzas especiales- cruzamos a toda velocidad por encima de autopistas despojadas de tr¨¢fico y llegamos a la pista para abordar el avi¨®n que va a llevarnos, v¨ªa Heathrow, hasta Kuwait.
Irak
MI APOYO A LA GUERRA, inexistente hasta que comenz¨® verdaderamente, no se ve demasiado estimulado cuando me coloco el chaleco de combate, de 10 kilos de peso (como si me preparase para un implacable examen con rayos X), y el casco y subo con dificultad a la parte trasera del H¨¦rcules C-130.
Esta ma?ana me despertaron a las 4.30; antes de salir, cog¨ª: a) dos botellas de agua de un minibar lleno de cosas infantiles, como seven-ups y oranginas, y b) un rollo de papel higi¨¦nico del cuarto de ba?o. Mi desayuno tambi¨¦n fue extra?o, escaso de All Bran y caf¨¦ humeante. Nos reunimos en la entrada y fuimos al aeropuerto, en un humilde autocar, atravesando la tristeza casi art¨ªstica de Kuwait City, una conurbaci¨®n que parece haberse levantado sin ning¨²n toque femenino, en la que los ¨²nicos colores son los comerciales, y las ¨²nicas curvas, las religiosas, bajo una siniestra neblina de polvo h¨²medo.
El interior del H¨¦rcules no tiene ninguna superficie lisa, es todo tripas: arpilleras, cables, tubos, cinchas. Peligro, aviso, aterrizaje de emergencia, amerizaje. Un soldado grita las instrucciones de supervivencia, pero no entiendo una sola palabra; por supuesto, ni el capit¨¢n nos informa peri¨®dicamente sobre las incidencias del vuelo ni tenemos ventanillas a nuestro alcance, de modo que la ¨²nica forma de saber c¨®mo vamos son las se?ales ac¨²sticas: unos resoplidos y chirridos fant¨¢sticos, como si estuvi¨¦ramos en un relato de ciencia ficci¨®n sobre una nave de carga medio en ruinas que viaja por el vac¨ªo intergal¨¢ctico. Otra novedad es la direcci¨®n de la fuerza de la gravedad, que ejerce una presi¨®n lateral y le obliga a uno a plegarse hacia la derecha al despegar, y hacia la izquierda cuando el aparato comienza bruscamente su descenso.
Tony viaja en la cabina y, al llegar al aeropuerto de Bagdad, desciende impecablemente vestido con traje y corbata. En ning¨²n momento, que yo haya visto, se ha molestado en ponerse esos auriculares que obligan a torcer el cuello, ni el chaleco antibalas con su antip¨¢tico velcro. Y recuerdo el primer trayecto que hicimos juntos, en el que -en un entorno mucho m¨¢s agradable- desde?¨® el uso del cintur¨®n de seguridad en su Jaguar blindado. ?Ser¨¢ ¨¦sta la caracter¨ªstica principal del primer ministro? Los dem¨¢s, a estas alturas, estamos cubiertos de sudor y mugre. Tony cruza la pista como un personaje aut¨¦nticamente excepcional, uno de los escogidos.
Ni que decir tiene que no hay ninguna caravana llamativa para recorrer la autopista de la muerte hasta Bagdad. Tony se sube a su Black Hawk; yo subo a mi Cobra y observo con despego fatalista al adolescente pelirrojo que rellena de cartuchos la ametralladora, montada sobre un tr¨ªpode. Volamos bajo, justo por encima de los cables del tel¨¦grafo. A esta altura (me dicen), un misil no tendr¨ªa tiempo de armarse antes de hacer impacto. El helic¨®ptero recibir¨ªa el golpe, pero no explotar¨ªa. Mientras volamos, disparamos r¨¢fagas para que los proyectiles m¨¢s cr¨¦dulos sigan su se?al de calor en lugar de la nuestra. Si uno cierra los ojos, cree o¨ªr una m¨²sica militar, pero atonal, como un t¨ªnitus.
Unos disparos de mortero acaban de destruir un Toyota Landcruiser en el aparcamiento de la Embajada brit¨¢nica, nuestra primera parada en la zona verde. Mientras Tony pasea su rictus de una persona a otra, yo hablo con Jackie, una mujer que trabaja en la Administraci¨®n. "Ahora, todos los d¨ªas recibimos proyectiles", explica. "Cuando estamos dentro, no hay problema, y si estamos fuera, tenemos estas unidades para ponernos a cubierto. Son una especie de cajas en las que se supone que hay que meterse cuando se oye la alarma, que suena cinco segundos antes. Es por el metal, por la metralla. Llevamos cinco o seis semanas recibiendo proyectiles. Cuando llevo una falda blanca, ni se me ocurre".
Vamos r¨¢pidamente en caravana a una conferencia de prensa en "el palacio", la residencia del primer ministro: grandes sof¨¢s, l¨¢mparas de ara?a con bordes dorados, rosas artificiales, luces artificiales. Al Maliki se acerca arrastrando los pies sobre la h¨²meda alfombra roja a saludar y besar al presidente Talabani, y los tres desaparecen tras la barrera de c¨¢maras de televisi¨®n. Hay preguntas agresivas, y se pueden o¨ªr las d¨¦biles protestas de Blair y la voz de bar¨ªtono de Talabani con su tono did¨¢ctico: progreso, mejora, las fuerzas de seguridad iraqu¨ªes, el di¨¢logo con las tribus, la v¨ªa hacia Ir¨¢n, unas conversaciones constructivas, el camino hacia delante... Seguimos hacia Maud House, el cuartel general de la Unidad de Apoyo brit¨¢nica, justo a tiempo para otra alerta. El general David Petraeus -con un aspecto que recuerda a Wolfowitz y una risa nerviosa y crispada- casi ni pesta?ea cuando suenan las sirenas.
"Es Apocalypse Now mezclado con Disneylandia": ¨¦ste es el alegre veredicto de un coronel brit¨¢nico de Estado Mayor. Luego llega un interludio en el helipuerto (una especie de piscina de cemento gris vaciada, del tama?o de una manzana de casas), en el que tratamos de encontrar un lugar a la sombra para ordenar nuestro barullo de deprimentes impresiones.
A Blair le ha ocurrido un percance en Basora, en la base a¨¦rea, que es pr¨¢cticamente lo ¨²nico que queda de nuestras operaciones en el sur, puesto que la ciudad se ha abandonado a la atomizaci¨®n general: facciones chi¨ªes, milicias tribales, bandas armadas. Hab¨ªa dado la mano varios centenares de veces en la cafeter¨ªa (la antigua sala VIP) y hab¨ªa mantenido varios cientos de conversaciones de 10 segundos; hab¨ªa pronunciado un discurso razonablemente bueno, que fue razonablemente bien recibido. Blair se retir¨® a otra habitaci¨®n para tener una sesi¨®n a puerta cerrada con el capell¨¢n, varios oficiales y unos 25 soldados j¨®venes. Y sucedi¨® algo.
Los m¨¢s veteranos hab¨ªan hablado del "lado oscuro y dif¨ªcil" de los sucesos recientes en el campamento (p¨¦rdidas de miembros y de vidas), las experiencias transformadoras, c¨®mo "estos j¨®venes han tenido que crecer muy deprisa". Y cuando le lleg¨® el turno a Blair, se qued¨® sin ox¨ªgeno. No s¨®lo es que parec¨ªa estar terriblemente poco informado (sobre municiones, sobre proyectos, sobre t¨¢cticas). Es que no pudo encontrar la voz, la solemnidad, las palabras adecuadas para el tono apropiado. "Entonces, matamos a m¨¢s de ellos, que ellos a nosotros... Volv¨¦is a salir y les persegu¨ªs. Es genial...". El primer ministro parec¨ªa el hombre menos preparado de toda la sala. El menos preparado y el m¨¢s joven.
Cuando se ha ido el primer ministro, me he quedado un rato m¨¢s. Dos minutos despu¨¦s de su salida, se oye un estruendo que estremece la sala. "Todo el mundo sentado en el suelo", dice el oficial. Mientras nos agachamos, el joven cabo con el que estaba hablando me explica, sin hacer ni una pausa (hasta tal punto es rutina este tipo de interrupci¨®n), el poder de fuego del misil anticarro dirigido Tomahawk. Cuando nos dan luz verde, me despido de todas esas caras serias y preocupadas y nos vamos, dej¨¢ndoles all¨ª, en un desierto real y espiritual, bajo la gruesa capa blanquisucia de polvo y arena, como una gasa m¨¦dica sucia que tapa la boca. Volvemos a subir al H¨¦rcules y nos atamos los cinturones para el vuelo de 30 minutos hasta Kuwait City.
De persona a persona
"AQU? DOWNING STREET, no hay nadie en casa", dice el chiste. "Por favor, deje un mensaje despu¨¦s del tono de superioridad moral". El tono de superioridad moral, que tanto indigna a sus detractores, no es algo a lo que Blair haya recurrido para redondear su panoplia de m¨¦ritos. Es, como su religi¨®n, totalmente innato: si no estuviera presente, no habr¨ªa nada m¨¢s. Le han llamado maniqueo, han dicho que no ve m¨¢s que luces y sombras, y que es un antinomio, que est¨¢ convencido de que es un ser ang¨¦lico y que lo que hace est¨¢ bien por el mero hecho de que es ¨¦l quien lo hace. Me da la impresi¨®n de que ¨¦se es el mecanismo al que se ha quedado reducido Blair en sus argumentos sobre Irak. Los ej¨¦rcitos de las sombras est¨¢n desplegados contra las fuerzas de la luz y no podemos permitirnos el lujo de perder. En mi opini¨®n, las dos frases son totalmente ciertas. No podemos permitirnos el lujo de perder, pero vamos a perder, sin ninguna duda, en ese escenario escogido por la coalici¨®n.
En Irak he podido hablar una hora con ¨¦l, de persona a persona. Aunque lo cierto es que, salvo en momentos sueltos, nunca est¨¢ uno a solas con Tony Blair. Siempre est¨¢ el fot¨®grafo, el documentalista, el ayudante con la grabadora. Est¨¢, adem¨¢s, el supery¨® profesional del primer ministro, precavido como nadie, permanentemente consciente de que la m¨¢s ligera de sus palabras puede volverse contra ¨¦l y acosarle como un Saturno cualquiera. En su caso no puede decirse que la imagen corresponda exactamente a la realidad: impone m¨¢s f¨ªsicamente, es m¨¢s sensible y mucho m¨¢s p¨ªcaro que el hombre al que vemos en p¨²blico. Pero s¨ª, con Blair, lo que dice es exactamente lo que o¨ªmos.
"?Ha visto The Queen?", le pregunto. Estamos volando hacia Alemania en uno de los viejos Hawker-Siddeleys, un aparato lento, pedido en pr¨¦stamo a la flota real. Recordemos que la reina es la jefa del Estado y que est¨¢ terminando su und¨¦cimo mandato.
"Eh..., no".
Es un ejemplo, le digo, de c¨®mo todo el mundo puede equivocarse en todo. Ver actuar a Helen Mirren siempre es un placer. Pero como Isabel es un desastre. Toda esa iron¨ªa, ese sentido del humor. Yo he hablado con la reina, unos 10 segundos, y es una aut¨¦ntica vaquilla. ?No cree?
"No voy a seguirle la corriente en eso", dice removi¨¦ndose en el asiento.
"Pero, usted. El actor le hace vivir. El brillo de la juventud. El brillo del poder. ?C¨®mo es el poder? ?Se sube a la cabeza?".
S¨ª, responde, pero la responsabilidad ayuda a tener los pies en la tierra. Uno tiene que ser capaz de arriesgarlo y dejar cierto margen al instinto. Tiene que afrontar la posibilidad de perderlo para poder utilizarlo.
"Esos aut¨®grafos para mis hijas", le digo en el cuarto de estar de Downing Street mucho despu¨¦s, pero antes del viaje a Irak. "Firme en este cuaderno, nada m¨¢s".
"Ah, no. Necesitamos papel oficial de primera categor¨ªa para esto".
"La peque?a quiere tambi¨¦n su n¨²mero de tel¨¦fono. Tiene siete a?os. No le quepa duda de que le llamar¨¢".
"Creo que est¨¢ en el membrete. No. S¨®lo la direcci¨®n. Vamos a ver... ?Fernanda?".
"S¨ª. Y la peque?a, Clio. Con i, no con e". No, nunca hay un respiro. "Clio", le explico, "la musa de la historia".
"... Clio. Ya est¨¢".
"?Y c¨®mo se encuentra ahora que est¨¢ desvaneci¨¦ndose? Me refiero al poder".
"Hasta ahora, bien. Cuando llegue el d¨ªa, seguramente me aferrar¨¦ a la aldaba de la puerta. Pero hasta ahora, creo que estoy dispuesto a dejarlo marchar".
? Martin Amis, 2007. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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